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-¿Cómo se llama el elefante?

-Hassan Ben Ali Ben Selim Abdallah Mohamed Moisé AIhammal Jamsetjeejebhoy Dhuiep Sultan Ebu Bhudpoor.

-Muy bien. ¿El nombre de bautismo?

-Jumbo.

-Perfectamente. ¿Dónde nació?

-La capital de Siam.

-¿Sus padres viven?

-No. Fallecieron.

-¿Tuvieron otros hijos además de éste?

-No. Es hijo único.

-Perfectamente. Esto basta por ahora. Tenga la amabilidad de describirme al elefante y no deje de mencionar un solo detalle, por desdeñable que le parezca…, esto es, insignificante desde su punto de vista. Para los hombres de mi profesión, no hay detalles insignificantes: no existe tal cosa.

Hice la descripción; él tomó nota. Cuando hube terminado, dijo:

-Ahora, escúcheme. Si he cometido algún error corríjame.

Y leyó lo siguiente: -Estatura, seis metros, longitud, desde el ápice de la frente hasta la inserción de la cola, 8 metros; longitud del tronco, cinco metros; longitud de la cola, dos metros; longitud total, comprendidos el tronco y la cola, 15 metros, longitud de los colmillos, 3 metros; orejas, en proporción con esas dimensiones; su pisada recuerda la marca que hace un barril cuando se lo pone de punta en la nieve; color del elefante, blanco opaco; en cada oreja tiene un agujero del porte de un plato destinado a calzar joyas y tiene en alto grado el hábito de mortificar con su trompa no sólo a las personas que conoce, sino también a perfectos desconocidos; renguea ligeramente con la pata trasera derecha y ostenta en la axila izquierda una pequeña cicatriz causada otrora por un forúnculo. Al ser robado, tenía sobre su lomo un castillo con plazas para quince personas y una manta de montar de paño de oro del tamaño de una alfombra corriente.

No había error alguno. El inspector apretó el timbre, y le dio la descripción a Alarico y dijo:

-Haga imprimir cincuenta mil ejemplares de estos datos y que los envíen por correo en seguida a las oficinas de todos los detectives y de todos los prestamistas del continente.

Alarico se fue.

-Bueno. Hasta aquí vamos bien. Ahora, quiero una fotografía de la cosa robada.

Le di una. La examinó con aire crítico y expresó:

-Deberá bastarnos, ya que no disponemos de otra cosa; pero en esta foto el elefante tiene arrollada la trompa y se la ha metido en la boca. Éste es un detalle lamentable y encaminado a confundir, ya que, naturalmente, no la tiene, por lo general, en esa posición.

Y tocó el timbre.

-Alarico, haga imprimir cincuenta mil ejemplares de esta fotografía a primera hora de la mañana y despáchelos por correo con las circulares descriptivas.

Alarico se retiró para cumplir con las órdenes. El inspector dijo:

-Por descontado que será necesario ofrecer una recompensa. ¿Cuál será la cantidad?

-¿Qué cantidad le parece bien?

-Para empezar, yo diría… pongamos, veinticinco mil dólares. El asunto es complejo y difícil; hay mil caminos de escape y posibilidades de ocultamiento. Esos ladrones tienen amigos y cómplices en todas partes…

-¡Dios mío! ¿Sabe usted quiénes son?

El astuto rostro, experto en el arte de disimular los pensamientos y las emociones, no me permitió que adivinara lo más mínimo, ni tampoco me lo permitieron las palabras de réplica, tan plácidamente pronunciadas…

-No le importe eso. Puede ser que sí y puede ser que no. Por regla general, nosotros barruntamos en forma bastante aproximada quién es nuestro hombre por el tipo de trabajo y la magnitud del juego en que se embarca. Aquí, no tenemos que vérnoslas con un carterista ni con un ratero de salón, vea bien. Este objeto no ha sido “escamoteado” por un principiante. Pero, como le estaba diciendo, si se toma en cuenta el cúmulo de viajes que deberán hacerse y la diligencia con que los ladrones eliminarán sus huellas a medida que avancen, veinticinco mil dólares serán quizá una suma harto pequeña, aunque me parece que vale la pena comenzar con eso.

De manera que nos atuvimos a esta cifra, para empezar. Luego, aquel hombre, a quien no se le pasaba detalle alguno que pudiera servir como pista, dijo:

-En la historia detectivesca, hay casos elocuentes de que los maleantes han sido atrapados merced a las peculiaridades de su apetito. De modo que… Veamos… ¿Qué come ese elefante y cuánto come?

-Bueno… En cuanto a qué come… es una bestia capaz de comerlo todo. Comería a un hombre, comería una Biblia…, comería cualquier cosa intermedia entre un hombre y una Biblia.

-Muy bien… Muy bien, a decir verdad. Pero eso me suena a demasiado general. Hace falta detalles…, los detalles son lo único valioso en nuestro oficio. En cuanto a los hombres se refiere… ¿Cuántos hombres es capaz de comerse de una sentada… o, si así lo prefiere, en un día… con tal que estén tiernos?

-A Jumbo no le importa que estén tiernos o no; en una sola comida, podría consumir a cinco hombres, comunes.

-Perfectamente. Cinco hombres. Tomaremos nota de eso. ¿De qué nacionalidades los prefiere?

-Eso le da lo mismo. Prefiere a la gente conocida, pero no tiene prejuicio alguno contra los extraños.

-Perfectamente. Ahora, en lo que atañe a las Biblias… ¿Cuántas Biblias podría comerse de una sentada?

-Una edición completa.

-Eso no me parece lo bastante explícito. ¿Se refiere usted a la edición corriente en octavo o a la ilustrada para familias?

-Creo que Jumbo no mostraría especial interés por las ilustraciones: esto es, que no daría más valor a las ilustraciones que a la simple palabra impresa.

-No. Usted no me entiende. Me refiero al volumen. La Biblia corriente en octavo pesa unas dos libras y medía, mientras que la edición grande en cuarto pesa diez o doce. ¿Cuántas Biblias Doré se comería el elefante de una sentada?

-Si usted conociera a ese elefante, no lo preguntaría. Comería las que hubiera.

-Expresémoslo, entonces, en forma de dólares y centavos. Hay que averiguarlo de algún modo. El Doré vale cien dólares el ejemplar, en cuero de Rusia, biselado.

El elefante necesitaría unos cincuenta mil dólares… digamos, una edición de quinientos ejemplares.

-Eso, ya es más exacto. Tomaré nota. Muy bien. Le gustan los hombres y las Biblias. Hasta aquí, todo va bien. ¿Qué más podría comer el elefante? Necesito detalles.

-Cambiaría las Biblias por ladrillos, dejaría los ladrillos para comer botellas, las botellas para comer ropa, dejaría la ropa para comer gatos, dejaría los gatos para comer ostras, dejaría las ostras para comer jamón, dejaría el jamón para comer azúcar, dejaría el azúcar para comer pastel, dejaría el pastel para comer patatas, dejaría las patatas para comer salvado, dejaría el salvado para comer avena, dejaría la avena para comer arroz, ya que ha sido criado preferentemente a base de arroz. Sólo rechazaría la manteca europea y aun quizá la comiera si la probara.