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– ¿Puedo ayudar en algo?

Estuvo a punto de dejar caer la pipa sobre las tablas recién enlucidas de la terraza. Kristian Nordström apareció detrás de una esquina.

– Hola -saludó Knutas tendiéndole la mano-. Me gustaría charlar un poco contigo.

– Claro. ¿Vamos dentro?

Knutas siguió al apuesto joven hasta el interior de la casa. En el vestíbulo hacía fresco.

– ¿Quieres beber algo? -le preguntó Kristian Nordström.

– Un vaso de agua me sentaría bien. Hace un calor tremendo ahí fuera.

– Yo necesito algo más fuerte.

Se sirvió una cerveza Carlsberg para él y llenó un gran vaso de agua con hielo para el comisario. Se sentaron cada uno en uno de los dos sillones de piel que había dispuestos junto a una de las ventanas panorámicas. Knutas sacó su viejo bloc de notas, gastado por el uso, y un bolígrafo.

– Ya sé que lo has contado antes, pero ¿conocías bien a Helena Hillerström?

– Sí. Nos conocíamos desde la adolescencia. A mí Helena siempre me cayó bien.

– ¿Teníais mucho trato?

– En el instituto formábamos una pandilla y siempre íbamos juntos. Tanto dentro como fuera de la escuela. Muchos de los que estábamos en la fiesta de Pentecostés formábamos parte de esa pandilla. Estudiábamos juntos, íbamos al cine, nos veíamos después de las clases y por las tardes los fines de semana. Sí, nos relacionamos mucho durante aquellos años.

– ¿Hubo entre Helena y tú algo más que simple amistad?

La respuesta llegó muy rápida. «Tal vez demasiado rápida», pensó el comisario.

– No. Como ya he dicho, me parecía guapa, pero nunca hubo nada entre nosotros. Cuando yo estaba libre, ella salía con algún chico y al revés. No estuvimos nunca libres al mismo tiempo.

– ¿Qué sentías por ella?

Kristian le miró directamente a los ojos cuando contestó. Con cierta irritación en el tono de voz, contestó:

– Eso ya te lo he explicado. Me parecía una chica divertida y atractiva, pero no significaba nada especial para mí.

Knutas optó por cambiar de tercio.

– ¿Qué sabes de sus antiguos novios?

– Bueno, tuvo un buen número de ellos con los años. Casi siempre estaba con alguien. Por lo general, no duraba más de un par de meses, o tres. Eran chicos del instituto y otros que encontraba fuera. Chicos de la Península que venían a pasar las vacaciones, y con quienes mantenía una relación de unas semanas antes de liarse con el siguiente. En general era ella la que se cansaba. Seguro que rompió bastantes corazones.

Knutas pudo adivinar una pizca de amargura en su voz.

– Luego está ese profesor con el que se veía a escondidas.

Knutas arrugó la frente.

– ¿Quién era?

– Era profesor de gimnasia en el instituto. ¿Cómo se llamaba…? Hagman. Göran. No, Jan. Jan Hagman. Estaba casado, así que hubo muchas habladurías.

– ¿Cuándo fue eso?

Kristian trataba de recordar.

– Tuvo que ser el año que estábamos en segundo, porque en primero tuvimos a otro profesor que luego se jubiló. Helena y yo íbamos juntos a la misma clase, en el instituto también. En la línea de ciencias sociales.

– ¿Cuánto tiempo duró esa relación?

– No lo sé con seguridad. Pero creo que bastante. Tuvo que durar más de medio año, sin duda. Creo que había empezado antes de Navidad, porque Helena le dijo a Emma que lo vería durante las vacaciones de Navidad. Emma me lo contó a mí en una fiesta, cuando estaba un poco bebida. Lo más probable es que no tuviera intención de contarlo. Pero, al mismo tiempo, seguro que estaba preocupada por Helena, porque eran muy amigas. Al fin y al cabo, él estaba casado, tenía hijos y era mucho mayor que ella. Recuerdo que estuvieron juntos en un viaje del instituto que hicimos a Estocolmo, antes de que empezaran las vacaciones de verano. Hagman era uno de los profesores que venían con nosotros. Alguien los vio entrar en la habitación de ella por la noche, y eso llegó a oídos de los otros profesores que iban con nosotros. Cuando volvimos del viaje circularon un montón de comentarios al respecto. Luego, llegó el verano y todo el mundo se largó de vacaciones. Después, no volví a oír nada sobre el tema. En otoño, él ya no estaba en el instituto.

– ¿Hablaste con Helena de su relación con el profesor?

– No, la verdad es que no. Todos nosotros nos dimos cuenta de que la había afectado bastante. Recuerdo que no se dejó ver en todo el verano. Cuando empezó el nuevo curso después de las vacaciones, había adelgazado mucho, diría que más de diez kilos. Parecía pálida y ojerosa, cuando todas las demás estaban estupendas y bronceadas. Seguro que la mayoría lo recuerda, porque no era propio de ella.

– ¿Por qué no has dicho nada de esto antes?

– No sé. No pensé en ello. Ha pasado ya tanto tiempo… Más de quince años.

– ¿Tienes alguna idea de quién pudo haberla matado? ¿Algo que se te haya ocurrido desde la última vez que hablamos?

– No. No tengo la menor idea.

Kristian Nordström acompañó a Knutas hasta la puerta. Notaron el calor cuando salieron a la escalera desde la frescura del interior. En el exterior, la naturaleza estaba en plena floración, propia de principios de verano.

A Knutas se le arremolinaban los pensamientos en la cabeza, mientras conducía bajo el sol de la tarde de vuelta a Visby. ¿Qué significaba la historia con el profesor? ¿Por qué no la había mencionado nadie, ni siquiera Emma, su mejor amiga?

«Fue hace mucho tiempo, pero de todos modos…»

Cuando llegó a la comisaría, se dio cuenta del apetito que tenía. Ir a cenar a casa parecía impensable. Después de conocer aquellos nuevos detalles, quería convocar una reunión inmediatamente. Marcó el número de teléfono de su casa e informó de que iba a llegar tarde.

Su esposa, ya acostumbrada, recibió la noticia con tranquilidad. Hacía ya muchos años que se había despedido de las cenas diarias en familia. «Quizá sea por eso por lo que nuestro matrimonio funciona -se decía Knutas mientras subía la escalera hasta la sección de lo judicial-. El hecho de que cada uno de nosotros se sienta seguro en su plataforma vital, sin tener como objetivo el estar siempre juntos. Eso, desde luego, hace la vida en común más llevadera.»

Los compañeros de la policía judicial que se encontraban allí hicieron un pedido en común a su pizzería habitual. Entre bocado y bocado, el comisario resumió su encuentro con Kristian Nordström y lo que éste le había contado de la relación amorosa de Helena Hillerström con el profesor de gimnasia Jan Hagman.

– ¿Has dicho que se apellidaba Hagman? -interrumpió Karin-. No hace mucho estuve con él. Estuvimos en su casa, en Grötlingbo -dijo, y se volvió hacia Thomas Wittberg-. ¿Te acuerdas? Su mujer se había suicidado.

– Sí, es verdad. Hace sólo unos meses. Se ahorcó. Era un tipo bastante raro. Muy reservado; resultaba difícil hablar con él. ¿Recuerdas que pensamos que era raro que no pareciera triste en absoluto, ni siquiera sorprendido, de que su mujer se hubiera suicidado? -dijo Wittberg.

– Hicimos una investigación, claro está -dijo Karin-. Pero todo apuntaba a un suicidio y cuando llegó el informe de la autopsia quedamos convencidos. Se colgó en un granero que había en la finca.

– A ése tenemos que controlarle -masculló Knutas.

– Pero ¿por qué iba a tener Hagman algo que ver con esta muerte? -preguntó Wittberg-. Hace veinte años que mantuvieron una relación. No entiendo por qué vamos a dedicarle tiempo a una historia tan vieja. Un lío con un profesor en el instituto. Diablos, que tenía treinta y cinco años cuando se la cargaron.