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Kepler seguía con su monólogo, a veces demasiado técnico para Jacob, pero siempre empleando metáforas simples. Su voz se había vuelto firme y confiada, y era evidente que disfrutaba ofreciendo el espectáculo.

—Al principio se pensó que eran los habituales puntos calientes comprimidos —dijo—. Hasta que les echamos un segundo vistazo. Entonces descubrimos que todo el espectro era diferente.

Kepler usó un control en la base de su punzón para ofrecer un zoom del centro del subfilamento.

—Recordarán que los puntos calientes que vimos antes parecían todavía rojos, aunque de un tono muy brillante. Es porque los filtros de la nave, cuando se tomaron estas imágenes, estaban sintonizados sólo para dejar entrar una banda espectral muy estrecha, centrada en el hidrógeno alfa. Pueden ver, incluso ahora, la cosa que provocó nuestro interés.

Sí que la veo, pensó Jacob.

Los puntos luminosos eran de un verde brillante.

Se agitaban como párpados y tenían el color de esmeraldas.

—Hay un par de bandas de verde y azul que aparecen menos eficientes que la mayoría, gracias al filtro. Pero la línea alfa normalmente las borra por completo con la distancia. Además, este verde no es ni siquiera una de esas bandas.

»Pueden imaginar nuestra consternación; naturalmente. Ninguna fuente de luz termal podría haber enviado ese color a través de estas pantallas. Para atravesarlas, la luz de estos objetos tendría que ser no sólo increíblemente brillante sino también totalmente monocromática, con una temperatura de brillo de millones de grados.

Jacob se enderezó, interesado por fin en la charla.

—En otras palabras —continuó Kepler—. Tienen que ser láseres.

—Hay muchos modos de que se produzca de forma natural una acción láser en una estrella —dijo Kepler—. Pero nadie la había visto antes en nuestro sol, así que nos dispusimos a investigar. Y lo que descubrimos fue la forma de vida más increíble que nadie podría imaginar.

El científico manipuló el control de su indicador y el campo de visión empezó a cambiar.

Un suave trino sonó en la primera fila del público. Helene deSilva atendió un teléfono. Habló en voz baja por el aparato.

Kepler se concentró en su demostración. Lentamente, los puntos brillantes crecieron en el tanque hasta que se convirtieron en diminutos anillos de luz, demasiados aún para poder distinguir detalles.

De repente Jacob pudo apreciar el murmullo de la voz de deSilva mientras hablaba por teléfono.

Incluso Kepler se detuvo y esperó mientras ella preguntaba en voz baja a la persona al otro lado de la línea.

Colgó entonces el teléfono, con el rostro petrificado en una máscara de férreo control. Jacob la vio levantarse y acercarse hacia Kepler, que retorcía nervioso el indicador en sus manos. La mujer se inclinó levemente para susurrarle algo al oído, y los ojos del director del proyecto Navegante Solar se cerraron. Cuando volvieron a abrirse, su expresión era totalmente vacía.

De repente todo el mundo empezó a hablar a la vez. Culla abandonó su asiento en la primera fila para unirse a deSilva. Jacob sintió el paso del aire cuando la doctora Martine corrió por el pasillo para situarse al lado de Kepler.

Jacob se puso en pie y se volvió hacia Fagin, que se encontraba en el pasillo.

—Fagin, voy a averiguar qué es lo que pasa. Espera aquí.

—No será necesario —trinó filosóficamente el kantén.

—¿Qué quieres decir?

—Pude oír lo que le dijeron a la comandante humana Helene deSilva por teléfono, Amigo-Jacob. No es una buena noticia.

Jacob gritó para sus adentros. ¡Siempre impasible, maldita planta larguirucha! ¡Naturalmente que no es una buena noticia!

—¿Entonces qué demonios está sucediendo? —preguntó.

—Lo lamento sinceramente, Amigo-Jacob. ¡Parece que la Nave Solar del chimpancé-científico Jeffrey ha sido destruida en la cromosfera de vuestro sol!

11. TURBULENCIA

Bajo la luz ocre del holo-tanque, la doctora Martine pronunciaba el nombre de Kepler una y otra vez, pasando la mano ante sus ojos vacíos. El público se subió al estrado, inquieto. El alienígena Culla permanecía de pie solo, mirando a Kepler, con su gran cabeza rodando levemente sobre sus finos hombros.

—Culla… —le llamó Jacob.

El pring no pareció oírle. Los grandes ojos estaban apagados y Jacob pudo oír un zumbido, como un castañeteo de dientes, procedente de detrás de los gruesos labios de Culla.

Jacob frunció el ceño ante la torva luz roja que fluía del holo- tanque. Se acercó al anonadado Kepler, y le quitó suavemente el controlador de las manos. Martine no le advirtió mientras intentaba en vano llamar la atención del científico.

Tras un par de intentos con el controlador, Jacob consiguió que la imagen se difuminara y logró encender las luces de la sala. La situación pareció ahora mucho más fácil de abordar. Los otros debieron sentirlo también, porque remitió la cacofonía de voces.

DeSilva alzó la mirada y vio a Jacob con el controlador en la mano. Le sonrió, mostrando su agradecimiento. Luego volvió al teléfono y formuló algunas claras preguntas a la persona que se hallaba al otro lado de la línea.

Un equipo médico llegó corriendo con una camilla. Bajo las indicaciones de la doctora Martine, colocaron a Kepler en ella y suavemente se abrieron paso entre la multitud congregada en la puerta.

Jacob se volvió hacia Culla. Fagin había conseguido colocar una silla tras el Representante de la Biblioteca e intentaba que se sentara. El rumor de las hojas y el silbido aflautado remitió cuando Jacob se acercó.

—Creo que se encuentra bien —dijo el kantén con su voz cantarina—. Es un individuo altamente empático, y me temo que lamentará excesivamente la pérdida de su amigo Jeffrey. A menudo es la reacción típica de las especies más jóvenes ante la muerte de alguien con quien han intimado.

—¿Hay algo que podamos hacer? ¿Puede oírnos?

Los ojos de Culla no parecían enfocados. Pero de todas formas Jacob nunca había sabido interpretarlos. Continuó el chasquido en el interior de la boca del alienígena.

—Creo que puede oírnos —respondió Fagin.

Jacob agarró a Culla por el brazo. Le pareció muy fino y suave, como si no tuviera huesos.

—Vamos, Culla —dijo—. Tiene una silla detrás. Todos nos sentiríamos bastante mejor si se sentase.

El alienígena intentó responder. Los gruesos labios se separaron, y de repente el chasquido sonó muy fuerte. La coloración de sus ojos cambió levemente y sus labios volvieron a cerrarse. Asintió tembloroso y permitió que le condujeran hasta la silla. Lentamente, apoyó la redonda cabeza en sus finas manos.

Empático o no, había algo extraño en que el alienígena sintiera con tanta fuerza la muerte de un hombre, un chimpancé, que debido a su química corporal fundamental sería siempre un extraño, un ser cuyos antepasados nadaban en diferentes mares que los suyos y boqueaban con sorpresa anaeróbica ante la luz de una estrella completamente diferente.

—Les agradeceré su atención —dijo deSilva desde el atril—. Para los que no se hayan enterado todavía, los informes preliminares indican que es probable que hayamos perdido la nave del doctor Jeffrey en la región activa J-12, cerca de la mancha solar Jane. Se trata tan sólo de un informe preliminar, y habrá que esperar nuevas confirmaciones hasta que podamos estudiar la telemetría que recibimos para aclararlo.

LaRoque hizo señas desde el otro extremo de la sala para atraer la atención de la comandante. En una mano sostenía una pequeña estenocámara, un modelo distinto al que le habían quitado en la Caverna. Jacob se preguntó por qué Kepler no le había devuelto todavía la otra.