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-Este… Pero…

-¡No puedo, Mary!

-¿No puedes?

-¿Por qué no puedes?

-Te diré… Él… él… Bueno… El caso es que me obligó a prometer que no lo contaría.

La mujer de Richards lo miró de arriba abajo y dijo con mucha lentitud:

-Te… lo hizo… prometer?

-¿Por qué me dices eso, Edward?

-Crees que yo sería capaz de mentirte, Mary?

Turbada, se quedó en silencio durante un rato, luego puso su mano en la de su marido y dijo:

-No… No. En tu vida has dicho una mentira, pero ahora que los cimientos de las cosas parecen estar desmoronándose bajo nuestros pies, nosotros… nosotros…

Por un momento la señora Richards se quedó sin voz y luego dijo desfalleciendo:

-No nos dejes caer en la tentación… Creo que has hecho realmente esa promesa, Edward. Así sea. Dejemos el asunto. Ahora… todo eso ha pasado, volvamos a ser felices; no es hora de nubes.

A Edward le costó un gran esfuerzo complacerla, porque su espíritu no hacía sino vagar, tratando de recordar qué favor le había hecho a Goodson.

La pareja pasó despierta la mayor parte de la noche. Edward preocupado, pero no muy feliz. Mary haciendo proyectos sobre qué haría con el dinero. Edward trataba de recordar aquel favor.

Su conciencia se sentía atormentada por una pizca de amargura, pensando en la mentira que le había dicho a su mujer… si se trataba de una mentira. Y si se trataba de una mentira, -¿qué? -¿Era una cosa tan grave? Después de todo, -¿no nos comportamos quizá de forma mentirosa? Y entonces, -¿por qué no mentir? Mirad a Mary, por ejemplo; mientras él se apresuraba a hacer su acto de honradez, -¿qué estaba haciendo Mary? -¡Lamentarse de que los papeles no hubiesen sido destruidos y de no haberse quedado con el dinero! -¿Es acaso mejor robar que mentir?

Este punto perdió ahora su aguijón; la mentira pasó a un segundo plano, dejando tras sí el consuelo. Pero existía aún otro problema:

-¿Había hecho él efectivamente ese favor? Estaba el testimonio del mismo Goodson, como se podía leer en la carta de Stephenson. No podía haber mejor testimonio: era hasta la prueba de que había hecho el favor. Desde luego. De modo que el punto quedaba resuelto. No, no del todo. Recordó con sobresalto que aquel desconocido señor Stephenson tenía alguna duda sobre si la persona que había hecho el favor era Richards o algún otro… y…

-¡Dios mío! -¡Había dejado en sus manos una cuestión de honor! Él mismo tenía que decidir adónde debía ir a parar el dinero, y el señor Stephenson no dudaba de que, si él no era el hombre tascado, iría honestamente en busca del mismo. -¡Oh!, era terrible poner a un hombre en semejante situación.

-¡Ah! -¿Por qué habría expresado Stephenson aquella duda? -¿Por qué había querido aquella intromisión?

La meditación prosiguió.

-¿Cómo se explicaba que Stephenson recordara el nombre de Richards como aquél que había hecho el favor y no algún otro nombre? Esto tenía buen aspecto. -Sí, muy buen aspecto. En realidad, su aspecto era cada vez mejor…, hasta que se convirtió en una verdadera prueba. Y entonces Richards la expulsó inmediatamente de su espíritu, porque su instinto personal le decía que, cuando quedaba establecida una prueba, era preferible dejarla así.

Ahora se sentía razonablemente cómodo, pero quedaba aún otro detalle, que se le imponía. Desde luego él había hecho aquel favor, esto ya estaba admitido, pero -¿en qué consistía el favor? Era indispensable recordarlo; no se iría a dormir mientras no lo recordara. Y así se puso a pensar. Y pensó, pena, pensó uno docena de cosas favores posibles, -hasta probables-, pero ninguno le parecía adecuado, ninguno de ellos parecía lo bastante grande, ninguno de ellos parecía valer aquel dinero, la fortuna que Goodson quería dejarle en su testamento. Y, además, el no recordaba haberlo hecho. Y bien… Y Bien.. ¿Qué clase de favor podía ser para tornar tan exageradamente agradecido a un hombre.

-¡.Ah!

-¡Debía ser la salvación de su alma! Sin duda, se trataba de eso. Ahora recordaba cómo había emprendido antaño la tarea de convertir a Goodson y cómo había trabajado en eso durante no menta de…; iba a decir tres meses, pero después de un examen más detenido disminuyó el término a un mes, luego a uno semana, después a un día, finalmente a nada. -Sí, ahora recordaba y con poco grata nitidez que Goodson !e había dicho que se fuera al diablo y que se ocupara de sus asuntos. -¡Él no tenía ganas de seguir a Hadleyburg en el paraíso!

Por eso aquella solución estaba equivocado: él no había salvado el alma de Goodson. Richards se sintió desalentado. Al poco tiempo se le ocurrió otra idea. ¿Habría salvado los bienes de Goodson? No, eso aro: Goodson carecía de bienes.

-¿Su vicia? ¿Eso era! Naturalmente. Debía de habérsele ocurrido untes. Esta vez, con seguridad, estaba sobre la verdadera pista. E1 molino de su imaginación empozo a funcionar empecinadamente al cubo de un instante.

Después, durante dos fatigosas horas, se dedicó' a salvarle la vicia a Goodson. La salvaba en todo tipo de formas difíciles y peligrosas. En todos los casos la salvaba satisfactoriamente hasta cierto punto. Luego, cuando estaba empezando a convencerse de que aquello había sucedido realmente así, aparecía un molesto detalle que hacía todo inverosímil. Como cuando lo salvaba de morir ahogado, por ejemplo. En ese caso Richards arrastraba a Goodson hasta la orilla en estado de inconsciencia, mientras una multitud miraba y aplaudía, pero, cuando ya lo había pensado todo y estaba empezando a recordarlo, aparecía un conjunto de detalles insalvables: toda la ciudad tendría conocimiento del hecho, también lo tendría que saber Mary y él mismo debía recordarlo muy bien, en lugar de ser un insignificante favor que le había hecho "posiblemente sin saber su verdadero valor". Y, en este punto, Richards recordó que, además, él no sabía nadar.

Ah… había un punto que se le había pasado por alto desde el principio: debía haber un favor que le había hecho "posiblemente sin saber su verdadero valor". Esto habría limitado las investigaciones. Y así, precisamente con esto, poco a poco, encontró el hilo del asunto. Goodson, muchos años antes, había estado a punto de casarse con una dulce y linda muchacha llamada Nancy Hewitt, pero sin saber muy bien por qué el noviazgo se había roto. La muchacha murió; Goodson siguió siendo soltero y poco a poco se convirtió en un hombre amargado, que despreciaba abiertamente al género humano. Poco después de morir Nancy, la ciudad descubrió o creyó descubrir que aquélla había tenido algo de sangre negra en las venas. Richards trabajó durante no poco tiempo con estos detalles y por fin, le pareció recordar cosas relativas a aquella historia, que se le habían perdido en la memoria. Le pareció recordar vagamente que era él quien había descubierto lo de la sangre negra, que era él quien se lo había dicho a la ciudad, que la ciudad le había comunicado a Goodson la fuente del hallazgo, que él había salvado así a Goodson de casarse con una muchacha de color, que él le había hecho aquel gran favor "sin saber su verdadero valor", pero que Goodson sabía su valor y que se bahía salvado a duras penas del peligro y por eso se había ido a la tumba agradecido a su benefactor y lamentando no poder dejarle un patrimonio. Todo resultaba ahora claro y simple, y cuanto más lo meditaba Richards, más claro y seguro se sentía. Finalmente, cuando se acurrucó para dormir satisfecho y feliz, recordó todo aquello como si hubiese ocurrido el día anterior. En realidad recordaba vagamente que Goodson le había expresado su gratitud en cierta ocasión. Mientras tanto Mary había invertí, do seis mil dólares en una casa nueva para sí y un par de pantuflas para su pastor, y luego se había quedado apaciblemente dormida.