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Junto al fuego estaban sentadas tres mujeres. A dos las escondían el humo y el vapor que salían del caldero. La tercera, que estaba a la izquierda, parecía bastante mayor. Ciertamente, sus oscuros cabellos estaban atravesados por el gris, pero su rostro, quemado por el sol y el aire, engañaba mucho. La mujer podía lo mismo tener cuarenta que ochenta años. Estaba sentada en una posición desmayada, agitando y retorciendo la cabeza innaturalmente.

– ¡Bienvenido! -dijo con voz chirriante, después de lo cual emitió un largo y potente eructo-. ¡Bienvenido, Thane of Glamis!

– Deja de decir tonterías, Jagna -dijo la otra mujer, la que estaba sentada en el centro-. Joder, te has emborrachado nuevamente.

Un golpe de viento dispersó un tanto el humo y el vapor, ahora pudieron contemplar la escena con mayor detalle.

La mujer sentada en el medio era alta y de fuerte constitución, de bajo un negro sombrero le caía sobre los hombros un cabello ondulado de color rojo fuego. Tenía unos pómulos salientes y muy coloreados, labios hermosos y ojos muy claros. Alrededor del cuello tenía enrollado un pañuelo de sucio color verde. Las medias estaban tejidas del mismo materiaclass="underline" la mujer estaba sentada en una posición bastante cómoda y tenía la falda bastante hacia arriba, lo que permitía admirar no sólo sus medias y muslos sino bastantes otras cosas en verdad dignas de admiración.

La tercera, sentada a su derecha, era la más joven, apenas una muchacha. Tenía unos ojos brillantes, con grandes ojeras y un rostro delgado, casi de zorro, de cutis pálido y no muy sano. Sus claros cabellos estaban adornados por una corona de verbena y trébol.

– Vaya, vaya -dijo la pelirroja, rascándose el muslo bajo una media verde-. No había qué echar a la sartén y mira, la comida sola ha venido.

La de tez oscura llamada Jagna eructó, el gato negro maulló. Los ojos febriles de la mozuela de la corona ardieron con un fuego maligno.

– Os pedimos disculpas por la desazón. -Scharley hizo una reverencia. Estaba pálido, pero no se controlaba mal-. Rogamos a vuesas nobles mercedes que nos perdonéis. No os molestamos más. Ninguna impertinencia. Nosotros, sólo por casualidad. Sin comerlo ni beberlo. Y ya nos vamos. Ya no estamos aquí. Si vuesas mercedes permiten…

La pelirroja tomó una calavera del montón, la alzó muy alta, gritó muy alto un hechizo. A Reynevan le pareció que reconocía en él palabras del caldeo y el arameo. La calavera movió la mandíbula, salió disparada hacia arriba y con un silbido voló por encima de las copas de los pinos.

– Comida -repitió la pelirroja sin emoción-. Y encima que habla. Podremos platicar un poco antes de la comida.

Scharley blasfemó en voz baja. La mujer se pasó sugestivamente la lengua por los labios y clavó la vista en él. No se podía vacilar más. Reynevan respiró profundamente.

Se tocó con una mano la coronilla. Dobló la pierna derecha por la rodilla, la alzó y la cruzó con la izquierda por detrás, con la mano izquierda aferró la punta de la bota. Aunque no había hecho esto antes más que dos veces, le salió extraordinariamente bien. Bastó un instante de concentración y murmurar el hechizo.

Scharley volvió a blasfemar. Jagna eructó. Los ojos de la pelirroja se abrieron.

Y Reynevan, como estaba, en aquella pose, poco a poco se elevó sobre el suelo. No muy alto, tres o cuatro palmos. Y apenas unos instantes. Pero fue suficiente.

La pelirroja levantó una damajuana de barro, bebió de ella un largo trago, luego otro. A las muchachas no les ofreció, a Jagna, que extendió la mano con ansia, le impidió coger el recipiente, manteniéndolo lejos del alcance de sus dedos de largas uñas. No apartó los ojos de Reynevan, y las pupilas de sus claros ojos eran como dos puntitos negros.

– Vaya, vaya -dijo-. Quién se lo iba a esperar. Magos, verdaderos magos, del gremio de primera, Toledo. Aquí, en mi casa, en la casa de una humilde bruja. Qué honor. Acercaos, acercaos. ¡Sin recelos! ¿No os habréis tomado en serio mis burlillas acerca de la comida y el canibalismo? ¿Eh? ¿No lo habréis creído?

– No, por supuesto que no -afirmó Scharley solícito, tan solícito que estaba claro que mentía. La pelirroja bufó.

– Así que -preguntó-, ¿qué es lo que los señores hechiceros buscan en aqueste mi pobre rincón? ¿Qué desean? O no será…

Se detuvo, sonrió.

– ¿O no será que los señores hechiceros se hayan descaminado comúnmente? ¿Que hayan confundido el camino? ¿Desdeñando la magia con masculino orgullo? ¿Y que ahora ese mismo orgullo no les permita reconocerlo, especialmente ante unas mujeres?

Scharley había recuperado su apostura.

– La agudeza de vuesa merced corre pareja con su belleza -hizo una reverencia cortesana.

– Mirailo, mirailo, hermanillas -relucieron los dientes de la bruja-, vaya un cortesano caballero que nos hemos topado, de qué forma más amena sabe hacer cumplidos. Sabe cómo agradar a una mujer, se diría que un trovador. O que un obispo. Ciertamente, es una pena que tan poco… Porque mozas y mujeres a menudo arrostran los peligros del bosque y del cementerio, mi fama alcanza bien lejos, pocas hay que tan bien sepan pinchar las tripas, tan gallardamente, con tanta seguridad y tan poco dolor como yo. Mas los hombres… En fin, acuden por estos lares muy escasamente… escasamente. Y es una pena… una pena…

Jagna rió con fuerza, la rapaza sorbió la nariz. Scharley se cubrió de rubor, pero más bien de gana que de embarazo. Reynevan, por su parte, también se había recuperado. Ya había conseguido columbrar lo necesario entre el vapor del bullente caldero, así como ver los hatos de yerbas colgados, tanto secos como frescos.

– La agudeza y la belleza de vuesas mercedes corren parejas con su modestia. -Se estiró, con cierta altivez, pero consciente de que se hacía de notar-. Porque estoy seguro de que muchos huéspedes acuden aquí, y no sólo a causa de los servicios medicinales. Pues veo fresnillo blanco y allí, ¿no es acaso «triguillo de espinas», es decir estramonio, datura? Y allí albarrana, allí de nuevo altamisa, la hierba de los augurios. Y aquí, mira, beleño negro, herba Apollinañs, y pie de grifo, helleborus, ambos provocan visiones proféticas. Así que hay demanda de augurios y profecías, ¿me equivoco?

Jagna eructó. La rapaza lo atravesó con la mirada. La pelirroja se sonrió enigmáticamente.

– No yerras, compadre buen conocedor de yerbas -dijo ésta por fin-. Grande es la demanda de augurios y profecías. Se acerca un tiempo de cambios y mudanzas, muchos quieren saber qué es lo que habrá de traer tal tiempo. Y vosotros también lo queréis. Enterarse de lo que os deparará la fortuna. ¿Me equivoco?

La pelirroja echó al caldero las hierbas y removió. La profecía, sin embargo, iba a hacerla la rapaza de rostro de zorro y ojos ardientes de fiebre. Poco después de haber bebido el elixir, sus ojos se embotaron, la seca piel de sus mejillas se puso en tensión, el labio inferior dejó los dientes al descubierto.

– Columna veli aurei -dijo de pronto con no demasiada claridad-. La columna del velo de oro. Nacida en Genazzano, en Roma termina su vida. En seis años. El lugar vacío lo ocupará la loba. En domingo Oculi. En seis años.

El silencio, tan sólo turbado por el chasquido del fuego y el ronroneo del gato, reinó durante tanto tiempo que Reynevan dudó. Sin razón.

– Antes de que pasen dos días -dijo la muchacha, estirando un tembloroso dedo en su dirección-. Antes de que pasen dos días devendrá él famoso poeta. Famoso ante todos su nombre será.

Scharley se agitó un poco al ahogar la risa, se tranquilizó al punto ante la mirada furiosa de la pelirroja.

– Se acerca el vagabundo. -La adivina suspiró algunas veces con fuerza-. Se acerca el Viator, el Vagabundo, desde la parte del sol. Vendrá el cambio. Alguno de los nuestros se va, a nosotros vendrá el Vagabundo. El Vagabundo dice: ego sum qui sum. No preguntes al Vagabundo por su nombre, es un secreto. Porque hay algo que acertará esto: de aquello que come salió lo que se usa y del fuerte saldrá lo dulce.