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BRANT, detective.

Aquellos estragos me apenaban a tal punto, que sentí deseos de llorar. Pero el inspector se limitó a decir:

-Ya lo ve… Le estamos pisando los talones. Intuye nuestra presencia; ha vuelto de nuevo hacia el Este,

Con todo, nos esperaban más noticias intranquilizadoras. El telégrafo trajo esto…

Hoganport, 12.19

Acabo de llegar. Elefante pasó hace media hora, causando salvaje pánico y excitación. Se lanzó enfurecido calles; de dos plomeros que pasaban, mató a uno; el otro escapó. Pesadumbre general,

O’FLAHERTY, detective.

-Ahora, el animal está exactamente en medio de mis hombres- dijo el inspector-. Nada puede salvarlo.

Luego sobrevino una serie de telegramas de detectives desparramados por Nueva Jersey y Pensilvania y que iban detrás de pistas consistentes en graneros, fábricas y bibliotecas de escuelas dominicales destruidos, con grandes esperanzas… esperanzas que, en realidad, valían tanto como certezas. El inspector dijo:

-Me gustaría comunicarme con ellos y ordenarles que fueran hacia el Norte, pero es imposible. Un detective sólo va a la oficina telegráfica para enviar un informe; después, vuelve a salir y uno no sabe cómo echarle mano.

Luego, llegó este despacho:

Bridgeport, Connecticut. 12.15

Barnum ofrece cantidad fija cuatro mil dólares anuales por derechos exclusivos usar elefante medio publicidad viajero desde ahora hasta que detectives lo arresten. Quiere pegar affiches circo en él. Pide respuesta inmediata.

BIGGS, detective.

-¡ Es completamente absurdo!- exclamé.

-Por supuesto- dijo el inspector-. Evidentemente el señor Barnum, que se cree tan astuto, no sabe quien soy, pero yo sí sé quién es el.

Oferta señor Barnum rechazada. Siete mil dólares o nada.

EL JEFE BLUNT.

-Ya está. No necesitaremos aguardar mucho tiempo una respuesta. EI señor Barnum no está en casa: está en la oficina del telégrafo, de acuerdo con su costumbre cuando trata negocios urgentes. Dentro de tres…

Aceptado.

P. T. BARNUM.

Tal fue la interrupción de los tictacs telegráficos. Antes que yo pudiera comentar este insólito episodio, el siguiente despacho llevó mis pensamientos por otro muy angustioso cauce…

Bolivia, Nueva York. 12.50

El elefante llegó aquí del Sur y pasó hacia bosque 11,50, desbaratando cortejo fúnebre por camino y restándole a dos plañideros. Pobladores dispararon contra él varias pequeñas balas cañón luego huyeron. El detective Burke y yo llegamos diez minutos después, desde Norte, pero confundimos unas excavaciones con pisadas y perdimos por eso mucho tiempo; finalmente encontramos buena pista y la seguimos hasta bosques. Luego, apoyamos en tierra manos y rodillas y continuarnos vigilando atentamente huella y así la seguimos al internarse maleza. Burke se había adelantado. Desgraciadamente, animal se detuvo descansar; de modo que Burke, la cabeza inclinada, atento a huella, chocó con patas traseras elefante antes advertir su proximidad. Burke se puso de pie inmediatamente, aferró cola y gritó con júbilo “Reclamo la…” pero no dijo más, ya que un solo golpe enorme trompa redujo valiente detective a fragmentos. Huí hacia atrás y elefante se volvió y me siguió hacia borde bosque, a enorme velocidad y yo habría estado perdido sin poderlo remediar, de no haber intervenido nuevamente restos cortejo fúnebre, que atrajeron su atención pero esto no es gran pérdida, ya que sobra material para otro. Mientras tanto, elefante vuelto desaparecer.

MULROONEY, detective.

No recibimos más noticias que las enviadas por los diligentes y confiados detectives diseminados por Nueva Jersey, Pensilvania, Delaware y Virginia-que seguían nuevas y estimulantes pistas- hasta que, poco después de las 2 de la tarde, llegó este telegrama…

“Baxter Centre 2.15

El elefante estuvo aquí, cubierto cartelones circo y disolvió reunión religiosa, derribando y dañando a muchos que se disponían a pasar mejor vida. Los pobladores lo cercaron y establecieron guardia. Cuando llegamos Brown yo, penetramos cerco y procedimos identificar elefante por fotografía y señas. Todas coincidían excepto una, que no pudimos ver: cicatriz forúnculo bajo axila. Por cierto que Brown se arrastró debajo de él para mirar y elefante le aplastó cráneo…, mejor dicho, le aplastó y destruyó la cabeza, aunque nada salió del interior. Todos escaparon; lo mismo elefante, golpeando a diestra y siniestra con gran efecto. Animal escapó, pero dejó grandes rastros sangre a causa heridas causadas por balas cañón. El redescubrimiento seguro. Se dirigió al Sur, a través denso bosque.”

BRENT, detective.

Éste fue el último telegrama Al llegar la noche descendió una niebla tan espesa, que no podían verse las cosas que estaban a un metro de distancia. Esto duró toda la noche. Los ferryboatsy hasta los autobuses tuvieron que dejar de circular.

III

Al otro día, los periódicos estaban llenos de teorías detectivescas como antes, También aparecieron con lujo de detalles todos nuestros trágicos acontecimientos y muchas cosas más que los periódicos recibieron de sus corresponsales por telégrafo. Dedicaban al hecho columnas y más columnas, con destacados titulares, a tal punto, que me causaba angustia leer aquello. Su tono general era el siguiente:

“¡El elefante blanco en libertad! ¡Arremete en su marcha fatal.! ¡Pueblos enteros abandonados por sus pobladores, poseídos por el pánico! ¡El pálido terror lo precede, la muerte y la devastación lo signen! ¡Lo persiguen los detectives! ¡Graneros destruidos, fábricas desventradas, cosechas devoradas, reuniones públicas dispersadas, acompañadas por escenas de carnicería imposible de describir! ¡Las teorías de los treinta y cuatro detectives de la policía! ¡La teoría del jefe Blunt!”

-¡Eso es!- gritó el inspector, traicionando casi su excitación-¡Esto es formidable! Es la ganga más grande que haya tenido nunca una institución detectivesca. Su fama llegará hasta los confines de la tierra y perdurará hasta el fin de los tiempos, y mi nombre con él.

Pero para mí no había alegría. Me parecía que había sido yo quien había cometido todos aquellos sangrientos crímenes y que el elefante sólo era mi irresponsable agente. ¡Y cómo había aumentado la lista! En cierto sitio el elefante se había entrometido en una elección y matado a cinco electores que votaran por partida triple. A esto había seguido la muerte de dos inocentes señores llamados O'Do-nohue y McFlannigan, que “acababan de hallar cobijo en el país de los oprimidos del mundo entero el día anterior, y se disponían a ejercitar el noble derecho de los ciudadanos norteamericanos en las urnas, momento en que fueron desintegrados por la despiadada mano del Azote de Siam”. En otro lugar el elefante había dado con un extravagante predicador sensacionalista que preparaba sus heroicos ataques de la temporada por venir contra el baile, el teatro y otras cosas que no podían devolver el golpe, y lo había aplastado. Y en un tercer lugar había “matado a un corredor de pararrayos”. Y así aumentaba la lista, cada vez más roja y cada vez más desalentadora. Ya eran sesenta los muertos y doscientos cuarenta los heridos. Todos los informes testimoniaban la actividad y devoción de los detectives y terminaban con la observación de que “trescientos mil ciudadanos y cuatro detectives vieron al horrible animal y éste aniquiló a dos de estos últimos”.