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Sintió un malestar profundo. Apenas tuvo tiempo de reaccionar: vomitó con violencia en el suelo.

Entonces sonó el teléfono. Los pitidos retumbaban por toda la casa.

En lugar de contestar, fue al cuarto de baño a lavarse. El mareo hacía que le temblaran las piernas. Había matado a las tres, una tras otra. Ahora sólo quedaba ella.

Volvió a sonar el teléfono. Bajó la escalera dando tropezones.

Era Johan.

– Hola, soy yo. He terminado antes. Voy a salir ahora.

Emma no podía articular las palabras.

– ¿Qué pasa? ¿Te ocurre algo?

Se dejó caer en el suelo con el auricular pegado a la mejilla. Susurró las palabras.

– He descubierto la relación que hay entre las víctimas. Las tres iban a la misma clase en sexto. A mi clase… Eramos un grupo de chicas que nos burlábamos de un chico que iba a una clase paralela. Tiene que ser el asesino. Una vez le metimos los calzoncillos en la boca. Exactamente lo que ha hecho con ellas. Las ha asesinado a todas menos a mí. ¿Entiendes? Soy la siguiente. Imagínate si está aquí. Tal vez esté demasiado alterada, pero me ha seguido un coche durante el último trecho hasta aquí, hasta la casa. Después, ha dado la vuelta. Lo conducía un hombre.

– ¿Qué coche era?

– Un Saab viejo. Creo que era rojo y…

No alcanzó a decir más. La línea se cortó.

La ducha había empezado a lanzar chorros de agua fría sobre su cabeza enjabonada, cuando sonó el móvil. Knutas se había tomado un respiro para ir a casa a comer. Se dio una ducha de agua fría, para ver si se le aclaraban las ideas. Oyó que contestaba su esposa.

No pasaron más de veinte segundos cuando comenzó a aporrear la puerta del cuarto de baño.

– ¡Anders, Anders, sal! Tienes que ponerte al teléfono. ¡Es urgente!

Cerró el grifo, abrió la puerta y empuñó el auricular. Su mujer echó mano a una toalla de baño y le ayudó a secarse, mientras él escuchaba. La voz que sonaba al otro lado estaba muy alterada.

– Soy Johan Berg de Noticias Regionales. Envía coches y gente a la isla de Farö. ¡Enseguida! Emma Winarve se encuentra allí sola en la casa de sus padres, y cree que el asesino va tras de ella. Piensa que está allí en estos momentos. Ha encontrado la relación. Todas las víctimas iban a la misma clase en sexto y eran un grupo que se burlaba de un chico de otra clase. Las ha matado a todas excepto a ella.

– ¿Qué demonios me estás diciendo?

– Emma está segura de que el chico del que se reían es el asesino. Ellas le metieron los calzoncillos en la boca una vez.

– ¿Cómo se llama?

– No lo sé. No ha tenido tiempo de decírmelo. La conversación se ha cortado. Pero cree que el tipo está allí ahora. Un coche la siguió hasta la casa. Luego desapareció. Era un viejo Saab. Rojo. Tenéis que ir allí. Yo ya estoy en camino.

– ¿Dónde, en Farö?

Johan leyó en voz alta la descripción del camino que Emma le había hecho.

– Hay que cruzar Ekeviken y pasar el indicador de Skär. Luego se llega a un kiosco de helados que está cerrado. Tuerce a la izquierda y entra en un camino a través del bosque que va hasta el mar. Conduce hasta el final del camino. Allí está la casa.

– Espéranos -le dijo Knutas tranquilo-. No te adelantes.

– ¡Una mierda! Ocúpate de llegar allí y rápido.

Johan colgó el teléfono y Knutas marcó el número del oficial de guardia.

– Envía tres coches patrulla a Farö. ¡Ahora mismo! El asesino de las mujeres al que andamos buscando es probable que se encuentre allí. Ordena a la policía local de Farö que se dirija a Norsta Auren. Que vayan todos armados y con los chalecos antibala. El sospechoso parece que viaja en un Saab rojo de modelo antiguo. Diles que ahora se pongan en marcha, ya daré más instrucciones luego. Bloquea el transbordador, al menos el que sale de Farö, hasta que lleguemos nosotros. Nadie puede salir de la isla. ¿Comprendido? Yo llamaré a Jacobsson, localiza a Wittberg y a Norrby. Diles que se pongan en contacto conmigo. Tienen que dirigirse también a Farö. Además, alguien tiene que localizar a Olle Winarve. Pedidle que se ponga en contacto conmigo.

Knutas cortó la comunicación y marcó el número del móvil de Karin.

– Soy Anders. ¿Dónde estás?

– Haciendo la compra en Hemköp.

– Déjalo todo y sal a toda prisa. Espérame en la calle Norra Hansegatan, en el lado de la comisaría. Paso a buscarte.

– ¿Qué pasa?

– Luego te lo contaré.

Se puso los calzoncillos y los pantalones. Su mujer no preguntó; se limitó a alcanzarle el chaleco antibalas y el arma reglamentaria. Él no tuvo que explicarle nada, y se lo agradecía.

Un minuto después se encontraba en el coche policial con las luces azules y las sirenas ululando; y con champú en el pelo.

Se lavó las manos minuciosamente. Frotando con el jabón una y otra vez. Quería sentirse totalmente limpio cuando llegara el momento. Se había dado una ducha larga y cálida, lavado la cabeza y afeitado. Hizo un derroche de agua caliente, algo en lo que sus padres siempre habían economizado. Después sacó la camisa, los pantalones y la corbata, y se vistió con esmero.

La corbata se la había regalado su madre las Navidades pasadas. Ahora le venia bien. Estaba solo en casa. Su padre había salido de pesca con el vecino. Su madre estaba haciendo la compra, pero volvería enseguida.

Oyó rechinar la grava cuando el coche entró en el patio. Estaba absolutamente tranquilo. Lo había preparado muy bien. Todo lo que necesitaba estaba en el granero. Limpio y arreglado.

Se contempló en el espejo, y se sintió satisfecho con lo que vio. «Un hombre en sus mejores años, que por fin se va a poner al frente de su propia vida», pensó antes de cerrar la puerta del cuarto de baño y bajar la escalera para encontrarse con su madre.

Ella iba cargada de bolsas.

– ¿Por qué no has venido a ayudarme? -le espetó en tono de reproche-. ¿No me has oído llegar? Podías imaginarte que tenía muchas cosas que descargar.

Ni siquiera lo miraba mientras le hablaba. Tampoco advirtió que se había arreglado. No hizo más que quitarse los zapatos, dejar su abrigo viejo y feo en un colgador de la entrada y empezar a meter las bolsas. Como siempre, aquel tono de reproche con voz de mártir, cargado de autocompasión. Se quedó inmóvil mirándola fijamente en silencio. Siempre la decepcionaba. Nunca fue de otra manera. Sus esperanzas no se correspondían con la realidad. Siempre exigía algo más de él. Algo excepcional. Nunca tuvo la sensación de que su madre estuviera del todo satisfecha con algo que hubiera hecho. En cambio, favoreció a su hermana. Su hermana menor, a quien le iba tan bien. Que nunca discutía, nunca creaba ningún problema, que era aplicada en la escuela, tenía muchas amigas y jamás se quejaba ni protestaba. Durante años y años anheló un cálido abrazo, un amor sin exigencias, una madre que no esperase nada, que sólo estuviese allí. No lo consiguió. En vez de eso, lo había excluido, y constantemente estuvo buscándole fallos. Se esforzó, vaya si se esforzó, pero nunca era lo bastante bueno. Su madre no supo que había sido atormentado y humillado. Se lo tuvo que tragar todo él solo, vergüenza incluida. Nunca sintió que pudiese contárselo.

Sus propios fracasos se los había achacado a él. Por su culpa, no pudo ver realizado su sueño: estudiar enfermería.

Él tenía que sufrir porque su madre estaba insatisfecha con su vida. Porque no obtenía un buen trabajo. Porque no quería a su marido. Se había convertido en una mujer amargada, arrugada, que sólo sentía compasión de sí misma.

¿De qué se había responsabilizado su madre? ¿De su propia vida? ¿De la de sus hijos? ¿De él?