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—Es que yo —dijo— soy otro. Yo estaba en casa de tu hermano Tarass.

—Quienquiera que seas, tendrás tu merecido.

Iván, enarbolando el hacha, se disponía a dar con ella al diablillo.

—No me des con el hacha —suplicó—. Haré por ti cuanto quieras.

—¿Y qué puedes tú hacer?

—Tanto oro como desees.

—Pues ya lo estás fabricando —ordenó el Imbécil.

—Recoge estas hojas de roble —explicó el diablillo—, frótalas entre tus manos y verás caer el oro a raudales.

Iván tomó las hojas, las frotó y el oro cayó.

—Servirá para juguete de los niños El diablejo pidió la libertad e Iván. Cogiendo la pértiga, le soltó diciendo: Vete con. Dios.

De igual modo que los otros, apenas el Imbécil hubo pronunciado el santo nombre de Dios, el diablillo se hundió en los abismos de la tierra, como la piedra en el fondo del agua, y no quedó de su paso más rastro que un agujero.

VI

Cuando los hermanos tuvieron casa, se instalaron cada cual en la suya. Iván, terminadas las labores del campo, fabricó cerveza, e invitó a Seman y a Tarass a una fiesta en su isba.

Sus hermanos rehusaron.

—¡Cómo si no supiéramos lo que es una fiesta de mujik!

Iván festejó a los mujiks vecinos, a las babas [5], y bebió él también; hasta llegó a alegrarse un poco, y salió a la calle a ver las khórovods [6]. Hizo más: se acercó a ellas e invitó a las muchachas a que cantaran en honor suyo.

—Quiero ofreceros —les dijo— una cosa que jamás habéis visto.

Las babás rieron como descosidas y las muchachas cantaron sus alabanzas.

Cuando hubieron acabado, le dijeron:

—Ahora te toca darnos lo prometido.

—En seguida os lo traigo.

Y cogiendo una criba se fue al bosque próximo. Las jóvenes reían y exclamaban:

—¡Que imbécil!

Y luego ya nadie se acordó de él. Pero al cabo de un rato le vieron volver corriendo, con la criba llena.

—Ea, ¿queréis?

—Si, sí —dijeron a coro.

Iván cogió un puñado de oro y lo tiró a las muchachas.

—¡Pero, padrecito…!

Y admiradas, se tiraron al suelo para recogerlo.

Los mujiks también acudieron, y se quitaban unos a otros las monedas de oro. Una pobre anciana corrió peligró de morir aplastada. Iván se reía.

—¡Oh, pequeños imbéciles! ¿Por qué hacéis daño a una babuchka [7]? ¡Tened más cuidado!

Os daré cuanto queráis.

Y volvió a echarles puñados de oro. Tenía en torno suyo a una gran muchedumbre. Iván había vaciado la criba, y aun le pedían más. Entonces dijo:

—No; no hay más. Otro día volveré a daros. Y ahora, ¡bailemos y cantemos!

Las jóvenes empezaron a cantar.

—No son bonitas vuestras canciones —les dijo—, ¿no sabéis otras?

—¿Acaso las sabéis vos mejores? —le contestaron.

—Desde luego. Vais a oírlas.

Y, al decir esto, se fue a la era, cogió una gavilla, y, según se lo había enseñado el diablillo, sacudió las espigas sobre el suelo.

—¡Ea! —dijo—. «Mi esclavo manda que dejes de ser gavilla y que cada una de tus espigas se truequen en soldados».

La gavilla se esparramó y los tallos se convirtieron en soldados. Redoblaron los tambores y los clarines sonaron. Iván mandó a los soldados que cantasen y que desfilasen con él por las calles. Los espectadores quedaron asombrados. Cuando los soldados hubieron acabado de cantar, Iván se los llevó otra vez a la era, prohibiendo que nadie le acompañase, cambió otra vez en gavillas a los soldados. Fuese luego a su casa y se echó a dormir.

VII

A la mañana siguiente, su hermano mayor. Seman el Guerrero, se enteró de todo lo ocurrido y fue a ver a Iván.

—Dime —le preguntó—, ¿de dónde sacaste los soldados y dónde los escondiste?

—¿Para qué quieres saberlo?

—¡Cómo que para qué! —replicó—. ¡Pero si con soldados se puede conseguir todo!

¡Hasta conquistar todo un reino!

Iván se admiró.

—¿Y por qué no me lo has dicho antes? Yo te daré los que quieras. Precisamente, entre mi hermana y yo hemos recogido muchos.

Iván se llevó a su hermano a la era, y le dijo:

—Fíjate bien: yo voy a hacerte soldados, pero tú te los llevarás, porque si hubiera que mantenerlos devorarían en un día todo lo que hay en la aldea.

Seman prometió llevarse los soldados, y entonces Iván puso manos a la obra. Sacude una gavilla, y hete aquí una compañía; sacude otra, y sale una nueva compañía. Los soldados ocupaban ya casi el campo.

—Bien, ¿tienes bastante o no?

Seman, muy regocijado, respondió:

—Sí, tengo bastantes. Gracias, Iván.

—Cuando precises más, ven; yo te daré todos los que necesites. Precisamente estamos sobrados de centeno.

Seman el Guerrero dio sus órdenes al ejército, lo formó y se fue a pelear.

Apenas hubo partido, llegó Tarass el Panzudo. Acababa de enterarse de lo que había ocurrido la víspera.

—Dime: ¿de dónde sacas el oro? Si yo obtuviese el dinero tan fácilmente como tú, podría reunir todo el que hay en el mundo.

Iván se sorprendió.

—¿Es de veras? ¿Por qué no lo dijiste antes? Voy a darte cuanto quieras.

El hermano no cable de gozo.

—Dame sólo tres cribas.

—Bien —le dijo—. Vamos al bosque; pero unce el caballo, si quieres traértelo todo.

Se fueron al bosque Iván restregó las hojas de roble entre sus manos y amontonó gran cantidad de oro.

—¿Te basta?

—Por ahora sí —dijo Tarass muy contento—. Gracias, Iván.

—Conforme. Si necesitas más, ven; no es hoja lo que falta.

Tarass cargó una carreta con el dinero y fuese a traficar.

De nuevo Seman peleaba, y Tarass comerciaba. Y Seman el Guerrero conquistó todo un reino. Y Tarass ganó muchísimo dinero.