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– ¿Cómo liados?

– Sí, creo que han estado juntos alguna vez. Helena lo negaba, pero yo creo que es así.

– ¿Y no serán tus celos los que te llevan a pensar eso?

– No, no lo creo.

– ¿Cuánto tiempo habéis estado juntos, Helena y tú?

– Seis años.

– Es bastante tiempo. ¿Cuántos años tienes?

– Treinta y ocho.

– ¿Cómo es que no os habéis casado, ni habéis tenido hijos?

– Yo lo he deseado durante mucho tiempo. Helena estaba más indecisa. Empezó a estudiar bastante tarde y quería trabajar más antes de formar una familia. Aunque existía el proyecto de casarnos. Habíamos hablado de ello.

– ¿Te sentías inseguro en la relación? Ya que te pusiste tan celoso…

– No, no sé. Había mejorado mucho. Hacía mucho tiempo que no me enfadaba de esa manera. Ayer, sin más, metí la pata.

– ¿Sabes si se llevaba mal con alguien de aquí, de la isla? ¿Alguien a quien le cayera mal?

– No, era de ese tipo de personas que caen bien a todo el mundo.

– ¿Sabes si la han amenazado alguna vez?

– No.

– ¿Os relacionabais con otras personas aquí, en Gotland, además de las que asistieron a la fiesta?

– Sólo con algunos familiares de Helena. Su tía, que vive en Alva y algunos primos, en Hemse… Pero, por lo general, solíamos ir a nuestro aire. Vinimos aquí, precisamente, para relajarnos… y huir del estrés que teníamos en casa… y va y pasa esto.

Apenas podía seguir hablando.

Knutas pensó que de momento no había motivo para seguir con el interrogatorio y lo interrumpió.

Cuando Anders Knutas, comisario y jefe de la policía judicial de Visby, terminó el interrogatorio con Per Bergdal, se encerró en su despacho para concentrarse y reflexionar unos minutos. Se dejó caer pesadamente sobre la vieja silla de su escritorio, desgastada por el uso. Aquella silla de roble le había acompañado durante todos aquellos años. Tenía el respaldo alto y el asiento de piel suave. Se volvió despacio y la silla se columpió un poco cuando se apoyó en el respaldo. Era como si con los años se hubiera adaptado a él. En su vieja silla era donde mejor pensaba.

Anders Knutas era muy meticuloso con estos momentos. Eran especialmente importantes cuando había mucho dramatismo a su alrededor. Como ahora. Su larga experiencia dentro de la policía le había enseñado a aprovechar cualquier indicio al comienzo de una investigación. De lo contrario, era fácil que, con las prisas, se pasaran por alto cosas que podían llegar a revelarse importantes o, incluso, decisivas para la solución del caso. Empezó por cargar la pipa.

Con el pensamiento retrocedió a las impresiones que había tenido en el lugar del crimen. El cuerpo ensangrentado. Las bragas en la boca. El perro degollado. ¿Qué le decía esa escena macabra? Era difícil juzgar si se trataba de una muerte planeada o no. De que se había producido como fruto de un terrible ataque de cólera, no cabía duda.

El forense llegó en avión desde Estocolmo por la tarde. Ya se encontraba en el lugar de los hechos. Knutas decidió visitar el lugar del crimen al día siguiente, cuando todo estuviera bastante más tranquilo.

Le interrumpió una llamada en la puerta. Karin Jacobsson asomó la cabeza.

– Ya están todos aquí. ¿Vienes?

– Claro -respondió levantándose.

Había doce agentes de la policía judicial en Visby. En aquel momento, la mayor parte de ellos se encontraba fuera, en la zona de Fröjel, recabando información de los testigos y asegurando las huellas en el lugar del suceso. Knutas y sus colaboradores más cercanos se reunían con el fiscal, Birger Smittenberg, para repasar lo que revelarían a la prensa y lo que debían mantener todavía en secreto. Se sentaron alrededor de la envejecida mesa de pino en la sala de reuniones, que quedaba enfrente del despacho de Knutas. La sala tenía unas paredes de cristal que daban al pasillo, de manera que se podía ver quién pasaba por él. No obstante, ahora las ligeras cortinas de algodón estaban corridas.

Knutas se sentó en uno de los extremos de la mesa y miró con atención a sus colegas. Le gustaba aquel grupo. Karin Jacobsson, su colaboradora más cercana y con quien mejor debatía, vivaz y menuda, una morena de treinta y siete años que vivía sola. A su lado, Thomas Wittberg, diez años más joven, un policía muy capaz. Especialmente por su técnica para interrogar. De alguna manera, sacaba siempre más de aquellos a quienes interrogaba que ningún otro. Lars Norrby, separado, vivía con sus dos hijos en casa. Casi dos metros de estatura, de trato agradable, perfil correcto. Perfecto para tratar con la prensa. Erik Sohlman, el técnico del grupo. Fuerte y temperamental, casi colérico. Y, además, Birger Smittenberg, curtido fiscal jefe del juzgado de primera instancia de Gotland, nacido en Estocolmo y casado con una cantante de Gotland, de quien se enamoró tanto como de la isla. Ya llevaba viviendo allí veinticinco años. La colaboración con él funcionaba estupendamente, eso había pensado siempre Knutas.

– Sólo una charla corta ahora -precisó el comisario cuando abrió la reunión convocada de urgencia-. Estamos trabajando a tope con el asesinato y, al mismo tiempo, desgraciadamente, tenemos que hablar con la prensa. Ya han empezado a llamar. Tanto de aquí, los medios locales, como de la Península. Es increíble la rapidez con la que se extiende una noticia así -masculló meneando la cabeza-. Me pregunto cómo es posible. Pues bien, no vamos a revelar la identidad de la víctima. La prensa, de todos modos, se va a enterar, más temprano que tarde. Vamos a contar que todo apunta a un asesinato, pero no facilitaremos ningún detalle. No diremos nada del perro, las bragas o los cortes. No diremos nada de la probable arma del crimen, no desvelaremos nada de ninguna pista. Con toda seguridad van a llamar periodistas a todo el personal de la comisaría para intentar obtener información. Remitidlos a todos a que hablen conmigo o con Lars. Nadie dirá nada. Absolutamente nada. ¿De acuerdo?

Se escuchó un murmullo aprobatorio.

– Enviaré un comunicado interno con las instrucciones precisas después de la reunión -dijo Norrby-. La regla básica sigue vigente: mantener a los periodistas a distancia. Os van a caer encima tanto fuera, en la ciudad, como aquí. No digáis ni mu.

– Además, quiero que nos reunamos directamente después de la rueda de prensa en mi despacho, para ver cómo va el trabajo -añadió Knutas-. Aprovechad y comed algo ahora, para que podáis seguir en pie. Vamos a tener que trabajar toda la noche. Me he puesto en contacto con la Policía Nacional. Mañana nos enviarán algún refuerzo. Esto va a ser largo y exigirá muchos recursos si no detenemos al asesino enseguida.

Desde luego, era terrible que ocurriera un asesinato tan brutal, pero al propio tiempo sentía un cosquilleo de excitación en la boca del estómago.

Sabía lo que significaba aquel cosquilleo. Estar ante la expectativa de enfrentarse a un caso complicado. ¿Cómo podría uno llamarlo? ¿Amor al trabajo? Una paradoja que no podía explicarse ni siquiera a sí mismo.

Y quizá fuera ésa la fuerza que lo impulsaba.

Aún era de día cuando el avión tomó tierra en el aeropuerto, poco después de las nueve. El trayecto en taxi hasta la ciudad fue rápido (el aeropuerto está sólo a tres kilómetros al norte de Visby).

– ¡Qué impresionante es la muralla!

Peter no había estado nunca en Gotland.

– Fue construida en el siglo XIII -le explicó Johan-. Mide más de tres kilómetros y medio de longitud y es una de las murallas mejor conservadas de Europa. Ya ves la cantidad de torres que tiene. Enseguida pasaremos por la Puerta Norte para llegar al hotel. Tiene también varios arcos de entrada, y los grandes llevan el nombre de tres de los puntos cardinales: Österport, Söderport y Norderport. Nunca ha existido ningún Västerport. Al oeste se encuentra el mar con el puerto de Visby. Y ésa -añadió, señalando por la ventana- es la catedral de Sankta Maria, también del siglo XIII.