Es lógico intentarlo en un momento u otro si se demuestra que es posible. No puedo creer que nosotros seamos los primeros.
—No cabe duda, desde luego —dijo Fagin lentamente—. Si no lo ha hecho nadie más, sin duda lo hicieron los Progenitores, porque se dice que ellos lo hicieron todo antes de marcharse. Pero se han hecho tantas cosas, por tantos pueblos, que es difícil saberlo con certeza.
Jacob meditó sobre esto en silencio.
Mientras la sección de la Nave Solar se acercaba a la rampa, Kepler se aproximó sonriente a Jacob y Fagin.
—¡Ah! Están aquí. Excitante, ¿verdad? ¡Todo el mundo está aquí! Siempre pasa lo mismo cuando alguien vuelve del sol, aunque sea una corta inmersión de exploración como ésta.
—Sí —dijo Jacob—. Es muy excitante. Si tiene un momento, hay algo que me gustaría preguntarle, doctor Kepler. Me gustaría saber si ha pedido a la Sucursal de la Biblioteca en La Paz alguna referencia sobre sus Espectros Solares. Seguramente alguien más habrá encontrado un fenómeno similar, y estoy convencido de que sería de gran ayuda tener…
Su voz se apagó al ver cómo se desvanecía la sonrisa de Kepler.
—Ésa fue la razón por la que nos asignaron a Culla en primer lugar, señor Demwa. Esto iba a ser un proyecto prototipo para ver hasta qué punto podíamos mezclar la investigación independiente con la ayuda limitada de la Biblioteca. El plan funcionó bien durante la construcción de las naves. Tengo que confesar que la tecnología galáctica es sorprendente. Pero desde entonces la Biblioteca no nos ha servido de mucha ayuda. Es muy complicado. Esperaba tocar el tema mañana, después de darle información completa, pero verá…
Un fuerte aplauso sonó cuando la multitud se abalanzó hacia adelante. Kepler sonrió, resignado.
—¡Más tarde! —gritó.
En lo alto de la plataforma, tres hombres y dos mujeres saludaban a la multitud. Una de las mujeres, alta y esbelta, con el pelo rubio cortado al cepillo, sonrió al ver a Kepler. Empezó a bajar, seguida por el resto de la tripulación.
Al parecer era la comandante de la Base Kermes, de quien Jacob había oído hablar de vez en cuando durante los dos últimos días. Uno de los médicos de la fiesta del día anterior por la noche había dicho que era la mejor comandante que había tenido jamás la avanzadilla de la Confederación en Mercurio. Una mujer más joven interrumpió al veterano comentando que también era una zorra. Jacob supuso que la med-tec se refería a la habilidad mental de la comandante.
Sin embargo, mientras contemplaba cómo la mujer bajaba la rampa (no parecía más que una muchacha), advirtió que la observación podía tener además otro significado complementario.
La multitud le dejó paso y la mujer se acercó al jefe de Navegante Solar, con la mano extendida.
— ¡Allí están, en efecto! —dijo—. Bajamos a tau punto dos, en la primera región activa, y allí estaban. ¡Estuvimos a ochocientos metros de uno! Jeff no tendrá ningún problema. ¡Era el rebaño más grande de magnetóvoros que he visto en mi vida!
Jacob descubrió que su voz era grave y melodiosa. Confiada. Sin embargo, su acento resultaba difícil de identificar. Su pronunciación parecía extraña, anticuada.
—¡Maravilloso, maravilloso! —asintió Kepler—. Donde hay ovejas, tiene que haber pastores.
La cogió por el brazo y la hizo volverse para presentarle a Fagin y Jacob.
—Sofontes, ésta es Helene deSilva, comandante de la Confederación en Mercurio, y mi mano derecha. No podría hacer nada sin ella. Helene, te presento al señor Jacob Álvarez Demwa, el caballero del que te hablé por máser. Ya conociste al kantén Fagin hace unos meses en la Tierra. Tengo entendido que habéis intercambiado unos cuantos masergramas desde entonces.
Kepler tocó el brazo de la joven.
—Helene, ahora me urge ocuparme de unos mensajes de la Tierra. Ya los he retrasado demasiado para estar aquí para tu llegada, así que me voy a tener que marchar. ¿Estás segura de que todo ha salido bien y de que la tripulación está descansada?
—Seguro, doctor Kepler, todo ha ido bien. Dormimos en el viaje de regreso. Me reuniré aquí con usted cuando sea la hora de despedir a Jeff.
El jefe del proyecto se despidió de Jacob y Fagin y asintió cortante a LaRoque, que estaba lo bastante cerca para oír pero no lo suficiente para ser educado. Kepler se marchó en dirección a los ascensores.
Helene deSilva tenía una respetuosa forma de inclinarse ante Fagin que era más cálida de lo que mucha gente podía soportar. Rebosaba de alegría al ver de nuevo al E.T., y lo expresó en voz alta también.
—Y éste es el señor Demwa —dijo, mientras estrechaba la mano de Jacob—. Kant Fagin me ha hablado de usted. Es usted el intrépido joven que se zambulló en la Aguja de Ecuador para salvarla. Es una historia que me gustaría oír de labios del propio héroe.
Jacob se alarmaba siempre que mencionaban la Aguja. Ocultó el sobresalto con una risa.
—¡Créame, ese salto no fue hecho a propósito! ¡Preferiría subir a uno de sus cohetes solares antes que volver a hacerlo!
La mujer se echó a reír, pero al mismo tiempo le miró con extrañeza, con una expresión apreciativa que agradó a Jacob, aunque le confundía. Sintió que le faltaban las palabras.
—Bueno, de todas formas es un poco extraño que me llame "intrépido joven" alguien tan joven como usted. Debe ser muy competente para que le hayan ofrecido el puesto de comandante antes de que le salgan las arrugas típicas de la preocupación.
DeSilva volvió a reírse.
—¡Qué galante! Muy amable por su parte, señor, pero la verdad es que tengo el equivalente a sesenta y cinco años de arrugas de preocupación invisibles. Fui oficial auxiliar a bordo de la Calypso. Tal vez recuerde que volvimos al sistema hace un par de años. ¡Tengo más de noventa años!
—¡Oh!
Los astronautas eran una raza muy especial. No importaba cuál fuera su edad subjetiva, podían continuar con su trabajo cuando volvían a casa… si elegían seguir trabajando, claro.
—Bueno, en ese caso debo tratarla con el respeto que se merece, abuelita.
DeSilva dio un paso atrás y ladeó la cabeza. Le miró con los ojos entornados.
—¡No se pase! He trabajado duro para convertirme en una mujer — además de oficial y caballero— como para querer pasar de ser un yogurcito directamente al asilo de ancianos. Si el primer varón atractivo que llega en meses y no está bajo mis órdenes empieza a considerarme inabordable, puede que me decida a cargarlo de cadenas.
La mitad de las referencias de la mujer eran indescifrablemente arcaicas (¿qué demonios quería decir con aquello de «yogurcito»?), pero de algún modo el significado estaba claro. Jacob sonrió y alzó las manos con gesto de rendición. Helene deSilva le recordaba a Tania. La comparación era vaga. Sintió un temblor por respuesta, también vago y difícil de identificar. Pero merecía la pena seguirlo.
Jacob descartó la imagen. Basura filosófico-emocional. En eso era muy bueno cuando se lo permitía. La verdad pura y simple era que la comandante de la base era una mujer enormemente atractiva.
—Muy bien —dijo—. Y maldito el primero que diga «¡Basta!».
DeSilva se echó a reír. Lo cogió suavemente por el brazo y se volvió hacia Fagin.
—Vengan, quiero que los dos conozcan a la tripulación. Luego estaremos ocupados preparando la partida de Jeffrey. Es terrible con las despedidas. Incluso en una inmersión corta como ésta siempre lloriquea y abraza a todos los que se quedan, como si no fuera a volver a verlos.
CUARTA PARTE
Únicamente con la Sonda Solar es posible obtener datos de la distribución de masa y momento angular del interior del sol, imágenes de alta resolución, detectar neutrones liberados en procesos nucleares que ocurren en la superficie solar o cerca de ella, o determinar cómo acelera el viento solar. Finalmente, dados los sistemas de seguimiento y comunicación, y tal vez el máser de hidrógeno de a bordo, la Sonda Solar será con diferencia la mejor plataforma para usar en la investigación de ondas gravitatorias de baja frecuencia en fuentes cosmológicas.