Выбрать главу

En este punto de sus meditaciones, Mary le dio un codazo al advertirle distraído. El público canturreaba “Usted dista de …”, etcétera.

-Prepárate -murmuró Mary.- Tu nombre llegará de un momento a otro; ha leído dieciocho.

El salmodiar terminó.

-¡El próximo! -¡El próximo! -¡El próximo!- llegó una andanada de todos los presentes.

Burgess metió la mano en el bolsillo. La anciana pareja, trémula, empezó a levantarse. Burgess hurgó un momento en sus bolsillos y luego dijo:

-Por lo visto ya los he leído todos.

Desfallecida por la alegría y la sorpresa, la pareja se desplomó sobre sus asientos y Mary susurró:

-¡Oh, bendito sea Dios! -¡Estamos salvados! -¡Ha perdido nuestro sobre! -¡Yo no cambiaría esto por un centenar de esos talegos! Los presentes entonaron de nuevo su parodia de El mikado y la cantaron tres veces con creciente entusiasmo, poniéndose en pie al entonar por tercera vez el verso finaclass="underline"

¡Pero no duden de que los Símbolos están aquí!

Acabaron con vítores y un viva final por» La pureza de Hadleyburg y de nuestros dieciocho inmortales representantes Entonces Wingate, el guarnicionero, se puso de pie y propuso vítores por» el hombre más limpio de la ciudad, el único ciudadano importante de Hadleyburg que no intentó robar el dinero: Edward Richards».

Los vítores fueron proferidos con grande y conmovedora cordialidad; luego alguien propuso que Richards fuese elegido único guardián y símbolo de la e ahora sagrada tradición de Hadleyburg, con poder y derecho a afrontar todo el sarcástico mundo cara a cara.

Se aprobó por aclamación. Luego la concurrencia volvió a cantar El mikado y terminó con:

«¡Pero no duden de que los Símbolos están aquí!» Hubo una pausa, luego.

UNA voz: Y bien… -¿Quién recibirá el talego?

CURTIDOR (con amargo sarcasmo): Eso es fácil. El dinero debe ser dividido entre los dieciocho incorruptibles, entre quienes dieron al atribulado forastero veinte dólares por cabeza y la famosa indicación y cada uno por su cuenta. El desfile de la procesión tardó al menos veintidós minutos. Pagaron al forastero trescientos sesenta dólares. Quieren solo que se les devuelva su préstamo más los intereses o sea, cuarenta mil dólares en total.

MUCHAS VOCES (sarcásticamente): -¡Muy bien! -¡Que se lo repartan, que se lo repartan! -¡Hay que ser misericordiosos con los pobres, no les hagan esperar! ' PRESIDENTE: -¡Orden! Ahora leeré el documento final del forastero. Dice: «-Si no apareciese nadie a reclamar la cantidad (coro de gritos, deseo que usted abra el talego y entregue el dinero a los ciudadanos más importantes de la ciudad, que deberán tomarlo en fideicomiso [gritos de: .,-¡Oh! -¡Oh! -¡Oh!»] y utilizarlo en la forma que le parezca preferible para la propagación y conservación de la incorruptible honradez de esa ciudad (más gritos, una reputación a la cual sus nombres y esfuerzos añadirán un nuevo y lejano esplendor,,. (Entusiasta estallido de sarcásticos aplausos./ Eso parece ser todo. No. Aquí, hay una postdata:

P. D.: CIUDADANOS DE HADLEYBURG: La indicación no existe. Nadie dijo tal cosa. [Gran suspiro./No hubo tal forastero pobre, ni dádiva de veinte dólares, ni bendiciones ni cumplido adjuntos. Todo eso son invenciones. (Zumbido general y canturreo de sorpresa y placer] Permítanme que les cuente mi historia, bastará con unas pocas palabras. En cierta ocasión pasé por Hadleyburg y sufrí una profunda ofensa, que no merecía. Cualquier otro se habría conformado con matar a uno o dos de ustedes y con ello se hubiera dado por satisfecho, pero a mí esto me pareció un desquite trivial e inadecuado: los muertos no sufren. Además, yo no podía matarlos a todos y, por otra parte, siendo como soy, ni aún eso me habría dejado satisfecho Quise perjudicar a tocaos los hombres de la ciudad y a todas las mujeres, y no en sus cuerpos o en sus fortunas, sino en su orgullo, el punto en que es más vulnerable la gente débil y tonta. De modo que me disfracé y volví y les estudié. Ustedes eran presa fácil. Tenían una antigua y elevada reputación de honradez y, naturalmente, se enorgullecían de ella: la honradez era el tesoro de los tesoros, la niña de sus ojos. Apenas hube descubierto que se mantenían ciudadosa y atentamente y mantenían a sus hijos al margen de la tentación, supe cómo debía proceder. -¿No comprenden ustedes, seres simplones, que la más débil de todas las cosas débiles es la virtud que no ha sido probada por el fuego? Esbocé un plan y reuní una lista de nombres. Mi proyecto consistía en corromper a Hadleyburg la incorruptible. Mi intención era convertir en mentirosos y ladrones a cerca del medio centenar de hombres y mujeres intachables, que jamás profirieran una mentira ni rogaran un penique en su vida. Temí a Goodson. Éste no había nacido en Hadleyhurg ni se había criado en esa ciudad. 'temí que, si empezaba a ejecutar mi plan exponiendo mi carta ante ustedes, se diría: Goodson es el único de nosotros que hubiera sido capaz de darle veinte dólares a un pobre diablo» y que, entonces, no habrían mordido mi cebo. Pero el cielo se lleve a Goodson, entonces comprendí que yo estaba a salvo y eché mi caña y puse el cebo. Quizá no atrapara a todos los hombres a quienes envié por correo el presunto secreto, pero atraparía a la mayoría de ellos, si conocía el temperamento de Hadleyburg. [VOCES: «Es exacto. Los atrapó a todos.»). Estoy convencido de que, por miedo de perderlo, llegaríais a robar hasta lo que es con toda evidencia .dinero de juego», vosotros, pobres víctimas de una educación equivocada y de la tentación. Confío en aplastar para siempre vuestra vanidad y en darle a Hadleyburg una nueva reputación, esta vez duradera, y que llegará lejos. -Si he obtenido éxito, abran c talego y convoquen a la comisión para la propagación y salvaguarda de la reputación de Hadleyburg».

UN CICLON DE VOCES: -¡Ábranlo!… -¡Ábranlo! -¡Que se adelanten los dieciocho! -¡La comisión para la propagación de la tradición! -¡Que se adelanten los incorruptibles!

El presidente abrió el talego, lo vació, recogió un puñado de relucientes monedas anchas, amarillas; las juntó, luego las examinó.

-¡Amigas, no son más que discos de plomo dorados!

Hubo un estruendoso estallido de satisfacción al oír la noticia, y, cuando se hubo acallado el alboroto, el curtidor exclamó:

-Por derecho de aparente prioridad en el asunto el seno-¡Wilson es presidente de la comisión para la propagación de la tradición. Sugiero que se adelante en nombre de sus compañeros y reciba en fideicomiso el dinero.

UN CENTENAR DE voces: -¡Wilson! -¡Wilson! -¡Wilson!

-¡Que hable! -¡Que hable! Wilson (con voz trémula de ira): Permítanme que diga, sin pedir excusas por mi lenguaje: ,Maldito sea el dinero!» UNA VOZ: -¡Oh! -¡Y es baptista!

OTRA VOZ: -¡Quedan diecisiete Símbolos! -¡Adelante, caballeros, y háganse cargo del fideicomiso!

Hubo una pausa sin respuesta.

GUARNICIONERO: Señor presidente, nos queda una hombre limpio de la difunta aristocracia; ese hombre necesita dinero y lo merece. Propongo que se de signe a Jack Halliday para que suba al estrado y ponga a subasta ese talego de piezas doradas de veinte dólares y le dé el resultado al hombre que lo mere ce, al hombre a quien Hadleyburg se complace en honrar: Edward Richards.