Cuando Jacob le estrechó la mano se hizo evidente otra huella del trabajo de la ingeniería. El pulgar móvil del chimpancé apretó con fuerza, como para recordar a Jacob que estaba allí, la Marca del hombre.
Igual que Bubbacub llevaba su vodor, Jeffrey llevaba un aparato con teclas negras horizontales a derecha e izquierda. En el centro había una pantalla en blanco de unos veinte centímetros por diez.
El superchimpancé se inclinó, y sus dedos revolotearon sobre las teclas. En la pantalla aparecieron unas letras brillantes.
ME ALEGRO DE CONOCERLE. EL DOCTOR KEPLER ME HA DICHO QUE ES USTED UNO DE LOS CHICOS BUENOS.
Jacob se echó a reír.
—Bueno, muchas gracias, Jeff. Intento serlo, aunque todavía no sé qué van a pedirme.
Jeffrey dejó escapar la familiar risa estridente de los chimpancés. Luego habló por primera vez.
—¡Lo dessscrubrirá pronto!
Casi fue un graznido, pero Jacob se sorprendió. Para esta generación de superchimpancés, hablar era tan difícil que casi resultaba doloroso, pero las palabras de Jeff sonaron muy claras.
—El doctor Jeffrey llevará esta Nave Solar, la más nueva, a una inmersión poco después de que terminemos nuestra visita —dijo Kepler—. En cuanto la comandante deSilva regrese de su misión de reconocimiento en nuestra otra nave.
»Lamento que la comandante no estuviera aquí para recibirnos cuando llegamos en la Bradbury. Y ahora parece que Jeff estará ausente cuando celebremos nuestras reuniones. Pero cuando acabemos mañana por la tarde traerá su primer informe, lo cual añadirá un toque dramático.
Kepler empezó a volverse hacia la nave.
—¿Me he olvidado de presentar a alguien? Jeff, sé que ya conoces a Kant Fagin. Parece que Pil Bubbacub ha declinado nuestra invitación. ¿Conoces al señor LaRoque?
Los labios del chimpancé se curvaron en una expresión de disgusto. Lanzó un bufido y se volvió para contemplar su propio reflejo en la Nave Solar.
LaRoque se quedó mirando, ruborizado y avergonzado.
Jacob tuvo que contener una carcajada. No era extraño que llamaran chips a los superchimpancés. ¡Por una vez había alguien con menos tacto que LaRoque! El encuentro entre los dos en el Refectorio la noche anterior ya era leyenda. Lamentaba habérselo perdido.
Culla colocó una larga mano de seis dedos sobre la manga de Jeffrey.
—Vamosh, Amigo-Jeffrey. Moshtremosh tu nave al she-ñor Demwa y shush amigosh.
El chimp miró hosco a LaRoque y luego se volvió hacia Culla y Jacob, y mostró una amplia sonrisa. Cogió una de las manos de Jacob y otra de Culla y los arrastró hacia la entrada de la nave.
Cuando el grupo llegó a lo alto de la otra rampa encontraron un corto puente que cruzaba un vacío en el interior del globo de espejos. Los ojos de Jacob tardaron unos momentos en acostumbrarse a la oscuridad. Entonces vio una cubierta plana que se extendía desde un extremo de la nave al otro.
Flotaba en el ecuador de la nave un disco circular de material oscuro y elástico. Las únicas irregularidades en la superficie plana eran media docena de asientos para la aceleración, colocados en la cubierta a intervalos en torno a su perímetro, alguno con modestos paneles de instrumentos, y una cúpula de siete metros de diámetro en el centro exacto.
Kepler se arrodilló junto a un panel de control y tocó un interruptor. La pared de la nave se volvió semitransparente. La luz de la caverna entró tenuamente por todas partes para iluminar el interior. Kepler explicó que esa iluminación interior se mantenía al mínimo para impedir los reflejos internos de la concha esférica, que podían confundir al equipo y la tripulación.
Dentro de la concha casi perfecta, la Nave Solar era como un modelo sólido del planeta Saturno. La amplia cubierta componía el «anillo». El «planeta» asomaba por encima y por debajo de la cubierta en dos semiesferas. La superior, que Jacob podía ver ahora, tenía varias escotillas y cabinas a lo largo de su superficie. Sabía por sus lecturas que la esfera central contenía toda la maquinaria que dirigía la nave, incluyendo el controlador de flujo temporal, el generador de gravedad, y el láser refrigerador.
Jacob se acercó al borde de la cubierta. Flotaba en un campo de fuerza, a cuatro o cinco palmos del casco curvo, que se arqueaba hacia arriba con una curiosa ausencia de luces o sombras.
Se volvió cuando lo llamaron. El grupo se encontraba junto a una puerta situada a un lado de la cúpula. Kepler le hizo señas para que se acercara.
—Ahora inspeccionaremos el hemisferio de los instrumentos. Lo llamamos «zona invertida». Tenga cuidado, es un arco de gravedad, así que no se deje sorprender demasiado.
Jacob se hizo a un lado en la puerta para dejar pasar a Fagin, pero el E.T. indicó que prefería quedarse arriba. Un kantén de dos metros no se sentiría demasiado cómodo en una escotilla de dos metros. Jacob siguió a Kepler al interior.
¡Y trató de esquivarlo! Kepler estaba sobre él, subiendo un camino por encima, como parte de una montaña encerrada en una mampara. Parecía que estaba a punto de caer, a juzgar por la posición de su cuerpo. Jacob no comprendía cómo podía mantener el equilibrio el científico.
Pero Kepler siguió subiendo el sendero elíptico y desapareció tras el corto horizonte. Jacob colocó las manos en cada una de las mamparas y dio un paso de prueba.
No sintió ninguna pérdida de equilibrio. Adelantó el otro pie. Se sentía perfectamente erguido. Otro paso. Miró hacia atrás.
La puerta estaba ladeada. Al parecer la cúpula tenía un campo de gravedad tan fuerte que podía ser contenido en unos cuantos metros. Era tan suave y completo que engañaba su oído interno. Uno de los trabajadores sonrió desde la escotilla.
Jacob apretó los dientes y siguió avanzando por la pendiente, intentando no pensar en que se estaba colocando lentamente boca abajo. Examinó los signos de las placas de acceso en las paredes y suelo de su sendero. A mitad de camino dejó atrás una escotilla que tenía inscritas las palabras ACCESO TEMPO-COMPRESIÓN.
La elipse terminó en una suave pendiente. Jacob se sintió derecho cuando llegó a la puerta y supo lo que cabía esperar, pero incluso así, gruñó.
—¡Oh, no! —se llevó la mano a los ojos.
El suelo del hangar se extendía en todas direcciones a unos cuantos metros por encima de su cabeza. Había hombres caminando alrededor del casco de la nave como moscas en un techo.
Con un suspiro resignado, salió a reunirse con Kepler. El científico se encontraba en el borde de la cubierta, contemplando las entrañas de una complicada máquina. Alzó la cabeza y sonrió.
—Estaba ejercitando el privilegio del jefe de examinar y poner pegas. Naturalmente, la nave ya ha sido comprobada a la perfección, pero me gusta examinarlo todo. —Palmeó la máquina afectuosamente.
Kepler guió a Jacob al borde de la cubierta, donde el efecto boca abajo era aún más pronunciado. El neblinoso techo de la caverna era visible «bajo» sus pies.
—Ésta es una de las cámaras de multipolarización que emplazamos poco después de ver a los primeros Espectros de Luz Coherente. — Kepler señaló una de las diversas máquinas idénticas que estaban situadas a intervalos a lo largo del borde—. Pudimos detectar a los Espectros en los altos niveles de la cromosfera porque, no importa cómo se moviera el plano de la polarización, podíamos seguirlo y mostrar que la coherencia de la luz era real y estable con el tiempo.
—¿Por qué están todas las cámaras aquí abajo? No he visto ninguna arriba.
—Descubrimos que los observadores vivos y las máquinas se interferían mutuamente cuando rodaban en el mismo plano. Por ésta y otras razones los instrumentos se alinean al borde del plano aquí abajo, y nosotros vamos en la otra mitad.