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Le viene bien al viejo bastardo, pensó, después de todos los problemas que ha creado.

—Muchacho —el tío James alzó las manos—. Estábamos a punto de ir por ti, de verdad que sí.

Jacob sonrió perezosamente.

—No hay prisa, Jim. Estoy seguro de que nuestra exploradora interestelar tiene un montón de cosas interesantes que contar. ¿Le has explicado lo del agujero negro, querida?

Helene sonrió desagradablemente e hizo un gesto subrepticio.

—Bueno, Jake, tú mismo dijiste que no lo hiciera. Pero si crees que a tu tío le gustaría oírlo…

Jacob sacudió la cabeza. Él mismo se encargaría de su tío. Helene podría ponerse un poco dura.

La señorita deSilva era una gran piloto y en las últimas semanas se había convertido también en una imaginativa conspiradora. Pero su relación personal dejaba perplejo a Jacob. Su personalidad era… poderosa.

Cuando se enteró, al despertar, que la Calypso había saltado ya, Helene se enroló en el grupo que diseñaba la nueva Versarius II. La Tazón, anunció descaradamente, era tener tres años para suministrar a Jacob Demwa un curso completo de condicionamiento pavloviano. Al final de ese período, ella tocaría un timbre y él decidiría saltar también.

Jacob tenía sus reservas, pero estaba claro que Helene deSilva tenía completo control sobre sus glándulas salivares.

El tío James estaba más nervioso que nunca. El político imperturbable parecía decididamente inquieto. El airoso encanto irlandés de la parte Álvarez de la familia estaba apagado. La cabeza gris asentía nerviosa. Sus ojos verdes parecían tristes.

—Jacob, muchacho. Nuestros invitados han llegado. Están esperando en el estudio y Christien los está atendiendo. Espero que seas razonable respecto a este asunto. En realidad, no había ningún motivo para invitar al tipo del gobierno. Podríamos haberlo resuelto nosotros solos. Tal como yo lo veo…

Jacob alzó su mano libre.

—Tío, por favor. Ya hemos hablado de esto. Hay que adjudicar el asunto. Si rehusas los servicios de la gente de Registros Secretos, tendré que convocar un consejo familiar y presentarles el asunto a ellos. Ya conoces al tío Jeremey, que probablemente optará por hacer un anuncio público. Tendría buena prensa, desde luego, pero el Departamento de Acusaciones Encubiertas tendría entonces el caso, y te pasarías cinco años con ese aparatito en el cuello haciendo bip, bip, bip…

Jacob se recostó en el hombro de Helene, más por el contacto que por apoyarse, y agitó ambas manos delante de los ojos del tío James. Con cada «bip», el rostro aristocrático palideció un poco. Helene empezó a reírse, luego hipó.

—Perdón —dijo rápidamente.

—No seas sarcástica —comentó Jacob. Le dio un pellizco y luego reclamó su bastón.

El estudio no era tan impresionante como el de la Mansión Álvarez en Caracas, pero esta casa se encontraba en California. Eso lo compensaba. Jacob esperó que su tío y él volvieran a hablarse después de hoy.

Paredes de estuco y vigas falsas acentuaban el aspecto español. Entre las estanterías destacaban cajas que contenían la colección de James de publicaciones samizdat de la era de la Burocracia.

En la repisa de la chimenea estaba grabado un antiguo lema:

«El pueblo, unido, jamás será vencido.»

Fagin trinó una cálida bienvenida. Jacob hizo una reverencia y ejecutó un saludo largo y formal, sólo por complacer al kantén. Fagin le había visitado con regularidad en el hospital. Al principio resultó difíciclass="underline" los dos estaban convencidos de hallarse en deuda con el otro. Por fin, acordaron no estar de acuerdo.

Cuando el equipo de rescate del TAASF abordó la Nave Solar mientras volaba en su órbita hiperbólica asistida por láser, se sorprendieron por el estado congelado de la tripulación humana. No supieron qué hacer con el cuerpo aplastado del pring, en la zona invertida. Pero lo que más les sorprendió fue Fagin, colgando boca abajo por aquellas agudas zarpas de sus raíces mientras el láser todavía expulsaba su potencia. El frío no había estropeado una cuarta parte de sus células, como había sucedido con los humanos, y parecía haber salido ileso de la cabalgada a través de la fotosfera.

A su pesar, Fagin del Instituto del Progreso, el perpetuo observador y manipulador, se había convertido en un personaje singular. Probablemente era el único sofonte vivo que podía describir cómo era volar, colgando boca abajo, a través del denso fuego opaco de la fotosfera. Ahora tenía una historia propia que contar.

Debió de ser doloroso para el kantén. Nadie creyó una palabra de su relato hasta que se estudiaron las cintas de Helene.

Jacob saludó a Pierre LaRoque. El hombre había recuperado gran parte de su color desde su último encuentro, por no mencionar su apetito. Había devorado los entremeses de Christien. Todavía confinado en su silla, sonrió y asintió silenciosamente a Jacob y Helene. Jacob sospechó que la boca de LaRoque estaba demasiado llena para hablar.

El último invitado era un hombre alto de rostro afilado, pelo rubio y ojos celestes. Se levantó del sofá y extendió la mano.

—Han Nielsen, a su servicio, señor Demwa. Sólo en base a los noticiarios me siento orgulloso de conocerle. Naturalmente, Registros Secretos sabe todo lo que sabe el gobierno, así que estoy impresionado por partida doble. Asumo sin embargo que nos ha llamado para tratar de un asunto que no debe conocer el gobierno.

Jacob y Helene se sentaron frente a él, de espaldas al ventanal que asomaba al océano.

—Así es, señor Nielsen. De hecho, hay un par de cuestiones. Nos gustaría pedir un sello y la adjudicación del Consejo Terrágeno.

Nielsen frunció el ceño.

—Sin duda se dará cuenta de que el Consejo apenas es un recién nacido en este punto. ¡Los delegados de las colonias ni siquiera han llegado! A los bu… servidores civiles de la Confederación —(¿había estado a punto de pronunciar la palabra obscena «burócrata»?)—, ni siquiera les gusta la idea de tener un Registro Secreto supralegal para hacer hincapié en la honestidad por encima de la ley secular. El Terrágeno es aún menos popular.

—¿Aunque se haya demostrado que es la única forma de tratar con la crisis a la que nos hemos enfrentado desde el Contacto? —preguntó Helene.

—Incluso así. Los federales han reconocido el hecho de que con el tiempo hará falta una jurisdicción para tratar asuntos interestelares e interespecies, pero no les gusta y van muy despacio.

—Pero ése es el tema —dijo Jacob—. La crisis era ya mala antes de la debacle de Mercurio, tanto que obligó a la creación del Consejo. Pero todavía era manejable. El Proyecto Navegante Solar probablemente ha cambiado eso.

Nielsen parecía sombrío.

—Lo sé.

—¿De veras? —Jacob apoyó las manos en sus rodillas y se inclinó hacia adelante—. Ha visto el informe de Fagin sobre la probable reacción de los pila a los pecadillos descubiertos de Bubbacub en Mercurio. ¡Y ese informe fue escrito antes de que todo el asunto relativo a Culla saliera a la luz!

—Y la Confederación lo sabe todo. —Nielsen hizo una mueca—. Las acciones de Culla, su extraña apología, toda la cápsula.

—Bueno —suspiró Jacob—, después de todo, son el gobierno. Ellos hacen la política exterior. Además, Helene no tenía forma de saber que sobreviviríamos. Lo grabó todo.

—Nunca se me ocurrió —dijo Helene—, hasta que Fagin explicó que sería mejor si los federales no descubrían nunca la verdad, o que el Consejo Terrágeno estaría más capacitado para encargarse de este lío.

—Mejor equipado tal vez, ¿pero qué espera que hagamos nosotros, o el Consejo? Pasarán años antes de que consiga aceptación y legitimidad. ¿Por qué arriesgarse interviniendo en esta situación?