¿Podría esconderse en algún otro sitio? Claro que podía haberse escondido fuera. Pero era poco probable. El riesgo de que lo descubrieran era demasiado grande. ¿Podría tener algún compinche? Sí, pero no era lo más probable. ¿Quién iba a querer ayudar a un loco que podía hacer cualquier barbaridad?
Emma había ideado varios planes alternativos, cuando se abrió la trampilla. Hagman llevaba un cuchillo.
– Oye, por favor, no me hagas daño -le suplicó, cuando lo tuvo ante sí.
Tenía el cuchillo en la mano; el filo brillaba en la oscuridad.
Hagman la miró con una mueca inescrutable.
– ¿Y por qué no habría de hacerlo?
– Entiendo por qué has matado a las otras. Fue horrible lo que te hicimos.
– Tú no entiendes nada -chilló él con ira, con los ojos muy abiertos.
La única arma de la que Emma disponía era la palabra. Así que continuó.
– Sé que es imperdonable, y después de aquello he pensado muchas veces en ponerme en contacto contigo. Quería pedirte perdón. Lo siento. Pero sólo éramos unas niñas.
– Sólo unas niñas -repitió con sarcasmo-. Así que eso crees. He sufrido un infierno toda mi vida por lo que me hicisteis. He vivido siempre acojonado. Hicisteis que nunca pudiera relacionarme con chicas, que nunca me atreviera a acercarme a la gente. He estado solo, tan terriblemente solo… Sólo unas niñas -volvió a decir con voz llena de odio-. Sabíais muy bien lo que hacíais. Me destrozasteis la vida. Ahora os ha llegado la hora de pagar por ello.
Emma intentó desesperadamente encontrar algo más que decir. Ganar tiempo. Por otra parte, tenía un miedo atroz a provocarlo.
– ¿Por qué me has dejado a mí la última?
– No creas que ha sido una casualidad. Lo he calculado todo con mucho cuidado.
– ¿Y eso?
– Quería vengarme de quienes me hicieron sufrir según un orden y empezando con la peor. Cuando acabé con ella, le llegó el turno a Helena.
– ¿Con ella? ¿Quién?
Por un momento, el miedo dejó paso a la sorpresa.
El la miraba en la oscuridad.
– Mi madre, por llamarla de alguna manera. Todos creen que se suicidó -añadió, y se rio con tristeza-. La policía es tan torpe… Se tragaron todo el anzuelo. Pero fui yo. La maté, y disfruté al hacerlo. No tenía ningún derecho a vivir. Una madre que tiene hijos de los que no quiere saber nada… ¿Qué clase de madre es ésa?
Jens Hagman había aumentado el tono de voz y casi gritaba. Se notaba la falta de aire en el bunker.
– ¿No se ocupaba de ti? -susurró Emma, tratando de calmarlo.
– Soy un aborto vagabundo. Siempre lo he sido. Un hijo no deseado -masculló con dureza-. Pero esa bruja pagó por ello. Sí, tuvo lo suyo -declaró con aire triunfal, mirándola muy fijo.
No pudo dejar de ver la locura que brillaba en aquella mirada.
La idea se abrió paso con toda crudeza: no tenía escapatoria. No volvería a ver a sus hijos. Se esforzó al máximo para no romper a llorar, para no perder los nervios.
En ese momento se oyó el ruido lejano de un helicóptero. Hagman se estremeció y escuchó con atención.
– No te muevas, o te mato directamente -gritó-. Y manten la boca cerrada.
El helicóptero parecía que volaba en círculo justo por encima de ellos. De repente se oyó la voz de Knutas a través de un megáfono.
– ¡Jens Hagman! Somos de la policía. Sabemos que estás ahí dentro. Lo mejor es que te entregues. Estás rodeado y hemos inmovilizado tu coche. No tienes ninguna posibilidad de escapar. Lo mejor que puedes hacer es entregarte. ¡Sal con las manos en la cabeza!
Hagman levantó del banco con tanta fuerza a Emma, que ésta a punto estuvo de caerse al suelo. Le puso el cuchillo al cuello, mientras avanzaba de espaldas hasta el ventanuco. Miró hacia fuera. Emma vislumbró el mar. Era notorio que estaba desconcertado. Estaba en apuros, y eso seguro que lo hacía más peligroso aún. Ella deseaba que aflojara la presión sobre su cuello.
Hubo unos momentos de silencio.
Después se volvió a oír la voz del megáfono.
– ¡Hagman! Te habla la policía. No tienes salida. ¡Sal con las manos en la cabeza!
Jens Hagman reaccionó en silencio y con rapidez. Le cortó la cuerda de los tobillos, la empujó delante de él escaleras arriba y levantó la trampilla. Iba justo detrás de ella. El aire caliente la golpeó. Emma vio la posibilidad de huir. Ella llegaría arriba antes que él. La escalera era estrecha y la abertura del bunker tan angosta que sería imposible que salieran los dos a la vez. Cuando se encontraba ya casi a nivel del suelo e iba a dar el último paso para salir del bunker, dio una patada con todas sus fuerzas a Hagman, que se encontraba debajo de ella en la escalera. La patada lo alcanzó en la cara y lanzó una blasfemia. Al momento sintió su mano alrededor del tobillo y se desplomó.
El intento de huida había fracasado antes de empezar siquiera. Hagman le silbó al oído:
– Otra treta como ésta y estás muerta. Que lo sepas.
Emma entornó los ojos para poder ver algo en la luz de la mañana y observó tanto como le fue posible desde su posición. Se encontraban al lado de un bosque, con el mar a un lado y verdes colinas al otro, rodeados de policías arma en mano. En una colina algo más alejada se encontraba Anders Knutas con el megáfono.
Hagman la tenía sujeta delante de él como un escudo.
– ¡Que se retiren todos los policías! Si no, me la cargo aquí y ahora. Sólo puede quedarse el comisario. Quiero un coche con el depósito lleno y cien mil coronas en una cartera dentro del coche. Además de comida y bebida suficiente para dos personas durante tres días. Si no hacéis lo que digo, le rebano el cuello. ¿Lo habéis entendido? ¡Y rápido! Si no tengo el coche aquí dentro de dos horas, la mato.
Knutas bajó la mano con la que sujetaba el megáfono. Pasaron unos minutos.
– Haremos lo que podamos -le contestó.
Se volvió hacia un colega que había a su lado y cambiaron unas palabras. Cinco minutos después habían desaparecido todos los policías. Hagman seguía en la misma posición que antes. Emma contemplaba el mar y las gaviotas que sobrevolaban el agua, las amapolas en flor, las clavelinas azules y las achicorias. Una belleza que le hacía daño. Volvió a pensar en sus niños. Habían comenzado sus vacaciones de verano y aquí estaba ella. A un milímetro de la muerte.
Knutas hablaba por un teléfono móvil. Cuando terminó la conversación, gritó hacia ellos.
– Tenemos problemas para conseguir el dinero tan deprisa. Necesitamos más tiempo.
La agarró con más fuerza.
– Me importan un carajo vuestros problemas. Ocúpate de obtener el dinero. Disponéis exactamente de una hora y cincuenta minutos. ¡Si no, morirá!
Para subrayar sus palabras, dio a Emma un corte en el cuello, que empezó a sangrar. No sintió ningún dolor.
Casi dos horas más tarde apareció en la carretera un Audi de color verde, a unos cien metros de donde se encontraban. Un policía se bajó del coche. Knutas se dirigió a Hagman.
– El coche tiene el depósito lleno y las llaves puestas.
El policía levantó un maletín, lo abrió y les mostró el contenido. Tomó un fajo de billetes.
– Y en el maletín hay cien mil coronas en billetes de cien -gritó Knutas-. Además de comida y bebida. Exactamente lo que has pedido.
– Bien-contestó Hagman gritando-. Alejaos por lo menos doscientos metros del coche. Después, quiero un salvoconducto para el transbordador. Tiene que llevarnos a Fárösund. Si no, la mataré -volvió a decir.
– ¡Entendido!
Jens Hagman empujó a Emma delante de él en dirección al coche. Su captor miraba sin cesar a los lados.
Salió derrapando. El Audi dio la vuelta y muy pronto estuvieron en la carretera principal en dirección a Fárösund.
A Emma se le arremolinaban los pensamientos. Tenía que hacer algo. Tan pronto como se hubieran quitado de encima a la policía, la mataría. Estaba convencida de ello. Ya se estaban acercando al barco, como se podía ver en las señales marcadas en el asfalto de la carretera.