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– No -contestó Quinn, acomodándose en un sillón y casi susurrando. No es que te siga alguien. Creemos más bien que ya tienes metidos en el trasero a todas las organizaciones terroristas, las bandas criminales y los servicios de espionaje de países hostiles. Se ha hecho un contrato cuyo objeto eres tú. Un contrato singular. Alguien ha hecho una oferta (por decirlo de alguna manera) que ninguna de estas organizaciones puede rechazar.

– Muy bien, pues, explícamelo poquito a poco para que no me muera del susto -dijo Bond esbozando una amarga sonrisa-. ¿Cuánto valgo?

– Bueno, es que no te quieren todo entero. Sólo la cabeza.

Steve Quinn le contó inmediatamente el resto de la historia. Al parecer, «M» había recibido una noticia confidencial dos semanas antes de la partida de Bond. La empresa que controlaba el sur de Londres había intentado sacar a Bernie Brazier de la isla. En otras palabras, la más poderosa organización del hampa del sur de Londres trató de sacar a Bernie Brazier de la prisión de máxima seguridad de Packhurst, situada en la isla de Wight. Brazier cumplía condena perpetua por el asesinato a sangre fría de un famoso personaje de los bajos fondos de Londres. En resumen, Bernie Brazier era el mejor mecánico de Gran Bretaña, término educado para designar a un asesino a sueldo.

– El plan de huida fracasó. Una auténtica chapuza. Cuando todo terminó, nuestro amigo Brazier quiso cerrar un trato -prosiguió diciendo Quinn-, y, como tú sabes, a la policía metropolitana no le hacen mucha gracia los tratos. Entonces, él pidió entrevistarse con alguien de las hermanas.

Se refería a la organización hermana MI-5. La petición fue rechazada, pero los datos se transmitieron a «M», el cual envió a la prisión de Packhurst a su más hábil interrogador. Brazier afirmó que pretendían sacarle de la cárcel para realizar un trabajo que pondría en peligro la seguridad del país. A cambio de la información, quería una nueva identidad y un lugar en el sol con dinero suficiente como para poder malgastarlo a manos llenas.

Bond permaneció curiosamente impasible mientras Quinn le describía la terrible escena. Sabia que el demonio personificado que era «M» prometía el oro y el moro a cambio de una buena información de espionaje y que, al final, daba a su confidente el mínimo posible. Y así fue. Otros dos interrogadores se trasladaron a Packhurst y mantuvieron una larga conversación con Brazier. Por último, se trasladó allí el propio «M» en persona para cerrar el trato.

– ¿Y Bernie lo dijo todo? -preguntó finalmente Bond.

– Parte de ello. El resto lo revelaría una vez se encontrara a salvo en una isla tropical con suficientes mujeres y vino como para provocarle un infarto antes de un año -el rostro de Quinn se endureció-. Al día siguiente de la visita de «M», encontraron a Bernie en su celda… ahorcado con una cuerda de piano.

En la habitación se escuchaban los gritos de los niños que jugaban junto al embarcadero, la sirena de uno de los barcos del lago y el lejano zumbido de una avioneta deportiva. Bond preguntó qué había revelado el difunto Bernie Brazier.

– Que tú eres el objetivo de este contrato singular. Una especie de competición.

– ¿Competición?

– Al parecer, se han fijado unas normas y el ganador será el grupo que consiga entregar tu cabeza a los organizadores…, nada menos que en bandeja de plata. Cualquier criminal auténtico, terrorista u organismo de espionaje puede entrar en liza, pero tiene que ser aceptado por los organizadores. La competición empezó hace cuatro días, y hay un plazo de tres meses. El vencedor se embolsará diez millones de francos suizos.

– Pero, ¿quién demonios…? -empezó a decir Bond.

– «M» descubrió la respuesta hace menos de veinticuatro horas, con la ayuda de la Policía Metropolitana. Hace aproximadamente una semana, arrestaron a media hampa del sur de Londres y permitieron la intervención de una brigada pesada de «M». Dio resultado o «M» está dando resultado, no sé muy bien cuál de las dos cosas. Lo que sé es que cuatro jefes de bandas criminales de Londres han solicitado protección a lo largo de las veinticuatro horas del día, y creo que la necesitan. El cuarto se le rió a «M» en la cara y se largó dando un portazo. Me parece que le encontraron anoche. En bastante mal estado, por cierto.

Cuando Quinn empezó a explicar los detalles de la muerte del hombre, hasta Bond experimentó un acceso de náuseas.

– Jesús…

– …le salve -dijo Quinn, terminando la frase sin el menor asomo de ironía-. Confiemos en que Él haya salvado a este pobrecillo. El forense dice que tardó una eternidad en morir.

– ¿Y quién organizó esta siniestra competición?

– Por cierto, incluso le han dado un nombre -dijo Quinn con aire ausente-. Se llama la Caza de Cabezas. No hay ningún premio de consolación, sólo el primero. «M» calcula que habrán tomado la salida treinta asesinos profesionales.

– ¿Quién está detrás de todo esto?

– Tus viejos amigos de ESPECTRO – la Dirección Especial de Contraespionaje, Terrorismo, Venganza y Extorsión-; y, en particular, el sucesor de la dinastía Blofeld con quien ya tuviste un roce un poco desagradable, según me ha dicho «M»…

– Tamil Rahani. El llamado coronel Tamil Rahani.

– El cual será, en cuestión de tres o cuatro meses, el difunto Tamil Rahani. De ahí el plazo que se ha fijado.

Bond guardó silencio un instante. Sabía muy bien lo peligroso que podía ser Tamil Rahani. Nunca se pudo averiguar de qué forma consiguió el cargo de jefe de ESPECTRO, cuyo liderazgo siempre estuvo en manos de la familia Blofeld. Sea como fuere, el brillante e ingenioso estratega Tamil Rahani se convirtió en el jefe de ESPECTRO. Bond le vio en su imaginación como si le tuviera delante de los ojos: moreno, musculoso, rezumando dinamismo por todos sus poros. Era un jefe despiadado, cuyo poder se extendía a muchos países.

Recordó la última vez que vio a Rahani, descendiendo en paracaídas sobre Ginebra. Su punto fuerte como comandante lo constituía el hecho de situarse siempre en primera línea de combate. Hacía un mes, tras la última reunión, trató de liquidar a Bond. Desde entonces hubo pocas emboscadas, pero Bond estaba seguro de que aquella espantosa competición era obra del siniestro Tamil Rahani.

– ¿Quieres decir que este hombre tiene los días contados? ¿Que se va a morir?

– Hubo una repentina fuga en paracaídas… -contestó Quinn sin mirarle a los ojos.

– Sí.

– Me han dicho que se rompió la columna vertebral al tomar tierra. Eso le provocó un cáncer de médula. Al parecer, le han visto seis especialistas. No hay esperanza. Dentro de cuatro meses, Tamil Rahani será el difunto Tamil Rahani.

– ¿Quién más interviene, aparte ESPECTRO?

– «M» está trabajando en ello -contestó Quinn, acariciándose la oscura barba-. Muchos de tus viejos enemigos, por supuesto. Para empezar, los miembros del que antiguamente era el Departamento V del KGB, el SMERSH…

– Departamento Ocho del Directorio 5: KGB -dijo Bond sin la menor vacilación.

Quinn siguió adelante como si no le hubiera oído:

– …y después, prácticamente todas las organizaciones terroristas conocidas, desde las antiguas Brigadas Rojas hasta las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional puertorriqueñas, las FALN. Con este premio de diez millones de francos suizos has despertado una enorme expectación…

– Has mencionado el hampa.

– Claro, la británica, la francesa, la alemana, por lo menos tres familias de la Mafia y, me temo que también la Union Corse. Desde la muerte de tu aliado Marc-Ange Draco no han sido muy amables que digamos…

– ¡Ya basta! -exclamó Bond, interrumpiéndole con aspereza.

Steve Quinn se levantó del sillón sin hacer el visible esfuerzo que hubiera cabido esperar de un hombre de su envergadura, simplemente un rápido movimiento de un segundo entre el estar sentado y el estar de pie.