Emma se apresuró a darse una ducha. Como habían estado fuera tomando el sol toda la tarde, tenía calor y estaba sudorosa, se justificó en voz alta, al tiempo que se encendían en su cabeza las luces de alarma. Se lavó el pelo, se dio una loción corporal olorosa y se roció unas gotas de perfume con el corazón acelerado y expectante. Se puso el sujetador más bonito, una falda y una blusa. Un beso a los niños y adiós. Respiró hondo y prometió llamar más tarde. Cuando se dejó caer en el asiento del coche, sudaba de nuevo.
Al mismo tiempo que se incorporaba a la carretera principal en dirección a Visby, subió el volumen de la radio al máximo y abrió la ventanilla. Dejó que entrasen en el coche los cálidos efluvios de comienzos de verano y que sus remordimientos salieran despedidos por la ventanilla.
Cuando aparcó el coche en el único sitio libre que quedaba en todo el aparcamiento, lo vio fuera de la tienda Systembolaget. Llevaba vaqueros y una camiseta negra. Tenía el pelo alborotado.
Lo que ocurrió después fue lo lógico. No tuvieron que decirse nada. Sólo caminaron por la calle, uno al lado del otro, y sus pasos se dirigieron automáticamente hacia el hotel donde se alojaba el reportero. Como si fuera la cosa más natural de mundo. Cruzaron la recepción, subieron la escalera, llegaron a la puerta de la habitación y entraron. Por primera vez estaban solos en un espacio privado. Siguieron sin decir nada. Johan la abrazó nada más cerrar la puerta. Observó que cerraba con llave.
Knutas conducía rápido en dirección a Sudret. Karin Jacobsson y Martin Kihlgárd iban en los asientos traseros. Habían tomado la carretera 142 que discurría justo por el centro de la isla. Pasaron Träkumla, Valí y Hejde. Cruzaron luego el páramo de Lojsta, donde los caballos autóctonos de Gotland, gotlandsruss, viven casi salvajes. Karin, que había trabajado como guía turística en su juventud, le habló a Kihlgárd de los caballos de Gotland, o carneros del bosque como también se los conoce.
– ¿Has visto el cartel donde pone Russpark? Si continúas unos kilómetros más, llegas a la zona de Lojsta, donde están los caballos. Están ahí en manada todo el año, haga el tiempo que haga. Hay cincuenta yeguas y un semental. El semental se queda de uno a tres años, en función de cuántas yeguas haya conseguido cubrir. Suelen nacer unos treinta potrillos al año.
– ¿Qué comen? -preguntó Kihlgárd, al tiempo que su mirada se concentraba en la esquina de una bolsa con cochecitos de gominola, que luchaba por abrir; al fin claudicó y abrió la esquina con los dientes.
– Les echan heno durante el invierno, el resto del año comen hierba y lo que el bosque les ofrece. Sólo los encierran un par de veces al año, una para cuidarles los cascos, y la otra, en julio, con ocasión del concurso de premios de los caballos.
– ¿Y qué sentido tiene mantener a estos caballos, si están ahi fuera todo el año?
– Es para proteger la raza. El caballo de Gotland es la única raza de pony autóctono que se conserva en Suecia. Tienen sus orígenes en la Edad de Piedra. A principios del siglo XX estuvieron en peligro de extinción. Entonces empezaron a cuidarlos, y ahora la yeguada ha aumentado. Ahora hay alrededor de dos mil ejemplares en Gotland, y unos cinco mil en el resto de Suecia. Son unos caballos de monta muy populares. Como sólo tienen unos 125 centímetros de alzada, son perfectos para los niños. También por su temperamento. Son caballos obedientes, dispuestos a trabajar y resistentes. Además, son buenos para el trote. Mi hermano tiene caballos aquí. Yo suelo acompañarlo el día de los premios. Nos reunimos por la mañana temprano, y unas treinta personas ayudamos a llevar los caballos juntos. Es una experiencia maravillosa -concluyó Karin con una expresión gozosa en los ojos.
Siguieron el viaje hablando de cosas sin importancia. Kihlgárd les invitó a gominolas, aunque la mayoría acabó en su propia boca. Karin Jacobsson apreciaba los conocimientos y el buen humor de Kihlgárd. Estaba fascinada por sus hábitos alimentarios, que eran, cuando menos, curiosos, Parecía comer a todas horas. Siempre tenía algo en la boca, y si no era así era porque se disponía a comer o acababa de hacerlo. A pesar de ello, no tenía sobrepeso. Era un tipo de constitución robusta.
Aunque no tenía nada en contra de Kihlgárd, lo cierto es que Knutas empezaba a sentirse irritado con él. Era tan resuelto y agradable que enseguida se había hecho popular entre los compañeros de las dependencias. Y aunque era un buen tipo, se tomaba demasiadas libertades. Tenía que opinar acerca de todo y se metía en cómo el comisario dirigía el trabajo. Knutas había notado que su colega trataba de solapar sus críticas y deslizar sus opiniones. Y aunque no quería reconocerlo, apreciaba en él una actitud como de hermano mayor. Los policías de Estocolmo pensaban, en el fondo, que ser policía en la pequeña isla de Gotland era algo insignificante. ¿Qué ocurría allí? Estaba claro que los delitos que se cometían en la isla, en su mayoría robos y peleas de borrachos, no se podían comparar con los casos graves y complicados que se daban en Estocolmo. Y si además uno trabajaba en la Policía Nacional, era evidente que estaba más cualificado y era más inteligente. Había una especie de autosuficiencia en Kihlgárd que se traslucía, por muy amigable que se mostrara con todos. Knutas no se consideraba una persona orgullosa. Pero ahora empezaba a notar que había iniciado una lucha por marcar su territorio. Y no le gustaba. Había decidido hacer caso omiso y adoptar una actitud positiva hacia su colega, que tenía más edad que él. Pero no siempre era tan fácil. Sobre todo, porque el tío no paraba de estar siempre masticando ruidosamente algo. Además, ¿por qué se había sentado en el asiento trasero con Karin? Un fulano tan corpulento debería haberse sentado delante. Y, por si fuera poco, al parecer se lo estaban pasando en grande los dos allí atrás. ¿De qué chismorreaban? El comisario sintió que su irritación iba en aumento. Sus pensamientos quedaron interrumpidos cuando Kihlgárd le ofreció la bolsa con los tres míseros cochecitos de gominola que quedaban en el fondo.
– ¿Quieres?
La carretera serpenteaba por el interior. Pasaron granjas, prados con vacas blancas y ovejas negras. En el patio de una finca, tres hombres corrían tras un cerdo enorme, que evidentemente se les había escapado. Cruzaron Hemse, después Alva y, por fin, Grötlingbo en el centro de la zona de Sudret, antes de enfilar la carretera que iba hacia el mar y hacia el cabo de Grötlingboudd.
Comentaron cómo iban a actuar cuando llegaran allí.
¿Qué sabían de Jan Hagman? En realidad, muy poco. Que estaba prejubilado y viudo desde hacía un par de meses. Dos hijos mayores. Interesado en las chicas jóvenes. Al menos lo había estado.
– ¿Ha tenido historias con otras alumnas? -preguntó Karin.
– No, que sepamos. Aunque puede que las haya tenido, claro está -contestó Kihlgárd.
Cuatro grandes aerogeneradores dominaban el árido paisaje de Grötlingboudd. Prados cercados con paredes bajas hechas de piedra bordeaban la carretera que conducía hasta el mar. Las típicas ovejas de Gotland, hánnlamb, de lana gruesa y cuernos retorcidos, pastaban entre los bajos enebros, los pinos azotados por el viento y grandes bloques de piedra esparcidos aquí y allá. La finca de Hagman se encontraba casi en el extremo del cabo, con vistas sobre la bahía de Gansviken. Fue fácil localizarla entre las pocas casas que había allí fuera. Karin les indicó el camino, puesto que ya había estado antes allí.
No habían advertido su visita.