– No lo creo oportuno -rechazó Kihlgárd-. Eso no hará sino crear pánico.
Varios de los presentes asintieron con un murmullo.
– ¿Alguien tiene alguna propuesta mejor? -preguntó Knutas abriendo los brazos-. Todo apunta a que el culpable está en la isla. Un asesino en serie, que puede volver a actuar en cualquier momento. Hemos localizado la ropa, pero ¿qué más tenemos? No hemos encontrado ninguna conexión entre las víctimas que parezca relevante para la investigación. No hay testigos de ningún asesinato. Ha actuado cuando las víctimas estaban solas y no había nadie cerca. En todas las ocasiones se ha esfumado como un fantasma. Nadie ha oído nada, nadie ha visto nada. Al mismo tiempo, un montón de personas tiene que haberlo visto. Joder, que se ha movido por toda la isla: Fröjel, Visby, När, Nisseviken. Ha estado en bares, en playas, dando vueltas por la ciudad y por När. Un retrato robot puede ofrecernos la posibilidad de detenerlo enseguida.
– Parece la única solución -dijo Sohlman dándole la razón-. Tenemos que hacer algo radical. Puede volver a matar en cualquier momento. Además, no ha pasado más que una semana entre los dos últimos asesinatos. Ahora, a lo mejor, no deja pasar más que unos días antes de actuar de nuevo. El tiempo se nos escapa.
– Eso es una absoluta gilipollez -tronó Kihlgárd-. ¿Qué pensáis que sucederá cuando la gente vea el retrato? Relacionarlo con cualquier persona que conozcan. Nos van a bloquear la centralita dando pistas. Se va a desatar la histeria, os lo aseguro. Y entonces, nosotros seremos los responsables. ¿Y de dónde vamos a sacar tiempo para hacer frente a eso? Estamos totalmente ocupados tratando de detener a ese loco.
– ¿Qué datos tenemos para hacer un retrato robot? -objetó Karin-. Tenemos dos testigos que han visto a la persona que podría ser el asesino. La vendedora de la cerámica de Gunilla Olsson y la vecina que observó a un hombre cerca de su casa. Además, claro está, de las amigas de Frida Lindh, que vieron al hombre del bar. Aún no sabemos si es el asesino. No es más que una sospecha. ¿Coinciden las descripciones de los testigos? ¿Y qué pasa si se equivocan? Hay dos grandes riesgos con un retrato robot. Por un lado, cabe que los testigos no lo recuerden bien y que publiquemos un retrato que no tenga nada que ver con la realidad. Por otro, es posible que en realidad no hayan visto al asesino, sino a cualquier otra persona. A mí me parece un gran riesgo publicar un retrato robot. Me parece una tontería adoptar una medida tan drástica precisamente ahora.
– ¡Drástica! -repitió Knutas con sarcasmo-. ¿Te parece extraño que se tomen medidas drásticas en esta situación? Tenemos tres asesinatos sobre la mesa y una isla entera paralizada por el miedo, mujeres que no se atreven a poner el pie en la calle en pleno verano y, en general, a toda Suecia pendiente de nosotros. ¡Pronto llamará hasta el primer ministro! Tenemos que resolver este caso, ya. Quiero detener al asesino en una semana. Cueste lo que cueste. Vamos a llamar a un dibujante inmediatamente, que empiece a hacer un retrato robot. Lo daremos a conocer tan pronto como sea posible. Además, quiero que Hagman y Nordström sean traídos aquí inmediatamente, para interrogarlos de nuevo. Y quiero interrogar personalmente a todos los que asistieron a la fiesta en casa de los Hillerström. A todos y cada unos de ellos, lo mismo que a las amigas de Frida Lindh. ¿Qué hay de la investigación del pasado de las víctimas? ¿Hay algo interesante?
Björn Hansson, de la policía nacional, contestó.
– Estamos trabajando a marchas forzadas en ello. Helena Hillerström se fue a vivir a Estocolmo cuando tenía veinte años y todo parece indicar que no conoció a Frida Lindh. Helena Hillerström y Gunilla Olsson estudiaron el último ciclo de la escuela básica y el bachillerato en centros distintos y parece que no tenían las mismas aficiones. Entre Gunilla y Frida no hemos conseguido encontrar ninguna conexión. Frida Lindh vivía, como sabéis, en Estocolmo. Su verdadero nombre era Anni-Frid y el apellido de soltera, Persson. Estas cosas llevan mucho tiempo. Y no es nada fácil, ahora que estamos en verano. Todo el mundo está de vacaciones.
– Sí, sí -dijo Knutas impaciente-. Sigue con ello y aumenta el ritmo al máximo. No hay tiempo que perder.
Tras la reunión, Knutas se encerró en su despacho. Estaba cabreado. Con todo y con todos. Se sentó ante el escritorio. Tenía la camisa pegada al cuerpo. En ella se extendían grandes manchas de sudor. Le asqueaba sentirse sucio. El calor, tan esperado, ya estaba empezando a hacérsele difícil de soportar. No podía pensar. Era casi imposible concentrarse. Lo que más le apetecía era irse a casa, darse una larga ducha refrescante y beberse un par de litros de agua con hielo. Se levantó y bajó las persianas. En la comisaría no tenían aire acondicionado. Consideraban que costaba demasiado caro instalarlo, dado que lo necesitaban tan pocos días al año. Tenía sus esperanzas puestas en las obras de reforma que iban a realizarse en otoño; era de suponer que tendrían el sentido común de instalar entonces el aire. «Joder, para resolver estos asesinatos tan complicados, tendré que poder concentrarme», pensó Knutas irritado. El hallazgo de la ropa era de todos modos un paso adelante. Iría a inspeccionar la caseta más tarde. En aquel momento, lo mejor era dejar trabajar tranquilos a los técnicos en aquel lugar. Empezó a ojear las carpetas que contenían las transcripciones de los interrogatorios. Tres carpetas: una para Helena Hillerström, otra para Frida Lindh y otra más reciente para Gunilla Olsson. Tenía la desagradable impresión de que las cosas se le habían ido de las manos en aquella investigación. Al menos, eso le había demostrado su viaje a Estocolmo, con el interrogatorio de los padres de Helena Hillerström y el aborto al que nadie se había referido antes. ¿Cómo se habían realizado los otros interrogatorios? Decidió repasar todas las actas de los interrogatorios una vez más. Las de los padres de las víctimas, en primer lugar.
Gunilla Olsson era huérfana, y a su hermano aún no lo habían localizado. Abrió la carpeta de Frida Lindh. Gösta y Majvor Persson. Calle Gullvivegränd 38, en Jakobsberg. Tenía pensado ir a verlos durante su visita a Estocolmo, pero el hallazgo de la ropa se lo impidió. Empezó a leer. El interrogatorio parecía en regla, pero Knutas quería de todas formas hablar con los padres.
Descolgaron el auricular al cuarto tono. Se oyó una voz femenina débil al otro lado del auricular.
– Persson.
Knutas se presentó.
– Será mejor que hables con mi marido -dijo la mujer con voz aún más débil, casi inaudible-. Está fuera en el jardín. Espera un momento.
Enseguida oyó al marido:
– Sí, diga.
– Soy el comisario de la policía judicial de Visby, Anders Knutas. Me encargo de la investigación del asesinato de vuestra hija. Sé que la policía ya os ha interrogado, pero me gustaría haceros algunas preguntas más.
– Bien…
– ¿Cuándo visteis a vuestra hija por última vez?
Una pequeña pausa. El hombre respondió con la voz apagada.
– Fue hace ya mucho tiempo. No nos veíamos muy a menudo, por desgracia. La relación pudo haber sido mejor. Nos vimos cuando se mudaron. Los niños querían despedirse. Ésa fue la última vez.
Hubo otra pausa, un poco más larga. Luego volvió a oír su voz.
– Pero yo hablé con ella por teléfono la semana pasada, cuando Linnea cumplió cinco años. Bueno, al menos quería hablar con los nietos el día de su cumpleaños.
– ¿Cómo te pareció que estaba Frida entonces?
– Parecía contenta por una vez. Me contó que empezaba a sentirse a gusto en Gotland. Fue duro para ella al principio. En realidad no quería irse a vivir allí. Lo hizo porque Stefan quería. Fue el colmo, que fuera a encontrarse precisamente con un chico de Gotland. Ella detestaba Gotland, nunca quiso hablar del tiempo en que vivimos allí.