La voz soñolienta de Jacob sonó pastosa en su garganta.
—¿Tan… ejem, tan cerca estamos ya?
Culla asintió.
—Shí.
Asomaron las cuchillas de los labios del alienígena. Sus grandes labios plegados se arrugaban y dejaban escapar un silbido cada vez que intentaba pronunciar la «s». Con aquella tenue luz, sus ojos reflejaban el brillo rojo del ventanal.
—Shólo nosh quedan otrosh dosh díash para llegar —dijo el alienígena. Tenía los brazos cruzados sobre la mesa. Los pliegues sueltos de su túnica plateada cubrían la mitad de la superficie.
Jacob, tambaleándose un poco, se volvió para mirar la portilla. El orbe solar se agitó ante sus ojos.
—¿She encuentra bien? —preguntó el pring ansiosamente. Empezó a levantarse.
—Sólo me siento un poco aturdido. —Jacob alzó una mano—. No he dormido lo suficiente. Necesito un café.
Se dirigió a las máquinas expendedoras, pero a la mitad del camino se detuvo, se volvió y contempló de nuevo la imagen del horno solar.
— ¡Es rojo! —gruñó, sorprendido.
—¿Le explico por qué mientrash trae shu café? —preguntó Culla.
—Sí. Por favor. —Jacob se volvió hacia la oscura fila de expendedores de comida y bebida, buscando una máquina de café.
—La ventanilla Lyot shólo permite la luz en forma monocromática — dijo Culla—. Eshtá hesha de mushash placash redondash; algunosh polarizadoresh y algunosh retardantesh de luz. Giran unosh con reshpecto a otrosh para shintonizar con la longitud de onda que she permite pashar.
»Esh un aparato muy delicado e ingeniosho, aunque bashtante obsholeto para los nivelesh galácticosh… como uno de los relojesh «zuizosh» que algunosh humanosh aún llevan en eshta era electrónica. Cuando shu gente se acoshtumbre a la Biblioteca eshoh… ¿Rube Goldbersh? sherán arcaicosh.
Jacob se inclinó para contemplar la máquina más cercana. Parecía una máquina de café. Había un panel transparente, y tras él una pequeña plataforma con una rejilla de metal en el fondo. Si pulsaba el botón adecuado, aparecería una tacita de plástico en la plataforma y luego, de alguna arteria mecánica, surgiría un chorro del amargo brebaje negro que quedara.
Mientras la voz de Culla zumbaba en sus oídos, Jacob profería algunas palabras amables.
—Aja, aja… sí, ya veo.
Observó la máquina con ansiedad. ¡Ahora! ¡Un zumbido y un chasquido! ¡Ahí está la taza! Ya… ¿pero qué es esto?
Una gran píldora amarilla y verde cayó en la taza.
Jacob alzó el panel y la recogió. Un segundo más tarde un chorro de líquido caliente cayó en el espacio vacío donde estaba la taza, desapareciendo por el desagüe de abajo.
Jacob contempló la píldora, aturdido. Fuera lo que fuese, no era café. Se frotó los ojos con la muñeca izquierda, primero uno y luego el otro. Entonces dirigió una mirada acusadora hacia el botón que había pulsado.
Observó entonces que el botón tenía una etiqueta. «Síntesis nutritiva E.T.», decía. Bajo la etiqueta surgió de una ranura de datos una etiqueta informática. Tenía impresas en un extremo las palabras «Pring: Suplemento dietético. Complejo vitamínico de cumarina».
Jacob miró rápidamente a Culla. El alienígena continuó su explicación mientras contemplaba la ventanilla Lot. Culla agitó un brazo señalando el brillo dantesco del sol para reforzar su razonamiento.
—Eshta esh la línea roja alfa de hidrógeno —dijo—. Una línea eshpectral muy útil. En vez de sher abrumadosh por la gran cantidad de luz aleatoria de todosh losh nivelesh del shol, podemosh mirar shólo aquellash regionesh donde el hidrógeno elemental abshorbe o emite másh de lo normal…
Culla señaló la superficie moteada del sol. Estaba cubierta de puntos rojos oscuros y arcos deshilachados.
Jacob había leído cosas sobre ellos. Los arcos deshilachados eran «filamentos». Vistos contra el espacio, en el limbo solar, eran las prominencias que habían sido observadas desde la primera vez que se empleó un telescopio durante un eclipse. Al parecer, Culla estaba explicando la forma en que esos objetos se veían de frente.
Jacob reflexionó. Desde que partieron de la Tierra, Culla se había abstenido de comer con los demás. Todo lo que hacía era sorber algún vodka o cerveza ocasional con una pajita. Aunque no había dado ninguna razón, Jacob imaginaba que aquel ser tenía alguna inhibición cultural que le impedía comer en público.
Ahora que lo pensaba, con aquellas cuchillas por dientes, podía ser un poco desagradable. Al parecer había llegado cuando estaba tomando el desayuno y era demasiado educado para decirlo.
Miró la píldora que aún tenía en la mano. Se la guardó en el bolsillo y tiró la taza a una papelera cercana.
Pudo ver entonces el botón que anunciaba «Café solo». Sonrió tristemente. Tal vez sería mejor prescindir del café y no correr el riesgo de ofender a Culla. Aunque el E.T. no había puesto ninguna objeción, se había vuelto de espaldas mientras Jacob visitaba las máquinas expendedoras de comida y bebida.
Culla alzó la cabeza cuando Jacob se acercó. Abrió un poco la boca y durante un instante el humano atisbo un destello de porcelana.
—¿Eshtá menosh aturdido ya? —preguntó solícito.
—Sí, sí, gracias… gracias también por la explicación. Siempre había considerado el sol un lugar bastante liso… a excepción de las manchas solares y las prominencias. Pero supongo que en realidad es bastante complicado.
Culla asintió.
—El doctor Kepler esh el experto. Él le dará una explicación mejor cuando venga a una inmershión con noshotrosh.
Jacob sonrió amablemente. ¡Qué bien estaban entrenados estos emisarios galácticos! Cuando Culla asentía, ¿tenía el gesto un significado personal? ¿O era algo que le habían enseñado a hacer en algunas ocasiones y lugares donde hubiera humanos?
¿Inmersión con nosotros?
Decidió no pedirle a Culla que repitiera la frase.
Es mejor no forzar mi suerte, pensó.
Empezó a bostezar. Se acordó justo a tiempo de cubrirse la boca con la mano. ¿Quién sabía qué podía significar un gesto similar en el planeta natal de los pring?
—Bueno, Culla, creo que me vuelvo a mi habitación para intentar dormir un poco más. Gracias por la charla.
—No hay de qué, Jacob. Buenash nochesh.
Recorrió el pasillo y apenas consiguió llegar a la cama antes de quedarse profundamente dormido.
6. DEMORA Y DIFRACCIÓN
Una luz suave e irisada se filtraba por las portillas, iluminando los rostros de los que contemplaban el paso de Mercurio bajo el descenso de la nave.
Casi todos los que no tenían que ejercer funciones a bordo estaban en la cubierta, contemplando la tremenda belleza del planeta desde la fila de ventanas. Hablaban en susurros, y las conversaciones tenían lugar en grupitos alrededor de cada portilla. Durante la mayor parte de la maniobra el único sonido fue un leve chasquido que Jacob no pudo identificar.
La superficie del planeta estaba marcada por cráteres y largas estrías. Las sombras proyectadas por las montañas de Mercurio eran bruscas en su negrura, recortadas contra marrones y plateados brillantes. En muchos aspectos recordaba a la luna de la Tierra.
Había diferencias. En una zona todo un trozo había quedado desgajado en algún antiguo cataclismo. La cicatriz producía una amplia serie de surcos en el lado que daba al sol. El límite de iluminación corría por el borde de la muesca, una brusca frontera del día y la noche.
Allá abajo, en los lugares donde no había sombra, caía una lluvia de siete tipos distintos de fuego. Protones, rayos x surgidos del magnetoscopio del planeta, y la simple luz cegadora del sol mezclados con otras cosas letales para convertir la superficie de Mercurio en algo completamente diferente a la luna.