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Al empezar el trabajo, no le cortó la hoz. Díjose entonces:

—Volveré a casa en busca de una piedra de afilar y cogeré pan.

—¿Es testarudo este imbécil! —dijo el diablo al oír estas palabras—. No le venceremos fácilmente.

Iván afiló la hoz y se puso a segar, concluyendo su trabajo. No quedaba nada más que un trocito de prado a la orilla de un pantano.

El diablillo se zambulló en el pantano, diciendo para sí:

«—Antes me dejo cortar las patas, que consentir que siegue este trozo.»

Aquí la hierba era corta; no obstante, Iván no podía manejar la hoz Se enfadó, y lanzóla con todas sus fuerzas, partiendo por la mitad la cola del diablillo, que permanecía oculto tras un arbusto. Concluido su trabajo, ordenó a su hermana que recogiera el heno, y se fue por su lado, provisto de una zapa a cortar el centeno.

El diablejo había enredado los tallos e Iván tuvo de volver a casa, dejar la zapa que de nada le servía, y tomar de nuevo la hoz para segar. Y cortó así todo el centeno.

—Es preciso ahora que me apresure para la avena‑díjose.

El diablillo de la cola cortada le oyó, y pensó:

—No pude impedir que segara el centeno, pero veremos quién puede en la avena. No necesito más que aguardar hasta mañana.

Y llegó, al rayar el día, al campo de avena; mas ésta estaba ya cortada. Iván había trabajado toda la noche.

El diablillo se incomodó, exclamando:

—La ha cortado toda. Ni en la guerra me cansé tanto ni tuve tantos apuros. No duerme el maldito y no hay manera de adelantársele. Iré ahora al pajar y haré que se pudra.

En efecto, el irritado diablillo fue hacia las eras, metióse entre las gavillas y trató de pudrirlas. Las calentó y con el calor se quedó dormido.

Iván aparejó su yegua y, acompañado de su hermana, fue en busca de sus haces. Llegó al montón en que se había dormido el diablillo, levantó dos gavillas con la horca y la metió justo por el trasero del diablillo.

—¡Dale con este bicho! ¿Aun andas por aquí?

—Yo soy otro —gruñó—. El que tú dices era un compañero mío. Yo estaba en casa de tu hermano Seman.

—Quienquiera que seas, no me importa; tendrás el mismo fin.

—Déjame —suplicó —. ¡No volveré más y te complaceré en lo que gustes!

—Y ¿qué puedes hacer tú?

—Puedo hacer soldados con cualquier cosa.

—Y ¿para qué sirve eso?

—Para lo que gustes: un soldado sirve para todo.

—¿Sabrán cantar?

—Sí.

—Pues, a ver cómo los haces.

—Toma esta gavilla de centeno —explicó el diablillo—. Sacude las espigas contra el suelo y di: «Mi esclavo manda que dejes de ser gavilla, y que cada una de tus espigas se trueque en soldados», Iván hizo lo que el diablejo le indicara; la gavilla se esparramó y los tallos se convirtieron en otros tantos soldados, que desfilaron al son de los clarines y al redoblar de los tambores.

Iván se echó a reír y exclamó:

—¡Esto si que es divertido! ¡Será la alegría de las mozas!…

—Bueno —dijo el diablillo— pero, ahora, suéltame.

—No, quiero rehacer mi haz para no perder mis granos. Enséñame el medio de cambiarlos otra vez en gavillas.

El diablo repuso entonces:

—Di: «Tantos soldados, tantas espigas. Mi esclavo manda que os volváis de nuevo gavillas.»

Iván obedeció consiguiendo lo que apetecía.

El diablillo suplicó, nuevamente, le soltara. Iván lo dejó en el suelo, lo aguantó con una mano y con la otra le quitó la horca.

—¡Vete con Dios! —le dijo Iván; pero apenas hubo éste pronunciado tan dulce nombre, el diablillo se hundió en el suelo como una piedra en el agua, dejando un agujero como rastro de su paso.

Iván volvió a su casa; en ella encontró a su hermano Tarass con su mujer, que estaban cenando. Tarass el Panzudo no había podido cumplir con sus compromisos, y se refugiaba en casa de su padre.

Al ver a Iván, díjole:

—Oye, Iván: hasta que sea rico otra vez, manténme con mi mujer.

—Como quieras; vivid aquí a vuestro gusto.

El Imbécil se quitó el caftán y se sentó a la mesa.

—No puedo comer con el Imbécil —dijo la mujer del comerciante—; huele a sudor.

Tarase el Panzudo, volviéndose hacía su hermano, dijo:

—Iván, hueles mal. Vete a comer fuera.

—Como quieras —dijo Iván. Cogió pan y se fue al corral—. De todos modos he de salir para la guardia de noche, y el pienso del caballo.

V

El diablejo de Tarass, terminada su tarea, partió en auxilio de sus camaradas como estaba convenido. Llegó al campo del Imbécil, buscó y a nadie halló. Sólo encontró un agujero. Se fue al prado y tropezó con la cola de su segundo compañero y, en el campo de centeno, otro agujero, Ah! —se dijo—. Les habrá ocurrido alguna desgracia. Debo substituirles para combatir a Iván.

Y el diablillo se fue en busca de Iván. Pero éste había concluido sus faenas en los campos y estaba cortando árboles en el bosque. Sus hermanos, encontrándose estrechos en la casa de Iván, le habían mandado que les construyese casa propia, Y el diablillo corrió al bosque, se deslizó entre las ramas y se propuso estorbar a Iván en su trabajo.

Iván cortó el árbol de modo que cayera en un sitio adecuado y comenzó, luego, a empujarlo: pero el árbol se desvió, y se enredó con los árboles contiguos; Iván se dio muy mal rato antes de lograr derribarlo.

Atacó entonces otro árbol y se produjo el mismo hecho. Trabajó como un desesperado y, sólo a costa de grandes esfuerzos, logró abatirlo.

Todavía cortó otro y otro, mas siempre sucedíale lo mismo. Iván pensaba cortar unos cincuenta, y no había logrado cortar diez cuando sobrevino la noche. Estaba rendido, su cuerpo despedía un vaho como una niebla en el bosque, y seguía trabajando. Sintió tal fatiga que, no pudiendo ponerse en pie, tiró el hacha y se sentó para descansar.

El diablillo, al ver que Iván se sentaba, se alegró. Pensó:

—¡Bueno! Ahora abandonará el trabajo. También yo descansaré un rato.

Y se sentó a horcajadas sobre una rama, muy contento. Pero he aquí que Iván se levanta, empuña nuevamente el hacha, la blande y la tira con todas sus fuerzas contra un árbol, que cayó de un golpe, crujiendo El diablillo no tuvo tiempo de retirarse, la rama se desgajó y le pilló una pata.

—Pero bicho feo, ¿otra vez por aquí?