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Los billetes fueron entregados a la presidencia después de pasar por varias manos.

-A las nueve vendré en busca del talego y a las once entregaré el resto de los diez mil dólares al señor Richards en persona, en su casa. -¡Buenas noches!

Luego el forastero salió del salón y dejó al público entre un gran alboroto, compuesto por una mezcla de vítores, la canción de Mikado, la desaprobación del perro y el coro: -¡Usted dista de ser un hombreee malooo! ¡A- a- a- amén!

IV

De regreso a su casa, los Richards debieron soportar felicitaciones y cumplidos hasta la medianoche. Luego se quedaron solos. Su aire era algo triste y permanecieron silenciosos y pensativos. Finalmente Mary suspiró y dijo:

-¿Crees que somos culpables, Edward?

-¿Muy culpables? Y sus ojos se posaron sobre el acusador terceto de graneles billetes de banco que estaba sobre la mesa, donde los visitantes que los felicitaron los habían contemplado con deleite y tocado con veneración.

Edward no contestó inmediatamente; luego suspiró y dijo vacilando:

-Nosotros , nosotros no pudimos evitarlo, Mary. !

-Eso… estaba predestinado. Todo está predestinado.

-Mary levantó los ojos y le miró con firmeza, pero el no le devolvió la mirada. Al poco rato ella dijo:

-Creo que las felicitaciones y elogios siempre saben bien. Pero… ahora me parece que …, Edward…

-¿Qué?

-¿Seguirás trabajando en el banco No …, no.

-¿Dimitirás?

Mañana por la mañana… por carta. Parece lo mejor. Richards abatió la cabeza sobre sus manos y murmuró:

-Antes yo no tenía miedo de que pasaran por mis manos ríos de dinero ajeno, pero… Estoy tan can sido, Mary Tan cansado tenemos que acostarnos.

A las nueve de la mañana el forastero fue a buscar el talego y se lo llevó al hotel en un cabriolé. A las diez, Harkness sostuvo con él una conversación confidencial. El forastero solicitó y obtuvo cinco cheques contra un banco de la ciudad, al portador, cuatro de mil quinientos dólares cada uno y uno de treinta y cuatro mil. Puso uno de los primeros en su cartera, y el resto, que representaba treinta y ocho mil quinientos dólares, fue colocado en un sobre y le añadió una carta, que escribió cuando Harkness se hubo marchado. A las once llamó a la casa de los Richards. La señora Richards atisbó por entre las persianas, se adelantó y recibió el sobre; el forastero desapareció sin pronunciar una sola palabra. Ella volvió sonrojada y con las piernas algo trémulas y dijo con voz entrecortada:

-¡Estoy segura de haberle reconocido! Anoche me pareció haberlo visto en alguna parte.

-Es el hombre que trajo aquí el talegos ..

-Estoy segura.

Entonces es también el falso Stephenson y el que ha dejado al descubierto a todos los ciudadanos importantes de la ciudad con su falso secreto. Y bien… Si Vea enviado cheques en lugar de dinero, también nosotros estamos al descubierto, después de haber creído escapar. Yo estaba empezando a sentirme bastante cómodo de nuevo, después de mi noche da descanso, pero el aspecto de ese sobre me causa vértigos. No es bastante voluminoso; ocho mil quinientos dólares, aun en los billetes de banco más grandes, abultan más.

-¿Qué hay de malo en los cheques, Edward? -¡Cheques firmados por Stephenson! Me habría resignado a aceptar los ocho mil quinientos dólares, si venían en billetes de banco, pues habría pensado que así está escrito, Mary. -¡Pero nunca he poseído mucho valor y no tengo suficiente valentía para tratar de cobrar un cheque firmado con ese nombre fatal! Eso sería una trampa. Ese nombre trató de atraparme; nos salvamos no sé cómo. Y, ahora, intenta otro procedimiento.

-Si se trata de cheques…

-¡Oh, Edward!

-¡Qué lástima! Y Mary tomó los cheques y se echó a llorar.

-¡Tíralos al fuego!

-¡Pronto! Debemos escapar ala tentación. Es una treta para que el mundo se burle de nosotros junto con los demás y…

-¡Dámelos, si tú no puedes hacerlo!

Richards le arrancó los cheques a su esposa y trató de que su presión no se debilitara hasta llegar a la estufa; pero era un ser humano, era cajero, y se detuvo un momento para asegurarse de la firma. Entonces, le faltó poco para desmayarse.

-¡Abanícame, Mary!

-¡Abanícame!

-¡Estos cheques valen oro!

-¡Oh, qué hermoso, Edward!

-¿Por qué?

-La firma es de Harkness.

-¿Qué misterio habrá debajo?

-¿Tú crees, Edward?

-Mira esto… -¡Mira! Mil quinientos… mil quinientos… mil quinientos… y treinta y cuatro mil.

-¡Treinta y ocho mil quinientos dólares, Mary. El talego no vale doce dólares y Harkness… aparentemente… ha pagado un precio a la par.. .

-¿Y crees que todo eso va a parar a nuestras manos… en vez de los diez mil dólares?

-Así parece. Y los cheques, además, están extendidos al portador.

-¿Conviene eso, Edward? -¿Para qué sirve?

Es una insinuación para cobrarlos en algún banco lejano, supongo. Quizá Harkness no quiere que se sepa el asunto.

-¿Qué es eso? -¿Una carta?

-Sí. Venía con los cheques. La letra era de Stephenson, pero no había firma.

La carta decía: .. Soy un hombre desengañado. Su honradez es más, fuerte que cualquier, tentación. Yo no lo creía así, pero he sido injusto con usted en ese sentido y le ruego que me perdone; le hablo con sinceridad. Siento respeto por usted… y eso es también sincero. Esta ciudad no es digna de atarle las sandalias. Aposté conmigo a que, en su austera ciudad, habría diecinueve hombres que se podían corromper. He perdido. Llévese todo el .fajo; se lo merece.

Richards exhaló un profundo suspiro y dijo:

“-Esto parece escrito con fuego… Quema tanto…, Mary Me siento acongojado de nuevo.

-Yo también. Ah, querido, ojalá…

- Pensar que él cree en mí, Mary.

-Oh, no digas eso, Edward… No puedo soportarlo.

-Si estas hermosas palabras fuesen merecidas, Mary, y Dios sabe que las merecí en otro tiempo, creo que daría los cuarenta mil dólares por ellas. Y guardaría este papel, que para mí representaría más que el oro y las joyas, y lo conservaría eternamente. Pero ahora… No podríamos vivir en la sombra de su acusadora presencia, Mary.