– Lo soportan ya desde hace siete años. Porque se ven obligados.
– Los albigenses duraron cien años. ¿Y dónde están ahora? Sólo es una cuestión de tiempo, Reinmar. Bohemia se ahogará en sangre de husita como en sangre de cátaro se ahogó el Languedoc. Y con el método ya probado en el Languedoc, también en Bohemia se los matará a todos por igual, dejando a Dios el reconocer a los inocentes y a los justos. Por eso no vamos a Bohemia, sino a Hungría. Allí como mucho nos pueden amenazar los turcos. Prefiero a los turcos antes que a los cruzados. Los turcos, si se trata de matar, no les llegan a los cruzados ni a los talones.
El bosque estaba silencioso, nada había ya que susurrara ni que piara, los seres o bien se habían asustado por el hechizo o, lo que era más seguro, simplemente se habían aburrido. Para más seguridad, Reynevan arrojó al fuego las últimas hierbas.
– ¿Mañana -preguntó- llegaremos ya, espero, a Swidnica?
– Absolutamente.
El cabalgar campo a través tenía, como resultó, su parte negativa. Cuando por fin se salía a un camino, resultaba muy difícil descubrir de dónde y a dónde se dirigía aquel camino.
Scharley se inclinó sobre las huellas impresas en la arena, las contempló, maldiciendo en voz baja. Reynevan dejó al caballo pastar de las hierbas del margen del camino y miró al cielo.
– El oriente -arriesgó- está por allí. Así que más bien nos convendría esta dirección.
– No peques de agudo -lo cortó Scharley-. Precisamente ando examinando las huellas para saber en qué dirección se desenvuelve el tráfico principal. Y afirmo que tenemos que ir… por allí.
Reynevan suspiró, puesto que Scharley señaló exactamente hacia el mismo lado que él había dicho. Tiró del caballo y anduvo siguiendo al demérito, que marchaba vivaracho en la dirección elegida. Al cabo de un rato llegaron a una encrucijada. Cuatro caminos que tenían exactamente el mismo aspecto conducían a los cuatro puntos cardinales. Scharley gruñó rabioso y se inclinó de nuevo sobre las huellas de cascos. Reynevan suspiró y comenzó a buscar hierbas, puesto que parecía que sin un nudo mágico no iban a poder seguir.
Los arbustos crepitaron, el caballo relinchó y Reynevan dio un salto.
De la espesura salió, subiéndose los pantalones, un viejecillo, clásico representante del folklore local. Uno de esos ancianos vagabundos y pedigüeños que deambulaban a cientos por los caminos, mendigaban en las puertas y portadas, pidiendo limosna en conventos de monjas y comida en ventas y labranzas.
– ¡Alabado sea Jesucristo!
– Por los siglos de los siglos, amén.
El viejo, se entiende, tenía el típico aspecto de viejo. Su avío de campesino estaba cubierto de manchas de diversos colores, las alpargatas y su torcido cayado mostraban reminiscencias de muchos caminos. Por bajo su gastada gorra, cuyos materiales provenían sobre todo de liebres y gatos, despuntaba una nariz roja y una barba desgreñada. El viejo llevaba al hombro un hato que alcanzaba el suelo y colgada al cuello, atada con una cuerda, una perolilla de cinc.
– Que sus resguarden San Wenceslao y San Vicente, la santa Petronella y la santa Eduvigis, patrona…
– ¿Adonde van estos caminos? -interrumpió Scharley la letanía-. Abuelo, ¿cuál es el que va a Swidnica?
– ¿Eeeeh? -El viejo se puso la mano en la oreja-. ¿Cómo decís?
– ¡Adonde llevan los caminos!
– Aaa… los caminos… aja… ¡Lo sé! Aqueste va a Olesnica… Y aqueste a Swiebodzice… Y aqueste… La reputa… M'olvidao…
– No importa. -Scharley movió la mano-. Ya sé todo. Si aquél va a Swiebodzice, en la dirección contraria está Stanowice, en el camino a Strzegom. Por su parte, hacia Swidnica y Jaworowa Góra debe de conducir este camino de aquí. ¡Salud, abuelo!
– Que sus resguarden San Wenceslao…
– Y si acaso -esta vez lo interrumpió Reynevan-, si acaso alguien preguntara por nosotros… Vos no habéis visto nada. ¿Entendido?
– Cómo no habría de entenderlo. Que sus resguarde Santa…
– Y para que recordéis bien lo que se os ha pedido -Scharley rebuscó en su bolso-, aquí tenéis, abuelo, una moneda.
– ¡Alabado sea el Criador! ¡Gracias! ¡Que sus resguarden…!
– Y a vos también.
– Mira. -Scharley se dio la vuelta apenas llevaban un trecho-. Mira Reinmar, cómo se alegra, cómo toca y huele con alegría la moneda, regocijándose de su tamaño y peso. Ciertamente, una vista tal es la verdadera recompensa del dadivoso.
Reynevan no contestó, estaba ocupado observando una bandada de pájaros que de pronto se había elevado por encima del bosque.
– Ciertamente -siguió hablando Scharley con aspecto serio, andando junto al caballo-, no se debe ser indiferente y falto de espíritu con respecto a la necesidad humana. Nunca debe uno dar la espalda a los indigentes. Sobre todo porque el indigente puede darle a uno con el cayado un trompazo por detrás de la cabeza. ¿Me estás escuchando, Reinmar?
– No. Miro a esos pájaros.
– ¿Qué pájaros? ¡Ay, su puta madre! ¡Al bosque! ¡Al bosque, presto!
Scharley le asestó al caballo un fuerte golpe en las ancas, mientras él mismo se echó a correr a tal paso que el animal, que del susto se había puesto al galope, no lo alcanzó hasta llegar a la línea de árboles. En el bosque Reynevan saltó de la silla, metió al rocín en la espesura, luego se unió al demérito, que observaba el camino desde los arbustos. Durante un instante no pasó nada, todo estaba silencioso y tranquilo, de tal modo que Reynevan estaba ya a punto de empezar a burlarse de Scharley y de su exagerada precaución. No le dio tiempo.
Cuatro jinetes salieron al camino, rodearon al viejecillo entre el ruido de los cascos y el relincho de los caballos.
– No son los de Strzegom -murmuró Scharley-. Así que deben de ser… ¿Reinmar?
– Sí -confirmó éste con voz seca-. Son ellos.
Kirieleisón se inclinó en la silla, preguntó algo en voz alta al viejo, Stork von Gorgowitz lo empujó con el caballo. El viejo agitó la cabeza, juntó las manos, sin duda deseándoles que los ayudara la santa Petronella.
– Kunz Aulock -Scharley, para sorpresa de Reynevan, los conocía-, llamado Kirieleisón. Un pedazo de rufián, aunque caballero de conocida familia. Stork de Gorgowitz y Sybko de Kobelau, bravucones de cuidado. Y ése de la gorra de marta es Walter de Barby. El obispo lo maldijo por el ataque a la labranza de Ocice, que pertenece a las dominicas de Raciborz. No mencionaste, Reinmar, que tales celebridades andan tras tus pasos.
El viejo cayó de rodillas, con las manos aún unidas, rogando, gritando y dándose en el pecho. Kirieleisón se inclinó y le dio con el asta de su chuzo, también hicieron uso de sus palos Stork y los otros, ante lo cual se montó un rifirrafe en el que todos se estorbaban a todos y los caballos comenzaron a asustarse y a tirar. Stork y el de la maldición saltaron de sus monturas y comenzaron a darle al viejecillo con los puños y cuando cayó, principiaron con las patadas. El viejo gemía y gritaba que daba pena.
Reynevan lanzó una maldición, dio con el puño en la tierra. Scharley lo miró de reojo.
– No, Reinmar -dijo con voz fría-. No se puede hacer nada. Éstos no son las muñecas francesas de Strzegom. Éstos son cuatro endurecidos rufianes y matadores armados hasta los dientes. Éste es Kunz Aulock, del que creo que ni siquiera yo sería capaz de dar cuenta enfrentándonos el uno al otro. Así que olvídate de cualquier idea estúpida y de cualquier esperanza. Estaremos aquí agazapados como el ratón bajo la escoba.
– Y vamos a contemplar cómo matan a un completo inocente.
– Cierto -le repuso al cabo el demérito, sin bajar la vista-. Puesto que si he de elegir, más preciada me es mi vida. Y yo, Dios sea loado, le debo dinero a algunas personas. No sería muy ético el privarles de la posibilidad de recuperar la deuda a causa de un riesgo estúpido. Al fin y al cabo en vano hablamos. Ya ha acabado todo. Se han aburrido.