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El día fijado llegó y los diablillos se reunieron en el pantano y hablaron de sus negocios.

El primero habló de Seman y dijo:

—Mi trabajo va por buen camino. Mañana Seman irá a casa de su padre.

Sus compañeros le preguntaron cómo se las había arreglado para alcanzar este resultado, a lo que contestó:

—Mi primer cuidado fue inspirar a Seman un valor tan grande, que prometió al Zar que le conquistaría el mundo entero. Entonces el Zar le nombró jefe de su ejército y le envió a pelear contra el zar de las Indias. Los ejércitos estaban ya a la vista. Por la noche, mojé la pólvora de los soldados de Seman; luego fui al campamento del zar indio y fabriqué soldados de paja.

Las gentes de Seman, habiendo observado que de todos lados avanzaban soldados, cobraron miedo. Entonces Seman ordenó hacer fuego; pero ni los cañones ni los fusiles dispararon.

Asustáronse los soldados de Seman y se dispersaron como corderos. Y el zar indio los pasó a cuchillo. Seman ha caído en desgracia; le han quitado el señorío, y quieren matarle mañana.

Poco me queda ya que hacer; sacarle de la cárcel para que pueda irse a su casa. Mañana todo quedará listo. Decidme, pues, a cuál de vosotros dos he de ayudar.

El segundo diablillo habló de Tarass:

—Mi negocio marcha, también, viento en popa; no necesito ayuda. No pasarán ocho días sin que Tarass vea cambiada su posición… Lo primero que hice fue hincharle más el vientre, y aumentar aún su afán de lucro. Codiciaba tanto y tanto el bien ajeno que anhelaba adquirir todo cuanto veía. Ha comprado muchas cosas con su dinero, y sigue comprando; pero, ahora, con dinero prestado. Es demasiada carga para sus hombros y está tan metido, que no podrá salir del aprieto. Dentro de ocho días vencen los plazos; he trocado sus mercancías en estiércol; no podrá pagar, y tendrá que irse a casa de su padre.

Preguntaron al tercer diablillo, el cual habló así:

—¿Qué queréis que os diga? Mi asunto con Iván no marcha bien. Comencé por escupir dentro de su jarro de sidra para producirle dolor de tripas. Fui a su campo, endurecí la tierra como piedra para que no pudiese labrar. Pensaba que no podría hacerlo; pero él, el Imbécil, vino con su arado y roturó la tierra. Aunque le costaba mucho, él proseguía con afán.

Entonces le rompí el arado; volvió a su casa, tomó otro, y de nuevo se puso a labrar. Me metí entonces bajo tierra, y quise sujetarle la reja; tampoco conseguí detenerle, porque empujaba con demasiado brío; además, con el filo del arado me ensangrenté las manos. Sólo le falta un surco por labrar. Venid, hermanos míos, necesito me ayudéis, pues, si no le dominamos, nuestros esfuerzos se perderán. Si el Imbécil sigue trabajando, no sentirán la miseria; él mantendrá a sus hermanos.

El diablillo de Seman prometió volver al día siguiente, después de lo cual se separaron.

III

Iván había arado todo el campo, menos un surco Tenía dolor de vientre y, sin embargo, necesitaba trabajar. Limpió el arado y empezó su labor. Pero apenas habla comenzado, se sintió detenido por una raíz: era el diablillo que se habla aferrado a la reja y le detenía.

—¡Que raro es esto! —pensaba Iván.

Metió la mano en el surco y buscando tocó una cosa blanda. La cogió y la sacó Era un objeto negro como una raíz: pero, encima de ella, algo se movía.

—¡Cómo! ¡Un diablillo vivo! ¡Vaya con el bicho malo!

Iván hizo ademán de aplastarle contra el suelo. El diablillo empezó a gemir:

—No me mates y haré cuanto quieras.

—¿Y qué harás por mí?

—Lo que gustes; pide lo que quieras.

Iván se rasco la cabeza y luego de pensar dijo:

—Me duele el vientre; ¿sabrías curarme?

—Sí, puedo curarte.

—Hazlo, pues, en seguida El diablillo se agachó hacia el surco y, escarbando con las uñas sacó una raíz con tres tallos y se la dio a Iván.

—Toma —díjole—; basta que te tragues una de estas puntas para que tu dolor desaparezca.

Iván arrancó una punta y se la tragó. En el acto dejo de dolerle el vientre.

El diablejo volvió a suplicarle:

—Suéltame ahora —dijo—. Me escurriré bajo tierra y no volveré más por aquí.

—Sea —dijo Iván—. ¡Vete con Dios!

Y en cuanto Iván hubo pronunciado el santo nombre de Dios, el diablillo se hundió en lo más profundo de la tierra, como una piedra en el agua. Sólo dejo un agujero como rastro.

Iván guardó los otros dos tallos en su gorro, y volvió a labrar. Concluyó lo que le faltaba, dio vuelta al arado y regreso a su casa.

Desunció, entro en la isba [4]y vio a su hermano mayor, Seman el Guerrero, sentado a la mesa con su esposa para cenar. Le habían confiscado su hacienda y, a duras penas, había logrado escapar de la cárcel para refugiarse en casa de sus padres.

Seman dijo a Iván, al verle entrar:

—He venido para vivir en tu Casa. Manténme con mi mujer hasta que encuentre otro domicilio.

—Sea según tu voluntad —dijo Iván—. Vivid aquí, en paz.

Pero como Iván fuese a sentarse en un banco, su cuñada, molesta por el olor del Imbécil, dijo a su marido:

—No puedo comer con un mujik que apesta, Seman el Guerrero se volvió hacía Iván.

—Mi esposa dice que hueles mal. Harás bien en ir a comer al establo.

—Como queráis —repuso—. Precisamente es ya de noche, y es hora de dar el pienso a la yegua.

El Imbécil cogió pan, se puso el caftan y se retiró para hacer la guardia de noche.

IV

El diablillo de Seman el Guerrero, listo de su labor, llegó, según lo convenido, en ayuda del diablillo de Iván para vencer entre los dos al Imbécil, Fue al campo en busca de su camarada, pero sólo encontró el agujero por dónde había huido.

—Sin duda —pensó— le ha sucedido alguna desgracia a mi compañero. Es preciso sustituirlo. La tierra está labrada. Cogeré al Imbécil en la siega.

Y se fue al prado y cubriólo de barro. Al despuntar el día, Iván regresó de su guardia de noche, cogió la hoz y marchó a segar.