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Wojciech se inclinó otra vez sobre las guarniciones que estaba limpiando y les dio grasa. Reynevan, antes de volver a hablar, esperó un largo instante.

– ¿Don Zawisza?

– ¿Sí?

– En la taberna, en la disputa con el dominico, no ocultasteis que… bueno… que como… que estáis a favor de los husitas de Bohemia. O a lo menos más a favor que en contra.

– ¿Y tú qué, que lo de pensar enseguida se te relacionó con la herejía?

– También -reconoció al cabo Reynevan-. Mas hay algo que me interesa aún más…

– ¿Qué te interesa?

– ¿Cómo… cómo fue en Brod de los Alemanes en el año veinte y dos? ¿Cuando caísteis en poder de los husitas? Porque corren leyendas…

– ¿Qué leyendas?

– Pues las que dicen que a vuesa merced le aprehendieron los husitas porque la huida os parecía cosa indigna y, siendo embajador, luchar no podíais.

– ¿Así dicen?

– Sí. Y aún que… que el rey Segismundo os abandonó en la necesidad. Y que él mismo huyo inicuamente.

Zawisza guardó silencio por un tiempo.

– Y tú -habló por fin- querrías conocer la verdad.

– Si a vos esto no os molesta -respondió vacilante Reynevan.

– ¿Y qué me va a molestar? Platicando el tiempo pasa más dulcemente. Así que entonces, ¿por qué no platicar?

Contra lo dicho, el caballero de Garbowo calló de nuevo largo rato, jugueteando con el vaso vacío. Reynevan no estaba seguro de si no estaba esperando a sus preguntas, pero no se apresuró a hacerlas. Resultó que hizo bien.

– Convendría comenzar -comenzó Zawisza-, a mi entender, desde el principio. El cual es tal que el rey Ladislao me envió al rey de Roma con una misión bastante delicada… Se trataba de los esponsorios con la reina Eufemia, cuñada de Segismundo, viuda de Vaclav el Checo. Como de todos es sabido, no se llegó a nada, Jagiello prefirió a Sonka Holszanska, mas entonces nada se sabía. El rey Ladislao me despachó para arreglar con el Luxemburgués lo que fuera, la dote mayormente. Así que me fui. Mas no a Bratislava ni a Buda, sino a la Moravia, desde donde Segismundo justamente iba a partir contra sus díscolos subditos en una nueva cruzada, con la idea fija de conquistar Praga y extirpar hasta el final la herejía husita en Bohemia.

«Cuando arribé allí, y fue esto por San Martín, la cruzada de Segismundo se las pintaba admirablemente. Aunque el Luxemburgués tenía el ejército más bien endeble. Ya habían tenido tiempo de volver a casa la mayor parte de los ejércitos lausacianos comandados por el landvogt Rumpoldo, que se habían contentado con el pillaje de las tierras alrededor de Chrudim. Volvió a casa el contingente silesio, en el que, entre nosotros, iba el duque Conrado Kantner, nuestro ha poco anfitrión y comensal. En la marcha hacia Praga le apuntalaban al rey únicamente los caballeros austríacos de Albrecht y el ejército moravo del obispo de Olomuc. Bueno, aunque sólo de caballería húngara llevaba Segismundo más de diez mil…

Zawisza calló un momento, mirando el crepitante fuego.

– Se me antojara o no -continuó-, tuve que, para negociar con el Luxemburgués los esponsorios de Jagiello, tomar parte en aquella la su cruzada. Y ver muy distintas cosas. Muy distintas. Como, por ejemplo, la toma de Policka y la carnicería que a la toma siguiera.

Los escuderos y el criado estaban sentados, inmóviles, quién sabe, puede que hasta durmieran. Zawisza hablaba con voz baja y bastante monótona. Adormilaba. Sobre todo para alguien que seguro que conocía la historia. O que incluso había participado en los acontecimientos.

– Después de Policka, Segismundo se fue hacia Kutna Hora. Zizka le cerraba el paso, rechazó algunas embestidas de la caballería húngara, mas cuando se corrió la voz de la conquista de la ciudad por traición, se replegó. Los realistas llegaron hasta Kutna Hora, embriagados de triunfo… ¡Ja, ja, habían vencido al mismo Zizka, el mismo Zizka huía ante ellos! Y entonces el Luxemburgués perpetró un error imperdonable. Aunque se lo advertimos, tanto yo como Filippo Scollari…

– ¿Queréis decir Pippo Spano? ¿El famoso condotiero florentino?

– No me interrumpas, mozo. Contra los consejos míos y de Pippo, el rey Segismundo, convencido de que los bohemios habían puesto los pies en polvorosa y que no se iban a parar hasta Praga, permitió a los húngaros que se extendieran por todos los alrededores para, como lo llamara, buscar cuartel de invierno, puesto que hacia un frío de mil diablos. Los húngaros se desplegaron pues, y pasaron las fiestas saqueando, forzando mujeres, quemando aldeas y matando a aquéllos a los que consideraban herejes o sus partidarios. Es decir, a cualquiera que les cayera mal.

»Por la noche el cielo ardía con el reflejo de los incendios mientras que a la sazón el rey, en Kutna Hora, celebraba banquetes e impartía justicia. Y entonces, para los Reyes Magos, por la mañana, corrió la voz: viene Zizka. Zizka no huyó, sólo retrocedió, se reagrupó, tomó refuerzos y ahora cabalga hacia Kutna Hora con toda la fuerza de Tabor y de Praga. ¡Ya está en Kanko, ya está en Nieboridy! ¿Y entonces? ¿Qué hicieron los valientes cruzados al oír la noticia? En viendo que tiempo no había para juntar las huestes dispersadas por los contornos, huyeron, dejando atrás sus buenos montones de pertrechos y de trofeos, prendiendo fuego según se iban a la ciudad. Pippo Spano sojuzgó el pánico por un momento y logró poner una formación a mitad de camino entre Kutna Hora y Brod de los Alemanes.

»La helada había cedido, estaba nublado, gris, húmedo. Y entonces escuchamos, desde lejos… y lo vimos… Muchacho, algo así no había visto ni oído yo nunca, y en verdad había oído y visto ya mucho. Venían hacia nosotros, los taboritanos y los praguenses, venían, levantando estandartes y cálices, en un hermoso paso, disciplinado, igualado, con unos cantos que retumbaban como truenos. Venían con esos sus famosos carros desde los que ya nos apuntaban las escopetas, bombardas y arcabuces…

»Y entonces, los orgullosos héroes germanos, los fatuos caballeros armados austríacos de Albrecht, los magiares, la nobleza morava y lausaciana, los mercenarios de Spano, todos a una se lanzaron a la fuga. Sí, muchacho, no has oído maclass="underline" antes de que los husitas se acercaran a un tiro de flecha, todo el ejército de Segismundo huyó desbocado, en loco pánico, sin mirar atrás, en dirección a Brod de los Alemanes. Caballeros armados huyeron, empujándose y pisándose los unos a los otros, gritando de miedo ante zapateros y cordeleros, ante campesinos en harapos de los que no hacía mucho se habían estado burlando. Huyeron en pánico y terror, arrojando las armas que durante toda aquella cruzada habían alzado sobre todo contra personas desarmadas. Huyeron, muchacho, ante mis ojos asombrados como cobardes, crios a los que el hortelano atrapa robando las ciruelas en el huerto. Como si tuvieran miedo de… la verdad. De la máxima VERITAS VINCIT, bordada en los estandartes husitas.

»Los húngaros y los señores de yerro consiguieron escapar en su mayoría al otro lado del rio Sazava, que estaba helado. Luego el hielo se quebró. Te lo aconsejo, muchacho, de todo corazón, si alguna vez has de guerrear en invierno, nunca jamás debes escapar con la armadura por el hielo. Nunca.

Reynevan se prometió a sí mismo que nunca. El Sulima suspiró, carraspeó.

– Como dije -siguió- los caballeros, aunque perdieron el honor, salvaron el pellejo. En su mayoría. Mas a la infantería, a cientos de lanceros, arqueros, escuderos, soldadesca de Austria y de Moravia, burgueses armados de Olomuc, a ésos, los husitas los alcanzaron y les dieron gresca, les dieron mucho, les dieron a lo largo de dos millas, desde la aldea de Habry hasta los campos de Brod de los Alemanes. Hasta que la nieve tornóse roja.

– ¿Y vos? Cómo os…

– No huí con los caballeros del rey, no huí tampoco cuando huyeron Pippo Spano y Jan von Hardegg, y ellos, hay que concederles el honor, fueron de los últimos en huir y no sin lucha. Yo también, y contra los cuentos, peleé y no poco. Embajador o no, necesario era el batirse. Y no me batí solo, que junto a mí hubo también algunos polacos y bastantes nobles moravos. De a los que no les gusta huir, especialmente a través de heladas aguas. Nos batimos entonces y no te diré más que más de una madre de Bohemia llora por la mi causa. Mas necHercules…