En las siguientes discusiones sobre si la mejor marca de cerveza era Tuborg o L-5, Jacob tuvo que esforzarse por recordar que se trataba de un alienígena, no un ser humano alto y terriblemente educado. Pero comprendió la lección cuando se encontraron separados por un abismo insalvable durante el curso de la conversación.
Jacob había contado una historia sobre la lucha de clases terrestres que Culla no pudo comprender. Intentó ilustrar su argumento con un proverbio chino: «El campesino siempre se cuelga en la puerta de su señor».
Los ojos del alienígena se volvieron más brillantes de repente, y Jacob oyó por primera vez un agitado chasquido procedente de la boca de Culla.
Se quedó mirando al pring por un instante, y luego cambió rápidamente de tema.
Pero en términos generales, Culla tenía un sentido del humor más parecido al humano que ningún otro extraterrestre que hubiera conocido. Con la excepción de Fagin, por supuesto.
Ahora, mientras se preparaban para el aterrizaje, el pring permanecía en silencio junto a su tutor. Su expresión, como la de Bubbacub, volvía a ser ilegible.
Kepler tocó suavemente a Jacob en el brazo y señaló la portilla.
—Muy pronto la capitana mandará tensar las Pantallas de Estasis y empezará a reducir el ritmo en que deja filtrarse el espacio-tiempo. Los efectos le parecerán interesantes.
—Creía que la nave dejaba que el tejido del espacio pasara de largo, más o menos, como se hace con una tabla de surf en la playa.
Kepler sonrió.
—No, señor Demwa. Ése es un error común. Hacer surf en el espacio es sólo una frase popular. Cuando hablo de espacio-tiempo, no me refiero a un «tejido». El espacio no es un material.
»De hecho, mientras nos acercamos a una singularidad planetaria (una distorsión en el espacio causada por un planeta), debemos adoptar una métrica constantemente cambiante, o un conjunto de parámetros por el que medir el espacio y el tiempo. Es como si la naturaleza quisiera que cambiáramos gradualmente la longitud de nuestros medidores y el ritmo de nuestros relojes cada vez que nos acercamos a una masa.
—¿He de entender que la capitana está controlando nuestra aproximación, dejando que este cambio tenga lugar lentamente?
—¡Exacto! En los viejos tiempos, por supuesto, la adaptación era más violenta. La métrica se conseguía frenando continuamente con cohetes hasta el contacto, o estrellándose contra el planeta. Ahora sólo arrojamos la métrica sobrante como si fuera un fardo de tela en estasis. ¡Ah! ¡Ya hemos vuelto a hacer otra vez una analogía «material»!
Kepler sonrió.
—Uno de los productos residuales de todo esto es el neutronio comercial, pero el propósito principal es aterrizar a salvo.
—Entonces, cuando por fin empecemos a meter el espacio en una bolsa, ¿qué veremos?
Kepler señaló la portilla.
—Puede ver lo que pasa ahora.
En el exterior, las estrellas se apagaban. El tremendo chorro de brillantes puntos de luz que las pantallas oscurecidas había dejado pasar se desvanecía lentamente mientras observaban. Pronto quedaron sólo unas cuantas, débiles y ocres contra la negrura.
El planeta de debajo empezó también a cambiar.
La luz reflejada de la superficie de Mercurio ya no era caliente y quebradiza. Adquirió un tinte anaranjado. La superficie estaba ahora bastante oscura.
Y también se acercaba. Lenta, pero visiblemente, el horizonte se alisó. Objetos en la superficie que antes apenas eran distinguibles se hicieron visibles a medida que la Bradbury descendía.
Grandes cráteres se abrieron para mostrar otros cráteres aún más pequeños en su interior. Mientras la nave descendía tras el irregular borde de uno de ellos, Jacob vio que estaba cubierto de pozos aún más pequeños, de forma similar a los más grandes.
El horizonte del diminuto planeta desapareció tras una cordillera, y Jacob perdió toda perspectiva. Con cada minuto de descenso el terreno no parecía cambiar. ¿Cómo podía saber a qué altura estaban? ¿Cómo saber si lo que tenían debajo era una montaña, un peñasco, o si iban a posarse dentro de un segundo o dos para descubrir que no era más que una roca?
Sintió la cercanía. Las sombras grises y los macizos anaranjados parecían tan inmediatos que tuvo la impresión de que podría tocarlos.
Como esperaba que la nave se posara en cualquier momento, se sorprendió cuando un agujero del suelo se apresuró a engullirlos.
Mientras se preparaban para desembarcar, Jacob recordó con sorpresa lo que había estado haciendo cuando se había sumido en trance ligero y había sostenido la chaqueta de Kepler durante el descenso.
Subrepticiamente, y con gran habilidad, había registrado los bolsillos de Kepler, tomando una muestra de todas las medicinas y un pequeño lápiz sin dejar sus huellas. Todo formaba ahora un bultito en el bolsillo de Jacob, demasiado pequeño para ser advertido.
—De modo que ya ha empezado —dijo entre dientes.
La mandíbula de Jacob se tensó.
«¡Esta vez voy a resolverlo yo solo!» —pensó—. No necesito ayuda de mi alter ego. ¡No voy a ir por ahí derribando puertas y entrando por la fuerza!
Se dio un puñetazo en el muslo para espantar la sensación picajosa y satisfecha que notaba en los dedos.
TERCERA PARTE
La región de transición entre la corona y la fotosfera (la superficie del sol vista con luz blanca), aparece durante un eclipse como un brillante anillo rojo alrededor del sol, y se llama cromosfera. Cuando se examina la cromosfera con atención, no se ve como una capa homogénea sino como una estructura filamentosa que cambia rápidamente. Para describirla, se ha utilizado el término «pradera ardiente». Numerosos chorros de corta vida llamados «espículas» son lanzados continuamente a las alturas durante varios miles de kilómetros. El color rojo se debe al dominio de la radiación de la línea alfa-H del hidrógeno. Los problemas para comprender lo que sucede en una región tan compleja son grandes…
7. INTERFERENCIA
Cuando la doctora Martine dejó sus habitaciones y utilizó varios pasillos de servicio para llegar a la Sección de Medio Ambiente Extraterrestre, consideraba que estaba siendo discreta, no subrepticia. Cables y tubos de comunicación se aferraban, sujetos por grapas, a las burdas paredes sin terminar. La piedra mercuriana brillaba por efecto de la condensación y desprendía cierto olor a roca mojada mientras sus pasos resonaban por el pasillo.
Llegó a la puerta presurizada y a la luz verde que la anunciaba como la entrada trasera a una residencia alienígena. Cuando pulsó la célula receptora, la puerta se abrió de inmediato.
Surgió una brillante luz verdosa, la reproducción de la luz solar de una estrella distante muchos parsecs. La doctora se cubrió los ojos con una mano mientras sacaba con la otra unas gafas de sol de la bolsa que colgaba de su cadera, y se las puso antes de entrar en la habitación.
Vio en las paredes tapices tejidos de jardines colgantes y una ciudad alienígena situada al borde de un precipicio. La ciudad se aferraba al precipicio, titilando como vista a través de una cascada. A la doctora Martine le pareció que casi podía oír una música aguda y clara, gravitando justo por encima de su espectro auditivo. ¿Podía explicar eso su respiración entrecortada, sus nervios en tensión?
Bubbacup se levantó de una cama acolchada para saludarla. Su pelaje gris brilló mientras avanzaba sobre sus gruesas piernas. Con la luz actínica y el campo gravitatorio de uno con cinco, Bubbacub perdía toda la «simpatía» que Martine había visto antes en él. La pose del pil y sus piernas arqueadas hablaban de fuerza.