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La expresión del científico se ensombreció de repente.

—Es decir, hasta ahora.

Kepler guardó silencio y miró la alfombra. Jacob lo observó un instante, luego se cubrió la boca y tosió.

—Ya que estamos en el tema, he advertido que no hay ninguna mención de los Espectros Solares en la Red de Datos, ni en la Biblioteca siquiera… y yo tengo un permiso 1-AB. Me preguntaba si podría prestarme algunos de sus informes sobre el tema para que los estudie durante el viaje.

Kepler apartó la mirada, nervioso.

—No estábamos preparados para dejar que los datos salieran todavía de Mercurio, señor Demwa. Hay consideraciones políticas en el descubrimiento que, uh, retrasarán su puesta al día hasta que lleguemos a la base. Estoy seguro de que todas sus preguntas serán respondidas allí. —Parecía realmente tan avergonzado que Jacob decidió olvidar el asunto por el momento. Pero no era una buena señal.

—Me tomo la libertad de añadir un fragmento de información — dijo Fagin—. Ha habido otra inmersión desde nuestra reunión, Jacob, y nos han dicho que en esa inmersión sólo se han observado las primeras y más prosaicas especies de solarianos. No la segunda variedad que tantas preocupaciones ha causado al doctor Kepler.

Jacob estaba todavía confundido por las apresuradas explicaciones que había dado Kepler de los dos tipos de criaturas solares observadas hasta el momento.

—¿Ese tipo era el herbívoro?

—¡Herbívoro no! —intervino Kepler—. Magnetóvoro. Se alimenta de la energía de los campos magnéticos. Es fácil de comprender ese tipo, pero…

—¡Interrumpo! Con el más solemne deseo de ser perdonado por la intrusión, insto a la discreción. Se acerca un desconocido.

Las ramas superiores de Fagin rozaron el techo.

Jacob se volvió hacia la puerta, un poco molesto porque había algo capaz de hacer que Fagin interrumpiera la frase de otro. Advirtió con tristeza que esto era otro signo de que se había metido en una tensa situación política, y seguía sin conocer las reglas.

No oigo nada, pensó. Entonces Pierre LaRoque apareció en la puerta, con una copa en la mano y su rostro siempre florido todavía más ruborizado. La sonrisa inicial del hombre se hizo mayor al ver a Fagin y a Bubbacub. Entró en la sala y dio a Jacob un jovial golpecito en la espalda, insistiendo en que debía ser presentado ahora mismo.

Jacob reprimió un gesto de indiferencia.

Realizó las presentaciones muy despacio. LaRoque estaba impresionado, y se inclinó profundamente ante Bubbacub.

— ¡Ab-Kisa-ab-Soro-ab-Hul-ab-Puber! Y dos pupilos, ¿qué eran, Demwa? ¿Jello y algo? ¡Me siento muy honrado de conocer a un sofonte de la línea soro en persona! ¡He estudiado el lenguaje de sus antepasados, quienes tal vez algún día demuestren que también son los nuestros! ¡La lengua soro es similar a la protosemítica, y también al protobantú!

Los cilios de Bubbacub se agitaron sobre sus ojos. El pil, a través de su vodor, empezó a dar voz a un discurso complicado, aliterativo e incomprensible. Entonces las mandíbulas del alienígena chascaron y pudo oírse un gruñido agudo, medio ampliado por el vodor.

Desde detrás de Jacob, Fagin respondió con su lengua chascante. Bubbacub se volvió hacia él con los ojos negros encendidos mientras respondía con un gruñido, agitando un brazo rechoncho en dirección a LaRoque. La chirriante respuesta del kantén provocó un escalofrío en Jacob.

Bubbacub se dio la vuelta y salió de la sala sin decir nada más a los humanos.

Durante un instante de aturdimiento, LaRoque no dijo nada. Entonces miró a Jacob, sorprendido.

—¿Qué es lo que he hecho, por favor?

Jacob suspiró.

—Tal vez no le guste que le llame primo suyo, LaRoque. —Se volvió hacia Kepler para cambiar de tema. El científico contemplaba la puerta por la que se había marchado Bubbacub.

—Doctor Kepler, si no tiene ningún dato específico a bordo, tal vez podría prestarme algunos textos básicos de física solar y alguna información histórica sobre el proyecto Navegante Solar.

—Con mucho gusto, señor Demwa. Se los enviaré antes de la cena —dijo Kepler, aunque su mente parecía estar en otra parte.

—¡Yo también! —chilló LaRoque—. Soy periodista acre ditado y solicito el informe de su infausta empresa, señor di rector.

Tras un momento de vacilación, Jacob se encogió de hombros. Que se lo entregara a LaRoque.

El desprecio puede ser confundido fácilmente con la resistencia.

Kepler sonrió, como si no hubiera oído.

—¿Perdone?

—¡La gran fantasía! ¡Ese «Proyecto Navegante Solar» suyo, que usa dinero que podría ir destinado a la recuperación de los desiertos de la Tierra, o a una Biblioteca mayor para nuestro mundo!

»¡La vanidad de este proyecto, estudiar lo que nuestros superiores entendían perfectamente antes de que fuéramos simios!

—Verá usted, señor. La Confederación ha subvencionado esta investigación… —Kepler se puso rojo.

—¡Investigación! ¡Pérdida de tiempo es lo que es! ¡Investigan ustedes lo que ya está en las Bibliotecas de la Galaxia, y nos avergüenzan a todos haciendo que los humanos parezcamos bobos!

—LaRoque… —empezó a decir Jacob, pero el hombre no se callaba.

—¡Y vaya con su Confederación! ¡Encierran a los Superiores en reservas, como los antiguos indios americanos! ¡Impiden que la gente tenga acceso a la Sucursal de la Biblioteca! ¡Permiten que continúe este absurdo del que todos se ríen, esa proclamación de inteligencia espontánea!

Kepler retrocedió ante la vehemencia de LaRoque. El color se borró de su cara y tartamudeó.

—Yo… n-no creo…

—¡LaRoque! ¡Basta!

Jacob lo agarró por el hombro y lo acercó para susurrarle urgentemente al oído.

—Vamos, hombre, no querrá avergonzarnos a todos delante del venerable kantén Fagin, ¿verdad?

LaRoque puso una expresión de asombro. Por encima del hombro de Jacob, el follaje superior de Fagin se agitaba ruidosamente. Por fin, LaRoque bajó la mirada.

El segundo momento de embarazo debió ser suficiente para él. Murmuró una disculpa al alienígena, y tras mirar fríamente a Kepler se marchó.

—Gracias por los efectos especiales, Fagin —dijo Jacob después de que LaRoque se hubo ido.

Fagin contestó con un silbido, corto y grave.

5. REFRACCIÓN

A cuarenta millones de kilómetros, el sol era un infierno en cadena. Ardía en el negro espacio, sin ser ya el brillante punto que veían los niños de la Tierra y evitaban inconscientes con los ojos. Su atracción se extendía a millones de kilómetros. Compulsivamente, uno sentía la necesidad de mirar, pero ceder a ella era peligroso.

Desde la Bradbury, tenía el tamaño aparente de una moneda colocada a un palmo del ojo. El espectro era demasiado brillante para poder soportarlo. Captar «un atisbo» de aquel orbe, como se hacía a veces en la Tierra, provocaría ceguera. El capitán ordenó que polarizaran las pantallas protectoras de la nave y sellaran las portillas de observación.

La ventanilla Lyot de la cubierta no estaba cerrada, para que los pasajeros pudieran examinar al dador de vida sin sufrir daños.

Jacob se paró delante de la ventana redonda cuando hizo una última excursión nocturna a la máquina de café, medio despierto tras haber dado una cabezada en su diminuto camarote. Se quedó mirando durante varios minutos, con el rostro inexpresivo, sólo consciente a medias, hasta que una voz susurrante le sacó de su ensimismamiento.

—Eshta esh la forma en que she ve shu shol deshde el afelio de la órbita de Mercurio, Jacob.

Culla estaba sentado ante una de las mesitas del vestíbulo tenuemente iluminado. Tras el alienígena, sobre una fila de máquinas expendedoras, un reloj de pared anunciaba las 04.30 con números brillantes.