Por mucho que le desagradara aquel hombre, nunca le había considerado capaz de asesinar a sangre fría, a pesar de aquellos golpes con la barra de plástico.
En el fondo de su mente, Jacob podía sentir su otra mitad frotándose alegremente las manos… amoralmente complacido por los misteriosos giros que había dado el caso Navegante Solar, y pidiendo ser liberado.
Olvídalo.
La doctora Martine se le acercó en el ascensor. Parecía abrumada.
—Jacob, no pensará usted que Fierre pudo matar a esa pobre criatura, ¿verdad? ¡Le gustan los chimpancés!
—Lo siento pero la evidencia parece señalar en esa dirección. No me gustan las Leyes Condicionales más que a usted. Pero las personas a las que se asigna ese grado son capaces de actos de violencia fácil, y el hecho de que el señor LaRoque se quitara el transmisor va contra la ley. Pero no se preocupe. Ya se encargarán de todo en la Tierra. Seguro que LaRoque tendrá un juicio justo.
—Pero… ¡ya ha sido acusado injustamente! —estalló ella—. ¡No es un condicional, y tampoco un asesino! ¡Puedo demostrarlo!
—¡Muy bien! ¿Tiene aquí la prueba?
Jacob frunció el ceño.
—¡Pero la transmisión de la Tierra dijo que era un condicional!
Ella se mordió los labios, sin querer mirarlo a los ojos.
—La transmisión era falsa.
Jacob sintió pena por ella. Ahora la psicóloga, siempre confiada, tartamudeaba y se agarraba a ideas descabelladas en medio de su shock. Era degradante. Deseó estar en cualquier otro lugar.
—¿Tiene pruebas de que el mensaje máser era mentira? ¿Puedo verlas?
Martine le miró. De repente pareció muy insegura, como si se preguntara si debía decir algo más.
—El… el equipo de esta base. ¿Llegó a ver usted el mensaje? Esa mujer… sólo nos lo leyó en voz alta. Ella y los demás odian a Fierre…
Su voz se apagó, como si supiera que su argumento era débil. Después de todo, pensó Jacob, ¿podía la comandante haber falsificado la lectura de una transmisión sabiendo que nadie pediría verla? O, del mismo modo, ¿colocaría a LaRoque en disposición para demandarla hasta el último céntimo del dinero que había ganado en setenta años, sólo por antipatía?
¿O había estado Martine a punto de decir algo más?
—¿Por qué no se va a su habitación y descansa un poco? —dijo amablemente—. Y no se preocupe por el señor LaRoque. Necesitarán más pruebas de las que tienen ahora para acusarle de asesinato en un tribunal terrestre.
Martine dejó que la condujera hasta el ascensor. Una vez allí, Jacob se volvió. DeSilva estaba ocupada con sus hombres. Se habían llevado a Kepler. Culla permanecía cerca de Fagin, los dos destacando sobre todas las otras personas de la sala, bajo el gran disco dorado del sol.
Se preguntó, mientras se cerraban las puertas, si ésa era una buena forma de empezar un viaje.
QUINTA PARTE
La vida es una extensión del mundo físico. Los sistemas biológicos tienen propiedades únicas, pero sin embargo deben obedecer a las restricciones impuestas por las propiedades físicas y químicas del entorno y de los propios organismos. Las soluciones evolutivas para los problemas biológicos son influidas por el entorno físico-químico.
14. EL OCÉANO MÁS PROFUNDO
Se llamó Proyecto Icaro, el cuarto programa espacial con ese nombre y el primero para el que era adecuado. Mucho antes de que los padres de Jacob nacieran (antes del Vuelco y la Alianza, antes de la Liga de Poderes Satélites, antes incluso de la plenitud de la antigua Burocracia), la vieja abuelita NASA decidió que sería interesante lanzar sondas al Sol para ver qué sucedía.
Descubrieron que las sondas hacían algo raro cuando se acercaban: se fundían.
En el «Verano Indio» de América nada se consideraba imposible. Los americanos estaban construyendo edificios en el espacio. ¡Una sonda más duradera no podía ser ningún problema!
Se construyeron escudos, con materiales que podían soportar presiones inauditas y cuyas superficies lo reflejaban casi todo. Campos magnéticos guiaron los difusos pero tremendamente calientes plasmas de la corona y la cromosfera para apartarlos de aquellos cascos. Poderosos láseres de comunicación taladraron la atmósfera solar con corrientes bidireccionales de órdenes y datos.
Sin embargo, las naves robot continuaron ardiendo. Por buenos que fueran los espejos y el aislamiento, por muy regularmente que los superconductores distribuyeran el calor, las leyes de la termodinámica seguían cumpliéndose. Tarde o temprano el calor pasa de una temperatura alta a una zona donde la temperatura es menor.
Los físicos solares podrían haber seguido resignados a quemar sondas a cambio de difusos estallidos de información si Tina Merchant no hubiera ofrecido otro sistema.
—¿Por qué no refrigeran? —preguntó—. Tienen toda la energía que quieran. Pueden emplear refrigeradores para pasar el calor de una parte de la sonda a otra.
Sus colegas le respondieron que, con los superconductores, igualar el calor de modo uniforme no era ningún problema.
—¿Quién habla de hacerlo de modo uniforme? —respondió la Bella de Cambridge—. Deberían coger todo el calor sobrante de la parte de la nave donde están los instrumentos y lanzarlos a otra parte donde no estén.
—¡Y esa parte arderá! —dijo un colega.
—Sí, pero podemos hacer una cadena de esos «vertidos de calor» —dijo otro ingeniero, algo más optimista—. Y luego podemos tirarlos, uno a uno…
—No, no comprenden. —La triple ganadora del Nobel se acercó a la pizarra y dibujó un círculo, y luego otro dentro.
— ¡Aquí! —Señaló el círculo interior—. Metan aquí su calor hasta que, en poco tiempo, esté más caliente que el plasma ambiental fuera de la nave. Luego, antes de que pueda causar daño aquí dentro, lo lanzan a la cromosfera.
—¿Y cómo espera hacer eso? —preguntó un reputado físico.
Tina Merchant sonrió como si casi pudiera ver el Premio de Astronáutica junto a ella.
—¡Cómo me sorprenden todos ustedes! —dijo—. ¡Tienen a bordo comunicaciones láser con una temperatura de millones de grados! ¡Úsenlo!
Comenzó la era de la Batisfera Solar. Flotando en parte por fuerza ascencional y en parte por equilibrio sobre el impulso de sus refrigeradores láser, las sondas aguantaban durante días, semanas, escrutando las sutiles variaciones del sol, que producía los climas en la Tierra.
Esa era llegó a su fin con el Contacto. Pero pronto nació un nuevo tipo de Nave Solar.
Jacob pensó en Tina Merchant. Se preguntó si la gran dama se sentiría orgullosa, o simplemente divertida, si se encontrara en la cubierta de una Nave Solar y surcara tranquilamente las peores tempestades de esta estrella irascible. Podría haber dicho «¡Desde luego!». ¿Pero cómo podría haber sabido que una ciencia alienígena tendría que sumarse a la suya propia para que los hombres surcaran esas tormentas?
A Jacob, la mezcla no le inspiraba ninguna confianza.
Sabía, por supuesto, que con esta nave se habían hecho un par de docenas de descensos con éxito. No había ningún motivo para pensar que este viaje fuera a ser peligroso.
Excepto que otra nave, la réplica a escala de ésta, había fallado misteriosamente sólo tres días antes.
La nave de Jeff era ahora probablemente una nube vagabunda de fragmentos disueltos y gases ionizados esparcidos a través de millones de kilómetros cúbicos en el maelstrom solar. Jacob intentó imaginar las tormentas de la cromosfera tal como el científico chimpancé las había visto en el último instante de su vida, sin la protección de los campos de espacio-tiempo.