»No, propongo que nos aprovechemos de la presencia sin precedentes aquí en Mercurio de dos miembros de razas antiguas y honorables. Deberíamos pedir humildemente a Pil Bub-bacub y a Kant Fagin que se unan a nosotros, allá en el Sol, en un último intento por entablar contacto.
Bubbacub se levantó lentamente. Miró alrededor de forma deliberada, consciente de que Fagin esperaba que hablara primero.
—Si los seres humanos dicen que me necesitan en el sol, entonces, a pesar de los visibles peligros de las pri-mi-tivas Naves Sola-res, me siento in-clinado a a-ceptar.
Regresó con complacencia a sus cojines.
Fagin se agitó.
—También yo me siento complacido —dijo—. De hecho, haría cualquier trabajo para ganarme el pasaje en una nave semejante. No puedo imaginar qué ayuda podría ofrecer. Pero iré contento.
—¡Pues yo me opongo, maldita sea! —gritó deSilva—. Me niego a aceptar las implicaciones políticas de llevar a Pil Bubbacub y Kant Fagin, sobre todo después del accidente. Habla usted de buenas relaciones con las razas alienígenas, doctora Martine, ¿pero puede imaginar lo que sucedería si murieran allá abajo en una nave terrestre?
—¡Oh, tonterías! —dijo Martine—. Si alguien puede manejar las cosas para que ninguna culpa recaiga sobre la Tierra, son precisamente estos sofontes. Después de todo, la galaxia es un lugar peligroso. Estoy segura de que podrían dejar testamentos o algo parecido.
—En mi caso, estos documentos ya están grabados —dijo Fagin.
También Bubbacub declaró su magnánima disposición para arriesgar la vida en una nave primitiva, absolviendo a todos de cualquier responsabilidad. El pil se volvió cuando LaRoque empezó a darle las gracias. Incluso Martine pidió al hombre que se callara.
DeSilva miró a Jacob, que se encogió de hombros.
—Bueno, tenemos tiempo. Demos tiempo a la tripulación para comprobar los datos de la inmersión de Jeff, y que el doctor Kepler se recupere. Mientras tanto, podemos referir a la Tierra esta idea en busca de sugerencias.
Martine suspiró.
—Ojalá fuera tan simple, pero no lo han pensado bien. Piensen que si intentamos hacer las paces con los solarianos, deberíamos regresar al mismo grupo que fue ofendido por la visita de Jeff.
—Bueno, no estoy segura de que eso sea necesario, pero no suena mal.
—¿Y cómo planea encontrar al mismo grupo allí, en la atmósfera solar?
—Supongo que tendrían que regresar a la misma región activa, donde están pastando los rebaños… Oh, ya veo lo que quiere decir.
—Seguro que sí —sonrió—. No hay ninguna «solografía» permanente para hacer ningún mapa. ¡Las regiones activas y las manchas solares se desvanecen en cuestión de semanas! El sol no tiene superficie per se, sólo diferentes niveles y densidades de gas. Incluso el ecuador rota más rápido que las demás latitudes ¿Cómo van a encontrar el mismo grupo si no parten ahora mismo, antes de que el daño causado por la visita de Jeff se extienda por toda la estrella?
Jacob se volvió hacia deSilva, aturdido.
—¿Cree que podría tener razón, Helene?
Ella puso los ojos en blanco.
—¿Quién sabe? Tal vez. Es algo a tener en cuenta. Pero lo que sí sé es que no vamos a hacer nada hasta que el doctor Kepler esté recuperado y pueda oírnos.
La doctora Martine frunció el ceño.
—¡Ya se lo he dicho antes! ¡Dwayne estuvo de acuerdo en que había que enviar otra expedición inmediatamente!
— ¡Y yo esperaré a oírselo en persona! —respondió deSilva, acalorada.
—Bien, aquí estoy, Helene.
Dwayne Kepler se encontraba en la puerta, apoyado contra el quicio. Junto a él, agarrándolo por el brazo, el médico jefe Laird. Los dos miraron a la doctora Martine.
—¡Dwayne! ¿Qué está haciendo levantado? ¿Quiere sufrir un infarto? —Martine avanzó hacia él, furiosa y preocupada, pero Kepler le hizo un gesto para que no se moviera.
—Me encuentro bien, Millie. Acabo de adulterar la receta que me dio, eso es todo. En dosis menores es igual de útil, y sé que no pretendía nada malo. ¡Pero no me servía de nada quedarme fuera de combate de esa forma!
Kepler se echó a reír débilmente.
—En cualquier caso, me alegro de no haber estado demasiado drogado para oír su brillante discurso. Lo escuché casi todo desde la puerta.
Martine se ruborizó.
Jacob se sintió aliviado al comprobar que Kepler no mencionaba su participación en aquello. Después de aterrizar y trabajar en el laboratorio, pareció una pérdida de tiempo no seguir adelante y analizar las muestras de los medicamentos de Kepler que había robado a bordo de la Bradbury.
Por fortuna, nadie había preguntado de dónde había sacado las muestras. Aunque cuando consultó al cirujano de la base le dijo que algunas de las dosis parecían un poco elevadas, todas las drogas, excepto una, resultaron ser normales para el tratamiento de estados maníacos suaves.
La droga desconocida todavía rondaba por la mente de Jacob: un misterio más que resolver. ¿Qué tipo de problema físico requería grandes dosis de un poderoso anticoagulante? El doctor Laird se irritó. ¿Por qué Martine había prescrito Warfarin?
—¿Está seguro de que se encuentra bien? —preguntó deSilva. Ayudó al médico a guiarle hasta una silla.
—Me encuentro bien —respondió Kepler—. Además, hay cosas que no pueden esperar.
»Primero, no estoy tan convencido de la teoría de Millie según la cual los Espectros saludarán a Pil Bubbacub o a Kant Fagin con más entusiasmo del que nos han mostrado a los demás. ¡Pero sí sé que no voy a aceptar ninguna responsabilidad por llevarlos a una inmersión! El motivo es que si murieran no sería a manos de los solarianos… sino por culpa de los seres humanos. Tendría que haber otra inmersión ahora mismo, sin nuestros distinguidos amigos extraterrestres, desde luego… y debería marchar inmediatamente hacia la misma región, como sugirió Millie.
DeSilva sacudió la cabeza con énfasis.
— ¡No estoy de acuerdo, señor! O bien los Espectros mataron a Jeff, o algo le pasó a su nave. Y creo que fue lo segundo, por mucho que odie admitirlo… Tendríamos que comprobarlo todo antes de…
—Oh, no hay ninguna duda de que fue la nave —interrumpió Kepler—. Los Espectros no mataron a nadie.
—¿Cómo dice? —gritó LaRoque—. ¿Está ciego? ¿Cómo puede negar lo evidente?
—Dwayne —dijo Martine suavemente—. Ahora está demasiado cansado para pensar en esto.
Kepler la apartó.
—Discúlpeme, doctor Kepler —dijo Jacob—. ¿No mencionó algo sobre el peligro procedente de los seres humanos? La comandante deSilva probablemente piensa que se refería a que un error en la preparación de la nave de Jeff causó su muerte. ¿Está hablando de otra cosa?
—Sólo quiero saber una cosa —dijo Kepler lentamente—. ¿Mostró la telemetría que la nave de Jeff fue destruida por un colapso de su campo de estasis?
El operador de la consola que había hablado antes dio un paso al frente.
—Bueno… sí, señor. ¿Cómo lo sabía?
—No lo sabía. —Kepler sonrió—. Pero lo había supuesto, después de pensar en un sabotaje.
—¿Qué? —gritaron casi al unísono Martine, deSilva y LaRoque.
Y de repente Jacob lo vio.
—¿Quiere decir durante la visita…? —se volvió a mirar a LaRoque. Martine siguió su mirada y boqueó.
LaRoque dio un paso atrás, como si lo hubieran golpeado.
—¡Está loco! —gritó—. ¡Y usted también! —Señaló a Kepler con un dedo—. ¿Cómo pude sabotear los motores cuando me encontré mareado todo el tiempo que estuve en ese sitio de locos?