-¡Que no salga ninguno de los incorruptibles) -¡Que se sienten todos!
El mandato fue obedecido.
-¡Saque otro! -¡Léalo! -¡Léalo!
El presidente volvió a sacar un sobre y brotaron nuevamente las familiares palabras 'Usted dista de ser un hombre malo.
-¡El nombre! -¡El nombre!
-L. Ingoldsby Sargent.
-¡Cinco elegidos! -¡Pongámoslos todos juntos, _uno encima de otro! -¡Adelante, adelante!
Usted dista de ser a:
-¡El nombre! -¡El nombre!
-Nicholas Whitworth.
-¡Hurra! -¡Hurra! -¡Hoy es un día feliz!
Alguien comenzó a cantar estas palabras con la bonita música de la melodía Cuando ten hombre tiene miedo, una .hermosa doncella…, de la opereta El mikado. [1]El público con alborozo hizo coro y entonces, un instante después, alguien aportó otro verso:
Y no olvides esto …»
Y todos los presentes lo repitieron con fuertes vozarrones. Inmediatamente otro aportó otro verso: «Lo corruptible está lejos de Hadleyburg…» El público lo festejó también estruendosamente.
Al extinguirse la última nota, la voz de Jack Halliday se elevó aguda y clara, grávida, con un verso finaclass="underline"
Pero no duden de que los Símbolos están aquí!
Lo cantaron con atronador entusiasmo. Luego la satisfecha concurrencia empezó por el principio y repitió dos veces los cuatro versos, con enorme ímpetu y vibración, y los remató con un estrepitoso triple vítor un viva final por Hadleyhurg la incorruptible y todos los Símbolos a los que esta noche consideremos dignos de recibir el sello de garantía.
Entonces los gritos a la presidencia se reanudaron en todo el recinto: -¡Siga! -¡Siga! -¡Lea! -¡Lea más! -¡Lea todo lo que tenga!
-¡Eso! -¡Siga! -¡Conseguiremos una fama inmortal!
En ese momento se levantaron una docena de hombres y empezaron a protestar. Dijeron que la farsa era obra de algún perverso bromista y que significaba un insulto para toda la ciudad. Sin duda, las Firmas eran todas falsas -¡Siéntense! -¡Siéntense! -¡Cállense! Ustedes están confesando. Encontraremos sus nombres en el montón.
-¿Cuántos de esos sobres tiene, señor presidente?
El presidente contó.
-Junto con los ya examinados, diecinueve.
Estalló una tempestad de aplausos burlones. Quizá todos contienen el secreto. Propongo que el presidente abra todos y lea todas las firmas que figuran en los papeles… y también que lea las primeras ocho palabras de cada uno.
-¡Apoyo la moción!
Se puso con práctica y se llevó adelante ruidosamente. Entonces el pobre viejo Richards se puso de pie y también su esposa se puso a su lado, con la cabeza gacha, paro que nadie advirtiera sus lágrimas. Su marido le dio el brazo y, mientras la sostenía así, comenzó a hallar con voz trémula:
-Amigos míos… Ustedes nos conocen a los dos, a Mary y a mí, desde que estamos en este mundo, y creo que nos han querido y respetado…
El presidente lo interrumpió:
-Permítame. Es completamente cierto lo que nos dice, señor Richards. Esta ciudad los conoce a ustedes, los quiere, los respeta; más aún, los honra y los ama…
La voz de Halliday resonó de manera estridente:
-¡También ésta es una verdad!
-Si el presidente tiene razón, que el público hable y lo diga.
-¡Arriba! Ahora, vamos…
-¡Hip!
-¡Slip! -¡Hurra!
-¡Todos a una!
El público se puso en pie a la vez, volvió sus rostros hacia la anciana pareja, llenó el aire de una nevada de pañuelos que se agitaban y profirió los vítores con todo
el afecto de su corazón.
Entonces, el presidente prosiguió:
-Lo que yo iba a decir era esto: Conocemos su buen corazón, señor Richards, pero éste no es el momento pura ejercer la caridad con los transgresores de la moral Gritos de: «-¡Exacto! -¡Exacto!..). Leo en el rostro de ustedes dos su generoso propósito, pero no puedo permitirles que defiendan a esos hombres…
-Pero yo iba a…
-Le ruego que tome asiento, señor Richards. Debemos examinar el resto de esos sobres; lo exige la más mínima equidad para con los hombres que hemos dejado ya al descubierto. Apenas se haya hecho esto, le doy mi palabra de que le escucharemos.
MUCHAS VOCES: -¡Muy bien! -¡El presidente tiene razón! -¡No puede permitirse interrupción alguna a estas alturas! -¡Siga! -¡Los nombres! -¡Los nombres! -¡De acuerdo con los términos de la moción!
La anciana pareja se sentó a regañadientes y el marido le murmuró a la esposa:
Es clarísimo tener que esperar. Nuestra vergüenza será mayor que nunca cuando se descubra que sólo íbamos a interceder por nosotros.
Nuevamente volvió a desatarse el alborozo con la lectura de los nombres.
-Usted dista de ser un hombre malo… Firmado, Robert J. Titmarsh.
-Usted dista de ser un hombre malo… Firmado, Eliphalet Weeks. -Usted dista de ser un hombre malo… Firmado, Oscar B. Wilder.
A estas alturas, a la concurrencia se le ocurrió la -¡idea de arrebatar las siete palabras de la boca del presidente. Éste se lo agradeció. A partir de aquel momento levantaba, vez por vez, el papel, y se quedaba esperando. Y, cada vez, los presentes entonaban las siete palabras con un efecto compacto, sonoro y cadencioso (que, por otra parte, mostraba un audaz y parecido con un bien conocido salmo religioso). Usted distaaa de ser un maaaalo hombre maaaalo. Luego el presidente decía: “Firmado, Achibald Wilcox”. Y así sucesivamente, nombre tras nombre, y todos lo pasaban cada vez mejor y se sentían más satisfechos, salvo los desventurados diecinueve. De vez en cuando, al pronunciarse un nombre particularmente brillante, el público hacía esperar al presidente mientras canturreaba el total de la frase, desde el principio hasta las palabras finales -¡E irá al infierno y a Hadleyburg…; procure que sea lo primeeeero!», y en esos casos especiales, los presentes añadían un magnífico y atormentado e imponente ¡Amén!»
La lista mermaba, mermaba, mermaba, mientras el pobre viejo Richards llevaba la cuenta, experimentando un sobresalto cuando se leía un nombre parecido al suyo y esperando, con dolorosa expectación, que llegara el momento en que tendría el penoso privilegio de ponerse de pie con Mary y de acabar su defensa, que se proponía cerrar con estas palabras: “…porque, hasta ahora, jamás hemos hecho nada in y correcto y hemos seguido nuestro humilde camino de nudo irreprochable. Somos muy pobres, .somos viejos ~ no tenemos quien cuide de nosotros: nos veíamos terriblemente tentados, y caímos. Cuando me levante antes, mi propósito era confesar y pedir que no fuese leído en este lugar público, porque nos podría que no podríamos soportarlo, pero se me impidió hacerlo. Es justo. Nos correspondía sufrir con los demás. Esto ha sitio duro para nosotros. Es la primera vez que hemos oído salir mancillado nuestro nombre de unos labios. Sean ustedes misericordiosos, en nombre de días mejores. Hagan que nuestra ve riqueza sea leve de llevar, en la medida concedida por vuestra caridad.