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(La concurrencia lo miró, maravillada) Váyase y refórmese. (Murmullos:

-¡Asombroso! -¿Qué quiere decir esto?»)

Este papel manifestó el presidente está firmado por Thurlow G. Wilson.

-¡Exacto! exclamó Wilson.

-¡Supongo que eso lo aclara todo! Yo sabía perfectamente que mi papel había sido robado.

-¡Rolado! replicó Billson. Le advierto que ni usted ni ningún hombre de su catadura puede arriesgarse a…

PRESIDENTE:

-¡Orden, caballeros!

-¡Orden! Les ruego que se sienten.

Los dos autores de los escritos obedecieron, meneando la cabeza y gruñendo irritados. El público estaba profundamente intrigado; no sabía cómo explicarse aquel curioso suceso. Al poco rato se puso de pie Thompson. Thompson era el sombrerero. Le habría gustado ser uno de los diecinueve ciudadanos importantes, pero tal destino no era para él. Sus existencias de sombreros no bastaban para asegurarle semejante posición. Y dijo:

-Señor presidente, permítaseme, una sugerencia… ¡No podrían estar en lo cierto ambos caballeros? Le sugiero esto…

-¿No podrían ambos haberle dicho casualmente las mismísimas palabras al forastero?

Me parece que el curtidor se puso de pie y le interrumpió. El curtidor era un hombre amargado; se creía con méritos para figurar entre los diecinueve importantes, pero no podía conseguir que se lo reconocieran, lo que le hacía algo desagradable en sus modales y en su manera de hablar. Dijo:

-¡Vamos, no se trata de eso! Eso puede ocurrir dos veces en cien años, pero no lo otro. -¡Ninguno de los clon clip los veinte dólares!

Un estallido de aplausos.

Billson:

-¡Yo los di!

Wilson: -¡Yo los di!

Luego se acusaron mutuamente de robo.

PRESIDENTE: -¡Orden! Les ruego que se sienten. Ninguno de los sobres ha estado fuera de mis bolsillos ni un momento. UNA voz: Entonces…

-¡Eso lo soluciona todo!

CURTIDOR: Señor presidente, hay algo muy evidente: uno de esos hombres ha estado fisgando bajo la cama del otro y robando secretos de familia.

-Si la insinuación es poco democrática, haré notar que ambos son capaces de ello. [PRESIDENTE: -¡Orden! -¡Orden!»] Retiro la insinuación, señor, y me limitaré a sugerir que, si uno de ellos ha oído por casualidad al otro mientras revelaba a su mujer la famosa frase, podemos descubrirlo ahora.

UNA VOZ: -¿Cómo?

CURTIDOR: Fácilmente. Ninguno de los dos ha citado la frase con palabras exactamente iguales. Ustedes lo habrían notado, si no hubiera mediado un inconsiderable espacio de tiempo y una excitante pelea entre ambas lecturas.

UNA VOZ: Diga la diferencia.

CURTIDOR: La palabra mucho está en la carta de Billson y no figura en la otra.

MUCHAS VOCES: Así es -¡Tiene razón!

CURTIDOR: Y por lo tanto, si la presidencia consiente examinar la indicación encerrada en el talego, sabremos cuál de estos dos impostores (PRESIDENTE: «-¡Orden! -¡Orden!»]…, cuál de estos dos aventureros… [PRESIDENTE: -¡Orden! -¡Orden!]…, cuál de estos dos caballeros… Risas y aplausos] tiene derecho a ostentar el título de primer fanfarrón deshonesto jamás criado en esta ciudad…, ;a la cual ha deshonrado y que será desde ahora para él un lugar asfixiante! [Fuertes aplausos.]

MUCHAS VOCES: -¡Ábralo! -¡Abra el talego!

El reverencio Burgess pegó un corte en el talego, metió la mano dentro y sacó un sobre. En él se hallaban dos papeles doblados. El reverendo dijo:

-Uno de estos papeles contiene la frase: «No deberá ser examinada, hasta que no se hayan leído todas las comunicaciones escritas dirigidas a la presidencia, si las hubiere». Sobre el otro papel está escrito: Prueba. Un momento. Dice así: «Yo no exijo que la primera mitad de la indicación de mi benefactor sea repetida con toda exactitud, porque no era muy notable y puede haber sido olvidada, pero sus quince palabras finales sí que son notables y las creo fáciles de recordar, y, a no ser que éstas sean reproducidas con exactitud, el que reclame será considerado un impostor. Mi benefactor empezó diciendo que él rara vez daba un consejo, pero añadió que, cuando lo daba, el consejo llevaba siempre el sello de mucha calidad. Luego dijo esto… que El hombre que corrompió Hadleyburg nunca se me ha borrado de mi memoria: ..Usted no es malo …..

CINCUENTA VOCES: Eso aclara todo. -¡El dinero es de ¡Wilson! -¡Wilson! -¡Wilson! -¡Que hable! -¡Que hable!

Todos se levantaron de un salto y se agolparon alrededor de Wilson, estrujándole la mano y felicitándolo con fervor, mientras el presidente descargaba golpes con su maza y gritaba:

-¡Silencio, caballeros!

-¡Silencio!

-¡Silencio!

Permítanme que termine de leer, por favor.

Al restablecerse el silencio, se reanudó la lectura, oyéndose lo siguiente:

«Váyase y refórmese, o, recuerde mis palabras, un día, por sus pecados, morirá e irá al infierno o a Hadleyburg… PROCURE ACABAR EN EL INFIERNO»

Hubo un silencio espantoso. Primero, sobre los rostros de los ciudadanos comenzó a cernirse una nube de enojo; tras una pausa, la nube empezó a disiparse y una expresión divertida trató de ocupar su sitio y lo intentó con tal esfuerzo, que sólo pudo evitarse con grande y penosa dificultad. Los reporteros, los nativos de Brixton y demás forasteros abatieron sus cabezas y protegieron sus rostros con las manos y lograron contenerse con mucho esfuerzo y heroica cortesía. En ese inoportuno momento estalló en medio del silencio el bramido de una voz solitaria, la de Jack Halliday:

-¡Esto sí que es un buen consejo!

Entonces los presentes, incluso los forasteros, cedieron. Hasta la gravedad del señor Burgess se desmoronó en el acto y el público se consideró oficialmente libre de toda contención y usó su privilegio al máximo. Fue una buena y prolongada tanda de riquezas y de risas tempestuosamente sinceras, pero que por fin cesó, durando lo bastante para que el señor Burgess intentara reanudar su discurso y para que la agente se secara parcialmente los ojos. Luego Burgess patio proferir estas graves palabras: Es inútil que tratemos de disimular el hecho.

Nos encontramos frente a un asunto muy importante. Está en juego el honor de nuestra ciudad, amenaza su buen nombre. La diferencia de una sola palabra entre los textos presentados por el señor Wilson y por el señor Billson era, en sí misma, una cuestión muy seria, ya que demostraba que uno de estos dos señores era culpable de robo Los dos hombres aludidos estaban sentados con la cabeza gacha, pasivos, aplastados; pero, al oír estas palabras, se movieron como electrizados e hicieron ademán de levantarse -¡Siéntense! dijo el presidente bruscamente; ambos obedecieron. Eso, como acabo de decir, era una cosa seria. Y lo era…, pero sólo para uno de y ellos. Con todo, el asunto ha tomado un cariz más grave, porque ahora el honor de ambos está en peligro. -¿Debo ir más allá aún y decir que se trata de un peligro que no se puede desenredar? Ambos han omitido las palabras decisivas.