No. Se preocupa. La unión importa. Llega a la conclusión de que tiene algo que ver con lo que están experimentando en relación con el intenso gris del exterior, con ese intercambio de energías, con esa creciente sensación de conexión universal. Están haciendo descubrimientos a cada día que transcurre. No son astronómicos, sino… bueno, espirituales… y el capitán piensa que sería una verdadera lástima que nada de esto pudiera ser comunicado a los que han quedado detrás. Tenemos que mantener abierto el contacto.
—Quizá deberíamos permitir que tú e Yvonne descansarais unos días —dice.
Me miran como si fuera una especie de monja, porque soy ciega y especial. Odio eso, pero no puedo hacer nada para cambiarlo. Soy lo que ellos creen que soy. Permanezco despierta, imaginando que los hombres tocan mi cuerpo, que el capitán se tiende sobre mí. Veo su rostro con claridad, con la piel enrojecida y sudorosa, con los ojos brillantes. Me acaricia los senos. Aprieta sus labios contra los míos. De repente, terriblemente, me abraza y yo grito. ¿Por qué grito?
—Me has prometido enseñarme a jugar —dice ella, poniendo mala cara.
Están en la sala de la nave. Se desarrollan cuatro juegos: Elliot y Sylvia, Roy y Paco, David y Heinz, Mike y Bruce. Aquella ligera mala cara le fascina: un gesto tan de niña pequeña, tan encantador, tan humano. Parece encontrarse hoy mucho mejor, aún cuando hubo problemas de nuevo con la transmisión, con Yvonne quejándose de que el informe de la mañana le habia llegado confusa y ruidosamente. Noelle ha llegado a la conclusión de que el ruido se debe a alguna especie de fenómeno local, algo así como un efecto de manchas solares, y que se desvanecerá en cuanto se hayan alejado lo suficiente de este sector del no-espacio. Él no se siente tan seguro al respecto, pero probablemente ella comprende esas cosas mucho mejor.
—Enséñame, capitán —insiste—. De veras que quiero aprender a jugar. Ten fe en mí.
—Está bien —admite él; después de todo, quizás el juego sea relajante para Noelle, como una distracción pasajera—. Éste es el tablero. Tiene diecinueve lineas horizontales y diecinueve líneas verticales. Las piedras se juegan en las intersecciones de estas líneas, no en los cuadrados que forman.
Le toma la mano y, con la punta de los dedos de Noelle, va trazando el modelo de las líneas que se cruzan. Han sido impresas con una tinta espesa, fácilmente discernibles de la plana uniformidad del tablero.
—A estos nueve puntos se les llama salidas —le dice—. Sirven como puntos de orientación —y hace que las puntas de los dedos de ella toquen las nueve estrellas—. Numeramos las líneas en esta dirección, del uno al diecinueve, y a las otras líneas, en esta otra dirección, les damos letras, de la A a la T, dejando fuera la I. De este modo podemos identificar las posiciones en el tablero. Ésta es la B10, ésta la D18, ésta la J4, ¿me sigues?
El capitán siente desesperación. ¿Cómo podrá ella memorizar todo el tablero? Pero ella no parece tener el menor problema mientras recorre con su mano a lo largo de los bordes del tablero, murmurando:
—A, B, C, D…
El curso de los otros juegos se ha detenido. Todos los presentes en la sala les están observando. El guía su mano hacia las dos filas de piedras, la blanca y la negra, y le muestra la forma tradicional de coger una piedra entre dos dedos y dejarla caer contra el tablero.
—Los jugadores más fuertes utilizan las piedras blancas —le dice—. Las negras siempre mueven primero. Los jugadores juegan alternativamente la colocación de las piedras, una en cada ocasión, situándola en una intersección no ocupada. Una vez que se ha colocado una piedra ya no se puede mover, a menos que sea capturada, en cuyo caso es apartada inmediatamente del tablero.
—¿Y cuál es el propósito del juego? —pregunta ella.
—Controlar la zona más amplia posible con el menor número posible de piedras. Se construyen muros. La media se obtiene contando el número de intersecciones vacías situadas dentro de los muros propios, más el número de prisioneros que has cogido.
Metódicamente, le va explicando la técnica del juego: la colocación de las piedras, la valoración del tamaño del territorio ocupado, el apresamiento de las piedras del adversario. Lo ilustra imaginando situaciones ficticias sobre el tablero, nombrando en voz alta la situación de cada piedra a medida que las coloca:
—Negras tienen P12, Q12, R12, S12, T12 y también P11, P10, P9, Q8, R8, S8, T8. Las blancas tienen…
De algún modo, ella va visualizando las posiciones; repite el modelo que forman las piedras sobre el tablero, y hace preguntas que demuestran que ve el tablero con toda claridad en su mente. Al cabo de veinte minutos ya ha comprendido las estratagemas básicas. En varias ocasiones, al describirle maniobras, él le ha dado una coordenada errónea —después de todo, el tablero no está marcado con números y letras, y de vez en cuando se equivoca—, pero en cada ocasión ella le corrige con suavidad, diciendo: «¿N13? ¿No querrás decir N12?»
—Creo —dice ella finalmente— que ahora ya lo puedo seguir todo. ¿Te gustaría jugar una partida?
Considera tu situación cuidadosamente. Tienes veinte años, eres mujer y ciega. No te has casado nunca, ni has formado nunca una pareja básica. Tu único contacto realmente humano lo has mantenido con tu hermana gemela, que es como tú: soltera y ciega. Su mente está totalmente abierta a la tuya. La tuya es de ella. Tú y ella sois dos mitades de una misma alma, inexplicablemente personificada en cuerpos separados. Con ella ―y sólo con ella― te sientes completa. Te han pedido que formes parte de un viaje hacia las estrellas sin ella, un viaje que estás segura te apartará de ella para siempre. Te han dicho que si abandonas la Tierra a bordo de esa nave espacial, no hay posibilidades de que vuelvas a ver de nuevo a tu hermana. También te han dicho que tu presencia es importante para el éxito del viaje, porque sin tu ayuda se necesitarían décadas, e incluso siglos, para que las noticias de la nave espacial llegaran a la Tierra, mientras que si tú estás a bordo sería posible mantener una comunicación instantánea a través de cualquier distancia. ¿Qué debes hacer? Piénsalo. Considéralo.
Y lo consideras. Y te presentas voluntaria para ir, desde luego. Se te necesita; ¿cómo podrías negarte? En cuanto a tu hermana, evidentemente perderás toda oportunidad de tocarla, de estrecharla entre tus brazos, de obtener un consuelo directo de su presencia. Pero, por lo demás, no pierdes nada. ¿No volver a «verla» nunca más? No. Tú puedes «verla», incluso desde una distancia de un millón de años luz, del mismo modo que la puedes ver desde la habitación contigua. De eso no puede haber la menor duda.
La transmisión de la mañana. Noelle, sentada de espaldas al capitán, escucha lo que él lee y lo transmite a través de un abismo de más de dieciséis años luz.
—Espera —dice ella—. Yvonne me pide que repita. Desde «metabólico».
El capitán se detiene. Retrocede y lee de nuevo:
—Los equilibrios metabólicos permanecen normales, aunque, como ya se ha informado antes, algunos de los miembros de mayor edad de la expedición han empezado a mostrar deficiencias de manganeso y potasio. Estamos dando los pasos correctores necesarios, y…
Noelle le detiene con un gesto brusco. Él espera, mientras ella se inclina hacia adelante, con la frente contra la mesa y las manos fuertemente apretadas contra las sienes.
—Otra vez la estática —dice Noelle—. Y hoy es peor.