Noelle sueña que le ha desaparecido la ceguera. De repente, se ve rodeada por la luz, y abre los ojos, se sienta, mira a su alrededor, con respeto y admiración, diciéndose a sí misma: esto es una mesa, esto es una silla, éste es el aspecto que tienen mis estatuillas, éste es el aspecto de mi galopín marino. Se siente extrañada por la belleza de todo lo que contempla en su habitación. Se levanta, avanza, tambaleándose al principio, agarrándose, ganando después, mágicamente, posición y equilibrio, aprendiendo a caminar de esta nueva forma, juzgando las posiciones de las cosas no por los ecos y por las corrientes de aire, sino por la utilización de sus propios ojos… La información la inunda. Se mueve alrededor de toda la nave, descubriendo cómo son los rostros de sus compañeros de viaje. Tú eres Roy, tú eres Sylvia, tú eres Heinz, tú eres el capitán. Sorprendentemente, todos ellos se parecen mucho a la imagen que se había hecho de ellos: Roy, carnoso y de cara enrojecida; Sylvia, frágil; el capitán, flaco y de mirada penetrante; Heinz así, Elliot asá, todos adaptándose a lo que ella esperaba. Todos hermosos.
Se dirige hacia el ventanal visor del que hablan todos y mira hacia el famoso gris. Si, sí, es tal y como ellos dicen: un cosmos de maravillas, un milagro de complejos tonos pulsantes, nivel tras nivel de reverberación incandescente ondulando hacia el borde del universo sin fronteras. Permanece durante una hora ante esa densa explosión de energías ondulantes, entregándose a ella y absorbiéndola en sí misma, y entonces, y entonces… en el instante en que llega sobre ella el último momento de iluminación, se da cuenta de que algo está mal. Yvonne no está con ella. Extiende su mente y no encuentra a Yvonne al otro lado. De algún modo, ha cambiado su poder por el don de la vista. ¿Yvonne? ¿Yvonne? Todo permanece en silencio. ¿Dónde está Yvonne? Yvonne no está con ella. Esto es sólo un sueño, se dice Noelle a sí misma, y no tardaré en despertarme. Pero no puede despertarse. Llena de terror, grita.
—Todo está bien —le susurra Yvonne—. Estoy aquí, amor. Estoy aquí, estoy aquí, como siempre.
Sí. Noelle siente el estrecho contacto. Temblando, abraza a su hermana. La mira. ¡Puedo ver, Yvonne! ¡Puedo ver! Noelle se da cuenta de que, en su primer rapto de alegría, se ha olvidado por completo de mirarse a sí misma, aunque fue precipitadamente de un lado a otro, mirándolo todo. Los espejos nunca han formado parte de su mundo. Mira a Yvonne, que es como mirarse a sí misma, e Yvonne le parece hermosa, con su pelo negro, sedoso y lustroso, su rostro suave y pálido, sus rasgos de finas características, sus ojos… sus ojos ciegos, vivos y chispeantes. Noelle le dice a Yvonne lo hermosa que es, e Yvonne asiente y las dos se echan a reír y se abrazan y empiezan a llorar de alegría y de amor, y Noelle se despierta, y el mundo es negro a su alrededor.
—Tengo el nuevo comunicado para enviar —dice débilmente el capitán—. ¿Te sientes con fuerzas para intentarlo de nuevo?
—Desde luego —y le dirige una sonrisa valiente—. Ni siquiera aludas a la posibilidad de abandonar, capitán. Tiene que haber, absolutamente, algún modo de evitar esta interferencia.
—Absolutamente —refuerza él, mientras revuelve incansable sus papeles—. Muy bien, Noelle. Empecemos. Día de navegación 128. Velocidad…
—Dame un momento más para prepararme —pide Noelle.
Él se detiene, y ella cierra los ojos y comienza a penetrar en estado de transmisión. Está consciente, como siempre, de la presencia de Yvonne. Aun cuando no fluya ninguna información específica entre ellas, siempre existe un contacto permanente a bajo nivel, y una sensación de que la otra está cerca, y esa propia conciencia cálida, propia, receptiva, como la que tiene una persona de su propio brazo, pierna o labio. Pero entre ese contacto subliminal impalpable y la verdadera transmisión de contenido específico hay varios pasos clave que dar. Yvonne y Noelle son resonadores biopsíquicos humanos que constituyen una red de comunicación de amplio alcance; existe un procedimiento de llamada para ellas, como lo hay para cualquier persona que transmite y recibe. Noelle se abre al radiante espectro de energía, vibrador, pulsante, que llevará su mensaje a su hermana, atada a la Tierra. Como circuito transmisor en este intercambio, ella tiene que ser la que mantenga un máximo de flujo energético. Rápida, intuitivamente, Noelle activa sus propios centros de energía, el de la espina dorsal, el del plexo solar, el situado en la parte superior del cráneo; la energía surge de ella y se expande instantáneamente por la galaxia. Pero hoy hay un extraño y problemático efecto de rechazo; al controlar el circuito, se da cuenta inmediatamente de que la señal no ha podido llegar hasta Yvonne. Yvonne está ahí, Yvonne está sintonizada y expectante, pero algo está obstruyendo el canal y nada pasa a través de él, ni una sola sílaba.
—La interferencia es peor que nunca —le dice al capitán—. Tengo la sensación de que podría extender la mano y tocar a Yvonne. Pero ella no me está leyendo y yo no recibo tampoco nada de ella.
Con un pequeño estremecimiento de los hombros, Noelle cambia la frecuencia de emisión. Nota un ajuste correspondiente por parte de Yvonne, al otro extremo de la conexión, pero una vez más se ven perturbadas, una vez más se encuentran con un bloqueo total. Su señal está siendo enviada y absorbida por… ¿qué? ¿Cómo puede ocurrir algo así?
Ahora hace un esfuerzo decidido para forzar la salida del sistema. Se dirige al centro neurálgico de su propia espina dorsal, excitando sus propias energías, utilizándolas para impulsar el siguiente centro para que alcance un tono vibracional más intenso, y empleándolo para empujar al centro más elevado de todos hacia su mayor capacidad armónica. Su conciencia recorre arriba y abajo las bandas de energía. Nada. Nada. Se estremece; se encoge; ha quedado físicamente agotada por el esfuerzo.
—No puedo pasar —murmura—. Ella está ahí, la puedo sentir ahí, sé que está trabajando para alcanzarme. Pero no puedo transmitir ningún mensaje coherente e inteligible.
A casi diecisiete años luz de la Tierra, y ha quedado bloqueado el único canal de comunicación. El capitán se siente abrumado por helados terrores. La nave, autosuficiente y autónoma, se ha convertido en un simple mosquito en medio de un huracán. Los viajeros se adentran ciegamente hacia las profundidades de un universo desconocido, solos, solos, solos. Presumió de no necesitar ninguna conexión con la Tierra, pero ahora que se ha roto la conexión, se estremece y se siente acobardado. Todo parece haber adquirido una nueva perspectiva. No hay reglas. Los seres humanos no han estado nunca tan lejos de su hogar. Se aprieta contra el ventanal visor y contra el famoso color gris que hay al otro lado, girando y arremolinándose, como si se mofara de él con su inmensidad. Salta hacia mí, dice, salta, salta, déjate suelto en mí, húndete en mí.
Detrás de él, escucha el sonido de unos pasos suaves. Es Noelle. Le toca sus hombros tensos y hundidos.
—Todo está bien —le susurra ella—. Estás experimentando una reacción excesiva. No lo hagas todo tan trágico.
Pero lo es. Es su propia tragedia más que la de nadie; de Noelle y de Yvonne. Pero también la de él, la de ellos, la de todos. Separados. Perdidos en un silencio neblinoso.