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– Oy -dijo al cabo Zawisza-. No morirás, mozuelo, de muerte natural, no.

Y peyó. Con la fuerza de una bombarda de mediano tamaño.

– Para demostraros -dijo Reynevan- que no me alteran en absoluto ni vuestra malicia ni vuestras pullas, os voy a sanar de vuestras ventosidades y vuestros gases.

– Me gustaría ver cómo.

– Lo veréis. En cuanto que nos topemos con algún pastor.

Con el pastor se toparon incluso hasta pronto, mas al ver a unos jinetes doblar hacia él viniendo desde el camino, el pastor se lanzó a una huida provocada por el pánico, se metió entre los matojos y desapareció en un pis pas. Quedaron sólo las ovejas balando.

– Habría que haberlo cogido con artemañas, con fingimientos -dijo, de pie sobre los estribos, Zawisza-. Porque ahora por estas frondas no lo apresaremos. Juzgando por la ligereza con la que se las pelaba, debe de separarnos de él ya el río Oder.

– Y hasta el Nysa -añadió Wojciech, el criado del caballero, demostrando vivo humor y conocimiento de geografía.

Reynevan no se molestó en absoluto por sus burlas. Se bajó del caballo y con paso firme se dirigió hasta el chozo del pastor, de donde al cabo salió con un gran atado de hierbas secas.

– No es el pastor lo que necesito -aclaró sereno-, sino esto. Y un poquillo de agua caliente. ¿No encontraremos una cazuela?

– Todo se encuentra -dijo Wojciech con sequedad.

– Si de cocer se trata -Zawisza miró al cielo-, hagamos entonces un alto. Y bien largo, que la noche está cerca.

Zawisza el Negro se extendió cómodamente sobre la silla cubierta con una piel de carnero, miró el vaso que acababa de vaciar, olisqueólo.

– Ciertamente -dijo-, sabe como a agua de foso calentada por el sol y güele a gato. ¡Mas ayuda, por las penas de Cristo, ayuda! Ya tras el primer vaso, después de una buena cagada, me sentí mejor y ahora es como si con la mano me lo hubieran arrancado. Mis reconocimientos, Reinmar. Mentira es, por lo que veo, el que las universidades sólo enseñan a los mozos la bebida, la inmoralidad y la mala habla. Mentira, ciertamente.

– Una migaja de conocimiento de las yerbas, nada más -respondió Reynevan con modestia-. Lo que en verdad os ha ayudado, don Zawisza, ha sido el quitaros la armadura, el descanso en colocación más placentera que la de la silla de montar…

– Eres modesto en demasía -lo interrumpió el caballero-. Yo conozco mis fuerzas, sé cuan largo soy capaz de aguantar en la silla y las armas. Has de saber que a menudo viajo de noche, con un farol y sin armadura, sin descansos. En primer lugar porque acorta el viaje, en segundo, que si no de día, puede que al menos de noche alguien se te encare… Y te dé algo de esparcimiento. Mas puesto que afirmas que este país es tranquilo, ja, para qué cansar a los caballos, sentémonos al fuego hasta el amanecer, platiquemos… Al fin y al cabo, también tal cosa es distracción. Puede que no tan buena como sacarles las tripas a unos caballeros de rapiña, mas distracción es.

El fuego crepitaba alegremente, iluminaba la noche. Exhalaba su olor y goteaba sobre las llamas la grasa que caía de las salchichas y de los pedazos de tocino que estaban asando, sujetos en palitos, el criado Wojciech y los escuderos. Wojciech y los escuderos mantenían el silencio y la distancia apropiados, pero en las miradas que le lanzaban a Reynevan se distinguía el agradecimiento. Por lo visto no compartían el amor de su señor por los viajes nocturnos a la luz de un farol.

El cielo sobre el bosque estaba cubierto de estrellas. La noche era fresca.

– Sí… -Zawisza se masajeaba la tripa con las dos manos-. Ayudó, ayudó, mejor y con mayor celeridad que las oraciones a San Erasmo, patrón de los estómagos, que se suelen recomendar. ¿Qué fue esa mágica hierba, qué fue esa mandragora hechicera? ¿Y por qué la buscaste precisamente en la choza de un pastor?

– Por San Juan -explicó Reynevan, contento de poder alardear un poco-, los pastores recogen distintos tipos de yerbas sólo por ellos conocidas. El manojo lo llevan primero atado a su hyrkavica, que es como se dice en la lengua de Bohemia al cayado. Luego se secan las yerbas en el chozo. Y se hace con ellas un cocimiento que…

– Que luego se da a beber a las bestias. -El Sulima hizo uso de palabra-. Esto es, que me trataste como a vaca con pedorreta. En fin, si ayudó…

– No os alteréis, don Zawisza. La sabiduría popular es grande. No la despreciaron ninguno de los grandes médicos ni alquimistas, ni Plinio, ni Galeno, ni Walafrid Strabo, ni los sabios árabes, ni Gerbert d'Aurillac ni Alberto Magno. Mucho la medicina sacó provecho del pueblo, y sobre todo de los pastores. Pues que ellos disponen de un grande e inagotable saber acerca de las yerbas y de sus potencias de curación. Y de otras… potencias.

– ¿En verdad?

– En verdad -confirmó Reynevan, acercándose más al fuego para tener mejor vista-. No creeríais, don Zawisza, cuánta potencia se esconde en este manojo, en este seco montón de ramujos de chozo de pastor por el que nadie daría ni medio chelín. Mirad: manzanilla, nenúfar, nada del otro mundo, mas cuando se hace de ello una decocción, hasta milagros pueden obrar. Del mismo modo los que os diera yo: pie de gato, acanto, angélica. Y éstas, éstas que en la lengua checa se llaman sporycek y sedmikraska. Poco médico hay que sepa cuan efectivas son. Con el cocimientos de éstas, que se llaman jakubki, embadurnan los pastores a las ovejas para protegerlas de los lobos el día de los santos Felipe y Santiago, en mayo. Lo creáis o no, mas el lobo no toca a la oveja embadurnada. Éstas, por su parte, son las bayas del santo Wendelino y éstas las yerbas del santo Linhart, ambos santos, junto con San Martín, son, como sabéis, patrones de los pastores. Al dar estas yerbas al ganado, hay que invocar a estos santos.

– Lo que mormuraste ante el caldero no fue de santos.

– No lo fue -reconoció, carraspeando, Reynevan-. Os dije, la sabiduría popular…

– Mucho me huele a hoguera la tal sabiduría -cortó serio el Sulima-. En tu lugar yo me guardaría de a quién sanas. De con quién departes. Y en presencia de quién te refieres a Gerbert d'Aurillac. Yo tendría cuidado, Reynevan.

– Téngolo.

– Pues yo pienso -dijo el criado Wojciech- que si hay hechizos, pues mejor saber de ellos que no saber. Pienso…

Calló al ver la mirada amenazadora de Zawisza.

– Pues yo pienso -dijo brusco el caballero de Garbowo- que todo el mal de este mundo procede del pensar. Sobre todo si lo hacen gentes que no tienen para ello predisposición ninguna.