– Lo sé, lo sé, pero todavía tengo dudas -se justificó-. De lo nuestro. No sé lo que nos queda. También puede que sólo sea lo de Helena y todas esas muertes. Necesito salir de aquí.
– Lo entiendo -admitió comprensivo-. Sé que ha sido muy duro para ti. ¿Qué piensas hacer?
– Lo primero que haré es irme a la casa de mis padres. De todas formas tenía que ir a dar una vuelta por allí. Me marcho hoy.
– ¿Sola?
– No, Viveka ha prometido acompañarme. Ya he hablado con ella -mintió.
Sintió un aguijonazo en el pecho. Otra mentira. Se avergonzaba de la facilidad con que lo hacía.
– Yo había esperado que te vinieras hoy conmigo, claro. ¿Qué voy a decirles a los niños?
– Diles la verdad. Que por unos días me ocuparé de la casa de los abuelos.
– Está bien. Seguro que lo entienden. De todas formas, tendréis mucho tiempo para estar juntos el resto del verano.
Sintió remordimientos al ver lo comprensivo que era.
«Habría sido casi más fácil si se hubiera enfadado», pensó Emma, cuya irritación iba en aumento.
– Gracias, querido -le dijo escuetamente, y le dio un ligero abrazo.
Knutas había pedido a Kihlgárd que convocara a todos para una reunión en las dependencias policiales por la tarde, cuando Karin y él hubieran llegado de vuelta a Gotland. Abrió la reunión:
– Os comunico que hemos encontrado lo que creemos que es la ropa de las víctimas en una caseta en Nisseviken. Los técnicos la están analizando en estos momentos, antes de enviarla al Laboratorio Nacional de Ciencias Forenses. La caseta está acordonada y estamos tratando de averiguar quién es el dueño. Parece ser que estaba abandonada y que no se usó en muchos años. Los familiares de las víctimas están de camino hacia aquí, para identificar las prendas. El hallazgo demuestra que lo más probable es que el asesino esté aquí, en Gotland. Desde este momento vamos a concentrar nuestros esfuerzos de búsqueda aquí. Hasta nueva orden. ¿Tenemos alguna novedad?
– Nos han llegado hoy los resultados de las huellas dactilares que aparecían en el inhalador encontrado fuera de la casa de Gunilla Olsson -dijo Kihlgárd-. No hay ninguna huella en el archivo de delincuentes que coincida con ellas. Hemos comprobado qué personas en el círculo de amistades de las víctimas padecen asma o molestias similares agudas de tipo alérgico. El resultado es que tanto Jan Hagman como Kristian Nordström son asmáticos. Sus inhaladores se compararán hoy con el que apareció en casa de Gunilla Olsson.
– Bien -dijo Knutas-. ¿Qué les habéis sacado en los interrogatorios?
– Por lo que se refiere al interrogatorio de Hagman, le preguntamos que por qué no comentó nada del aborto cuando estuvimos en su casa. Nos dio una explicación bastante razonable: no pensó que el aborto tuviese importancia para nosotros, y sus hijos no saben nada de su relación con Helena Hillerström, por eso no quería profundizar demasiado en ello. Cuando estuvimos allí, parecía sentir pánico de que el hijo pudiera escuchar lo que decíamos.
– Lo comprendo -dijo Knutas-. Deberíamos haberle pedido que viniese aquí, en vez de interrogarle en su casa. ¿Y con Nordström?
– Pues salta a la vista que es incomprensible que todo el tiempo haya negado haber mantenido una relación con Helena y lo volvió a negar. Cuando le dijimos que teníamos las cartas, se vino abajo y lo reconoció inmediatamente. Sin embargo, no pudo explicar por quó lo había negado antes. Sólo dijo que no quería parecer sospechoso.
– ¿Qué más?
– Los testigos han declarado que habían visto a un hombre desconocido en casa de Gunilla Olsson las últimas semanas. Se le vio entrar en la casa o salir de ella tanto por la mañana como por la tarde, por lo que no parece inverosímil que se tratase de un amigo -continuó Kihlgárd-. Los testigos lo han descrito como un tipo alto, de aspecto agradable y de la misma edad que ella.
– ¿Les habéis mostrado a los testigos alguna fotografía? ¿Por ejemplo, de Kristian Nordström o dejan Hagman?
– No, no lo hemos hecho -admitió Kihlgárd algo azorado.
– ¿Cómo es posible?
– Pues la verdad es que no lo sé. ¿Alguien lo sabe?
Kihlgárd dirigió la pregunta a sus colegas.
– Hemos de reconocer que se nos ha pasado. Se nos ha ido el santo al cielo, sencillamente -admitió Wittberg.
– Pues ya podéis encargaros de enseñárselas. Inmediatamente después de la reunión -ordenó Knutas resuelto-. Bien, ¿qué hay de las coartadas de Nordström y de Hagman? -continuó-. ¿Se han comprobado otra vez?
– Sí -respondió Sohlman-, y parecen sólidas.
– ¿Parecen?
– Hagman tiene a su hijo y un vecino de testigos. El vecino ha declarado que salieron juntos a vaciar las redes, cuando ocurrió el primer asesinato. Regresaron a las ocho de la mañana. Cuando mataron a Frida Lindh, Hagman tenía en casa a su hijo, que estaba de visita. Los dos aseguran que estaban durmiendo a la hora del crimen, puesto que fue por la noche. Y el día del último asesinato, se encontraba fuera pescando con el mismo vecino con el que vació las redes. Eso fue la víspera del solsticio. Luego estuvieron celebrándolo en casa del vecino y Hagman se quedó frito en el sofá.
– ¿Y Nordström?
– Lo cierto es que no tiene coartada para el primer asesinato -continuó Sohlman-. Estuvo en la fiesta en casa de Helena Hillerström casi hasta las tres de la madrugada. Luego compartió un taxi hasta Visby con Beata y John Dunmar, y después continuó hasta su casa, adonde llegó poco antes de las cuatro. Vive en Brissund. El taxista ha declarado que se apeó del taxi al llegar a su casa y que estaba bastante borracho. Que luego recorriese los sesenta kilómetros que hay de vuelta hasta la casa de los Hillerström, esperara en la playa y se cargase a Helena, parece como mínimo inverosímil. Además, viajó a Copenhague ese mismo día. Tomó un avión de Visby a Estocolmo por la tarde. Y cuando se cometieron los otros dos asesinatos, ni siquiera se encontraba en Gotland. Cuando el de Frida Lindh estaba en París y en el de Gunilla Olsson, en Estocolmo. Ninguna de las personas que estuvieron en Munkkällaren la noche en que Frida fue asesinada vio a Kristian Nordström allí. Si le hubiesen visto, le habrían reconocido. Pudo haberla esperado en el camino de vuelta a casa, es una posibilidad. Por otro lado, el hombre que estuvo hablando con Frida Lindh en el bar todavía no se ha dado a conocer. Y eso lo convierte en sumamente sospechoso. Es sueco, con lo que tiene que haberse enterado de nuestras peticiones para que se ponga en contacto con la policía.
– Bueno, puede haber otras razones para que no se ponga en contacto con nosotros. Es posible que tenga algún otro asunto que ocultar-opinó Karin Jacobsson.
– Sí, claro, también puede ser eso -admitió Sohlman.
– La señora que vendía la cerámica de Gunilla dice que vio a un hombre de unos treinta y cinco años en su casa, que era un tipo alto y bien parecido -explicó el comisario-. Se presentó como Henrik. No tenía acento de Gotland, sino que sonaba como si fuera de Estocolmo. Según las amigas de Frida Lindh, el hombre con quien estuvo en Munkkällaren se llamaba Henrik. El camarero ha afirmado que el hombre con el que ella estaba en el bar hablaba con el acento de Estocolmo. Claro que eso no quiere decir que no sea de aquí. Puede tratarse de una persona de Gotland que se fue a vivir a Estocolmo hace mucho tiempo. O tal vez uno de sus padres sea peninsular y eso haga que no hable con el acento de Gotland, o que evite hacerlo con este acento para no ser reconocido. Por supuesto, cabe también la posibilidad de que sea un peninsular que conozca bien la isla y se encuentre aquí en estos momentos. Yo me inclino más a pensar que a quien buscamos es alguien de aquí. Sí, empezaremos por este supuesto. ¿Qué sabemos del asesino? Que puede que se llame Henrik. Que es alto, que calza un 45. Que tiene entre treinta y treinta y cinco años y padece asma. Somos menos de sesenta mil habitantes en la isla. No puede haber tantas personas que coincidan con esa descripción. Además, ahora tenemos tal número de descripciones de los testigos acerca de ese hombre que debe ser factible hacer un retrato robot. Tal vez sea el momento de hacerlo.