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¿Qué podemos hacer? Si creemos, como esta gente que Dios inventó estas crueldades, Lo difamamos; si creemos que estas gentes mismas las inventaron, las difamamos a ellas. Es un desgraciado dilema en cualquier caso, porque ninguna de las partes nos ha hecho ningún daño a nosotros.

Para mayor tranquilidad, tomemos partido. Unamos fuerzas con la gente y carguémosle este feo peso a Él: el Cielo, el infierno, la Biblia, todo en fin. No parece bueno, no parece justo, y sin embargo cuando se considera ese Cielo y de qué manera agobiante está cargado con todo lo que es repulsivo para el ser humano, ¿cómo podemos creer que un ser humano lo inventó? Y cuando llegue a hablarles del infierno, la presión será mayor aún, y ustedes dirán probablemente: no, ningún hombre produciría ese lugar ni para sí mismo ni para nadie más; es simplemente imposible.

Esa inocente Biblia narra la Creación. ¿De qué? ¿Del universo? Sí, del universo. ¡En seis días!

Dios lo hizo. No lo llamó universo, ese nombre es moderno. Toda su atención se concentró en este mundo. Lo construyó en cinco días - ¿y luego? ¡Le tomó sólo un día hacer veinte millones de soles y ochenta millones de planetas!

¿Para qué eran - según esta idea? Para dar luz a este pequeño mundo de juguete. Ese fue su único propósito; no tuvo otro. Uno de los veinte millones de soles (el más pequeño) era para iluminarlo durante el día, el resto era para ayudar a una de las incontables lunas a modificar la oscuridad de sus noches. Es bien manifiesto que él creía que sus flamantes cielos quedaban sembrados de diamantes con esas minadas de estrellas titilantes tan pronto como el sol del primer día se hundía en el horizonte; cuando en realidad ni una sola estrella brilló en esa negra bóveda hasta tres años y medio después de que se completa la formidable industria de aquella semana memorable [3]. Luego apareció una estrella, completamente sola, y comenzó a titilar. Tres años más tarde apareció otra. Las dos brillaron juntas más de cuatro años antes de que se les uniera una tercera. Al cabo de la primera centuria no había siquiera veinticinco estrellas brillando en las vastas inmensidades de esos tristes cielos. Al cabo de mil años no había aún el suficiente número de estrellas visibles para constituir un espectáculo. Al cabo de un millón de años solamente la mitad del despliegue actual había enviado su luz a través de las fronteras telescópicas, y pasó otro millón hasta que sucediera lo mismo con el resto. No habiendo telescopios en esa época, no se observó el advenimiento.

Hace trescientos años que el astrónomo cristiano sabe que su Deidad no hizo las estrellas en esos tremendos seis días; pero el astrónomo cristiano no se extiende sobre esos detalles. Ni tampoco lo hace el sacerdote.

En su Libro, Dios es elocuente en la alabanza de sus poderosas obras, y las llama con los nombres más grandes que encuentra, indicando así que tiene una fuerte y justa admiración por las magnitudes; por otra parte hizo esos millones de soles prodigiosos para iluminar este orbe pequeñísimo, en vez de señalar al pequeño sol de este orbe la obligación de asistirlos. Él menciona a Arcturus; una vez fuimos allí. ¡Es una de las lámparas nocturnas de la Tierra! - ese globo gigantesco que es cincuenta mil veces más grande que el sol de esta Tierra, y que comparado con Arcturus es como un melón comparado con una catedral.

A pesar de eso, los chicos todavía aprenden en ]a escuela dominical que Arcturus fue creado para contribuir a iluminar esta Tierra; y el niño crece y continúa creyéndolo mucho después de haber descubierto que todas las probabilidades están contra eso.

Según la Biblia y sus sirvientes el universo tiene solamente seis mil años. Sólo en los últimos cien años descubrieron algunas mentes estudiosas e inquisitivas que está más cerca de los cien millones.

Durante los Seis Días, Dios creó al hombre y los otros animales.

Hizo un hombre y una mujer y los colocó en un agradable jardín, junto con las otras criaturas. Todos vivieron juntos allí en contento y armonía y floreciente juventud por algún tiempo; luego vinieron los problemas. Dios había prevenido al hombre y a la mujer que no debían comer de la fruta de cierto árbol. Y agregó una observación sumamente extraña: dijo que si la comían seguramente morirían. Raro, porque si nunca habían visto un caso de muerte no tenían ninguna posibilidad de saber qué quería decir. Tampoco hubiera sido posible que Él ni ningún otro Dios hiciera entender a estos seres ignorantes lo que eso significaba sin ofrecer un ejemplo. La sola palabra no podía tener significado para ellos, como no 10 hubiera tenido para un niño de días.

Poco después una 'serpiente los buscó a solas, y se dirigió hacia ellos caminando erguida, como era la costumbre de las serpientes en esos días. La serpiente dijo que el fruto prohibido llenaría de conocimientos sus mentes vacías. Así que comieron, lo que era natural, pues el hombre está hecho de tal mañera que siempre está ansioso de saber; mientras que el sacerdote, como Dios, cuyo representante e imitador es, tuvo por tarea desde el primer momento evitarque aprendiera nada útil.

Adán y Eva comieron de la fruta prohibida e inmediatamente una gran luz penetró en sus oscuras mentes. Habían adquirido conocimientos. ¿Qué conocimientos? - ¿conocimientos útiles? No - simplemente el conocimiento de que existía una cosa llamada bien y de que existía una cosa llamada mal, y de cómo hacer el mal. Antes no podían hacerlo. Por lo tanto hasta este momento todos sus actos habían sido sin mácula, sin culpa, inofensivos.

Pero ahora podían hacer el mal - y sufrir por ello; ahora habían adquirido lo que la Iglesia llama una posesión invaluable: el sentido moral; ese sentido que distingue al hombre de la bestia y lo coloca por encima de la bestia y no por debajo de la bestia- donde uno supondría que sería el lugar apropiado, pues que él tiene siempre la mente sucia y es culpable y las bestias siempre tienen la mente limpia y son inocentes. Es como considerar más valioso un reloj que siempre tiende a descomponerse que uno que no se descompone nunca.

La Iglesia todavía considera el Sentido Moral como la más noble posesión del hombre en la actualidad, aunque la Iglesia sabe que Dios tiene sin lugar a dudas una opinión muy pobre de este sentido y que hizo cuanto pudo, aunque con poco tino como siempre, por impedir que sus felices hijos del Edén lo adquirieran.

Muy bien, Adán y Eva sabían ahora lo que era el mal, y cómo hacerlo. Sabían cómo realizar distintas clases de cosas malas, y entre ellas una principalisima: precisamente aquella en que Dios habla pensado especialmente. Era el arte y el misterio de la relación sexual. Para ellos fue un espléndido descubrimiento, y dejaron de perder el tiempo para volcar toda su atención en eso, ¡pobres jóvenes rebosantes de felicidad!

En medio de una de esas celebraciones oyeron a Dios caminando entre los arbustos, como era su costumbre vespertina, y quedaron aterrorizados. ¿Por qué? porque estaban desnudos. Antes no lo sabían. Antes no les importaba. Ni a Dios tampoco.

En ese instante memorable nació la inmodestia, y cierta gente la valora desde entonces, aunque por cierto les costaría decir porqué.