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–  Vanitas vanitatum, Reinmar! ¡Todo es vanidad y nada más que vanidad! ¡No seas tan loco, la cólera habita en el pecho de los tontos! Recuerda: melior est canis vivus leone mortuo, más vale perro vivo que león muerto.

– ¿Lo qué?

– Si no abandonas tus estúpidos planes de venganza, estarás muerto, porque esos planes representan para ti la muerte segura. Y a mí, incluso si no me matan, me meterán de nuevo en la cárcel. Mas esta vez no con los carmelitas y no temporalmente, sino en la mazmorra, ad carcerem perpetuum. O, lo que creen ser una merced, largos años in pace en un monasterio. ¿Sabes tú, Reinmar, qué es in pace? Es un enterramiento en vida. En el sótano, en una celda estrecha y tan baja que no se puede nada más que estar sentado, y según van creciendo los excrementos hay que ir encogiéndose cada vez más para no golpearse en la oscuridad con el techo. Se te ha salido un tornillo si piensas que voy a arriesgarme a algo así por tu causa. Una causa necia, por no decir apestosa.

– ¿Qué es lo que te apesta tanto? -preguntó Reinevan con enojo-. ¿La trágica muerte de mi hermano?

– Las circunstancias que la acompañaron.

Reynevan se mordió la lengua y giró la cabeza. Por un instante miró a Sansón el gigante, sentado sobre su tronco. Tiene un aspecto algo distinto, pensó. Todavía tiene, cierto, el físico de un cretino, pero algo en él ha cambiado. ¿El qué?

– En las circunstancias de la muerte de Peterlin -siguió- no hay nada oscuro. Lo mató Kirieleisón. Kunz Aulock et suos cómplices. Ex subordinatione y por el dinero de los Sterz. Se debiera colgar a los Sterz de…

– ¿No oíste -lo interrumpió Scharley- lo que dijo Dzierzka, tu pariente?

– Lo oí. Pero no le di valor alguno.

Scharley sacó una garrafa de entre los avíos y le quitó el corcho, un olor a aguardiente se extendió por el aire. La garrafa, fuera de toda duda, no estaba entre los regalos de despedida de los benedictinos. Reynevan no tenía ni idea de cuándo y de qué forma el demérito había llegado a su posesión. Pero se sospechaba lo peor.

– Eso es un tremendo error. -Scharley dio un trago a la garrafa, se la alargó a Reynevan-. Es un error no hacer caso a Dzierzka, ella, por lo general, sabe de qué habla. Las circunstancias de la muerte de tu hermano, muchacho, no están claras. Con toda seguridad, no hasta el punto de embarcarse en una sangrienta venganza. No tienes ninguna prueba de que los Sterz sean los culpables. Tándem, tampoco tienes pruebas de que la culpa sea de Kirieleisón. Bah, in hoc casu faltan hasta los motivos y las razones.

– ¿Pero qué…? -Reynevan se atragantó con el licor-. ¿Pero qué cono dices? A Aulock y a su banda los vieron en los alrededores de Balbinów.

– Como prueba es non sufficit.

– Tenían motivo.

– ¿Cuál? He escuchado atentamente tu relato, Reinmar. A Kirieleisón lo contrataron los Sterz, la familia política de tu amada. Para atraparte vivo. Solamente vivo. Lo sucedido en la taberna de Brzeg lo prueba sin posibilidad de duda. Kunz Aulock, Stork y De Barby son profesionales, sólo hacen aquello para lo que les pagan. Les pagaron por ti, no por tu hermano. ¿Por qué tenían que dejar en el camino un muerto? Un cadáver dejado así, a su paso, es un problema para un profesionaclass="underline" es una amenaza de persecución, justicia, venganza… No, Reinmar. En todo ello no hay ni pizca de lógica.

– ¿Entonces quién, según tú, mató a Peterlin? ¿Quién? Cui bono?

– Precisamente. Merece la pena, de verdad la merece, el reflexionar acerca de ello. Tienes que contarme más acerca de tu hermano. Durante el viaje a Hungría, se entiende. Pasando por Swidnica, Frankenstein, Nysa y Opava.

– Te has olvidado de Ziebice.

– Cierto. Mas tú no te has olvidado. Y no te olvidarás, me temo. Siento curiosidad por saber cuándo se va a dar cuenta.

– ¿Quién? ¿Qué?

– Sansón Mieles, el de los benedictinos. En el tronco en el que está sentado hay un nido de avispas.

El gigante se alzó bruscamente. Y se volvió a sentar otra vez, al darse cuenta de que había caído en una trampa.

– Lo sospechaba. -Scharley mostró los dientes-. Entiendes latín, hermano.

Ante la mirada infinitamente asombrada de Reynevan, el gigante les respondió con una sonrisa.

– Mea culpa -respondió, con un acento que engañaría al mismísimo Cicerón-. Mas al cabo no es pecado. Y si lo fuera, ¿quién sine peccato est?

– Yo no tendría por virtud -Scharley separó mucho los labios- el escuchar conversaciones ajenas fingiendo no entender la lengua.

– Razón hay en ello. -Sansón hizo una leve inclinación de cabeza-. Y ya he reconocido que era mi culpa. Y para no acrecentar mis culpas, me apresuro a advertir que el pasar a la lengua de los francos tampoco os habrá de asegurar la discreción. Sé francés.

– Ah. -La voz de Scharley era fría como el hielo-. Est-ce vraí? ¿De verdad?

– Ciertamente. On le dit, et c'est la venté.

Durante un tiempo reinó el silencio. Por fin, Scharley carraspeó con fuerza.

– La lengua de los ingleses -arriesgó- también, no dudo, la hablas igual de bien.

– Ywis -le respondió sin tartamudear el gigante-. Herkneth, this is the point, to speken short and plain. That ye han said is right enough. Namore ofthis, basta. Porque incluso si hablara con todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, sería aquí como un címbalo tronante. En vez de alardear de elocuencia, vayamos al grano, porque el tiempo apremia. No os he seguido por diversión, sino llevado de una apurada necesidad.

– ¿Cierto? ¿Y en qué reside, si se puede saber, la tal dirá necessitas?

– Miradme atentamente y respondedme con la mano en el corazón: ¿os gustaría tener este aspecto?

– No nos gustaría -respondió Scharley con una desarmante sinceridad-. Sin embargo, compadre, traes tus pretensiones a parte equivocada. Tu aspecto se lo debes directamente a tu padre y tu madre. E indirectamente al Creador, aunque parezca que haya mucho en contra de esta tesis.

– Mi aspecto -Sansón pasó por alto la burla- os lo debo a vosotros. A vuestros exorcismos idiotas. La habéis liado, muchachos, y además, bien buena. Es hora de mirar a la verdad a los ojos y comenzar a meditar en qué forma vais a remediar lo que habéis engendrado. Y se debería pensar en recompensar a quien le habéis causado problemas.

– No tengo ni idea de lo que estás hablando -afirmó Scharley-. Hablas, amigo, muchas de las lenguas de los hombres y de los ángeles, mas todas incomprensibles. Repito: no tengo ni idea de lo que quieres. Te lo juro por aquéllo que me es más sagrado, es decir, por mi vieja polla. Je jure ga sur mes couilles.

– Tanta elocuencia, tanta labia -comentó el gigante-. Y no tiene ni pizca de cerebro. ¿De verdad no entiendes lo que sucedió a causa de vuestros putos hechizos?

– Yo… -Reynevan se atragantó-. Yo lo entiendo… Durante los exorcismos… algo salió.

– He aquí -el coloso lo miró- cómo triunfan la juventud y los estudios universitarios, a tenor de los coloquialismos, seguramente Praga. Sí, sí, jovencito. Los encantamientos y los hechizos pueden tener consecuencias colaterales. Dicen las Escrituras: la oración del humilde atraviesa las nubes. Las ha atravesado.

– Nuestros exorcismos… -susurró Reynevan-. Lo sentí. Sentí un repentino fluir de Fuerza. Mas acaso sea posible… sea posible…