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—Si el Espectro salía del campo de visión de sus instrumentos acercándose por arriba, ¿por qué no girar simplemente la nave? Tienen completo control gravitatorio.

—Lo intentamos. ¡Simplemente desaparecían! O peor, se quedaban encima por rápido que giráramos. ¡Sólo gravitan! Fue entonces cuando algunos miembros de la tripulación empezaron a ver formas antropomorfas de lo más raro.

De repente, la voz áspera de Jeffrey volvió a llenar la sala.

—¡Eh! ¡Hay todo un grupo de perros pastor dando vueltas alrededor de esos toroides! ¡Me acerco a saludarlos! ¡Lindos perritos!

Helene se encogió de hombros.

—Jeffrey siempre fue un escéptico. Nunca vio ninguna de las formas-en-el-techo y siempre llamaba a los pastores «perros pastor» porque no veía nada en su conducta que implicara inteligencia.

Jacob sonrió amargamente. La condescendencia del superchimpancé hacía la raza canina era uno de los aspectos más humorísticos de su obsesión participativa. Tal vez también diluía su sensibilidad sobre la relación especial del perro con los seres humanos, anterior a la suya propia. Muchos chimpancés tenían perros por mascotas.

—¿Llamaba toroides a los magnetóvoros?

—Sí, tienen forma de donuts grandes. Los habría visto en la reunión si no… nos hubieran interrumpido. —Ella sacudió la cabeza tristemente y miró al suelo.

Jacob se agitó, inquieto.

—Estoy seguro de que no hay nada que se pudiera haber hecho… —empezó a decir. Entonces se dio cuenta de que estaba haciendo el tonto. DeSilva asintió una sola vez y se volvió hacia la consola; se entretuvo con las lecturas técnicas, o fingió hacerlo.

Bubbacub yacía tendido sobre un cojín, a la izquierda, cerca de la barrera. Tenía un libro play-back en las manos y había estado leyendo, totalmente absorto, los extraños caracteres que aparecían de arriba abajo en la diminuta pantalla. El pil alzó la cabeza y prestó atención cuando sonó la voz de Jeffrey, y luego miró enigmáticamente a Fierre LaRoque.

Los ojos de LaRoque destellaron mientras grababa un «momento histórico». De vez en cuando hablaba con voz excitada al micrófono de su estenocámara prestada.

—Tres minutos —dijo deSilva con voz apagada.

Durante un minuto no sucedió nada. Entonces volvieron a aparecer en la pantalla las grandes letras.

¡LOS CHICOS GRANDES SE DIRIGEN HACIA MÍ PARA VARIAR! AL MENOS UNA PAREJA. ACABO DE CONECTAR LAS CÁMARAS… ¡EH! ¡ACABO DE SENTIR UNA SACUDIDA AQUÍ DENTRO! ¡TEMPO- COMPRESIÓN ATASCADA!

— ¡Voy a interrumpir! —dijo de repente la voz profunda y ronca—. Subo rápido… ¡Más sacudidas! ¡«S» cayendo! ¡Los etés! Ellos…

Se produjo un breve estallido de estática, y luego el silencio seguido de un agudo siseo cuando el operador de la consola intentó sintonizar de nuevo. Luego, nada.

Durante un largo instante nadie dijo una palabra. Entonces uno de los operadores se levantó de su asiento.

—Implosión confirmada —dijo.

DeSilva asintió.

—Gracias. Por favor, preparen un sumario de los datos para transmitirlos a la Tierra.

Extrañamente, la emoción más fuerte que sintió Jacob fue de orgullo. Como miembro del personal del Centro de Elevación, había advertido que Jeffrey abandonó su teclado en los últimos momentos de su vida. En vez de retirarse ante el miedo, hizo un gesto difícil y orgulloso. El terrestre Jeffrey habló en voz alta.

Jacob quiso mencionárselo a alguien. Si alguno de los presentes era capaz de comprenderlo, era Fagin. Se acercó al kanten, pero Fierre LaRoque siseó bruscamente antes de que llegara a él.

—¡Idiotas! —El periodista miró alrededor con expresión de incredulidad—. ¡Y yo soy el idiota más grande de todos! ¡Tendría que haberme dado cuenta de lo peligroso que era enviar a un chimpancé sin compañía al sol!

La sala permaneció en silencio. Rostros sorprendidos se volvieron hacia LaRoque, quien agitó los brazos en un gesto expansivo.

—¿Es que no lo ven? ¿Están todos ciegos? Si los solarianos son nuestros antepasados, y de eso no puede haber duda, entonces se han tomado la molestia de evitarnos durante milenios. Pero tal vez algún distante afecto les ha impedido destruirnos hasta ahora.

»Han intentado advertirles a ustedes y a sus Naves Solares de formas que no pudieron ignorar, y sin embargo insistieron en inmiscuirse. ¿Cómo iban a reaccionar esos poderosos seres, pues, si son molestados por una raza pupilo de la raza que ellos abandonaron? ¿Qué esperaban que hicieran al ser invadidos por un mono?

Varios operarios se levantaron de sus asientos, airados. De-Silva tuvo que alzar la voz para aplacarlos. Se volvió hacia LaRoque, con una expresión de férreo control en sus rasgos.

—Señor, si desea expresar su interesante hipótesis por escrito, con un mínimo de inventiva, el personal se sentirá feliz de considerarla.

—Pero…

—¡Y eso será suficiente por ahora! ¡Ya tendremos tiempo de sobra para hablar de ello más tarde!

—No, no tenemos tiempo en absoluto.

Todos se volvieron. La doctora Martine se encontraba al fondo de la Galería, en el pasillo.

—Creo que debemos discutirlo ahora mismo —dijo.

—¿Se encuentra bien el doctor Kepler? —preguntó Jacob.

Ella asintió.

—Vengo de su habitación. Conseguí sacarlo de su shock y ahora está durmiendo. Pero antes de quedarse dormido insistió en que se hiciera otra inmersión ahora mismo.

—¿Ahora mismo? ¿Por qué? ¿No deberíamos esperar a saber con seguridad lo que sucedió con la nave de Jeffrey?

—¡Ya sabemos lo que le sucedió a la nave de Jeff! —respondió ella bruscamente—. ¡Al entrar he oído lo que ha dicho el señor LaRoque, y no me gusta la forma en que han recibido su idea! ¡Están tan orgullosos y seguros de sí mismos que no saben escuchar una idea interesante!

—¿Quiere decir que realmente piensa que los Espectros son nuestros Tutores Ancestrales? —DeSilva mostró su incredulidad.

—Tal vez sí, y tal vez no. ¡Pero el resto de su explicación tiene sentido! Después de todo, antes de esto, ¿hicieron los solarianos algo más que amenazar? Y ahora de repente se vuelven violentos. ¿Por qué? ¿Podría ser que no sintieran remordimientos por matar a un miembro de una especie tan inmadura como la de Jeff?

Martine sacudió la cabeza tristemente.

—¿Saben una cosa? ¡Es sólo cuestión de tiempo que los humanos se den cuenta de cuánto van a tener que adaptarse! El hecho es que las demás razas que respiran oxígeno se someten a un sistema de estatus… un orden vertical basado en la veteranía, fuerza y parentesco. A muchos de ustedes no les parece agradable. ¡Pero es así como son las cosas! Y si no queremos que nos suceda como a las razas no-europeas del siglo xix, tendremos que aprender la forma en que les gusta ser tratadas a las especies más fuertes.

Jacob frunció el ceño.

—Está diciendo que si muere un chimpancé, y los seres humanos son amenazados o despreciados, entonces…

—Entonces tal vez los solarianos no quieren relacionarse con niños y animales… —Uno de los operadores dio un puñetazo a su consola. Una mirada de deSilva lo tranquilizó—. Pero podrían estar dispuestos a hablar con una delegación de miembros de especies más viejas y experimentadas. Después de todo, ¿cómo podemos saberlo si no lo intentamos?

—Culla nos ha acompañado en la mayoría de nuestras inmersiones —murmuró el operador—. Y es un embajador experimentado.

—Con todo el respeto debido a Pring Culla. —Martine se inclinó levemente hacia el alto alienígena—. Es miembro de una raza muy joven. Casi tanto como la nuestra. Está claro que los solarianos no consideran que sea más digno de su atención que nosotros.