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Pulsó los botones para pedir un zumo de naranja y una tortilla.

—¿Sabe, Jacob? Anoche se acostó demasiado temprano. Pil Bubbacub nos estuvo contando algunas historias increíbles. ¡Eran sorprendentes, de verdad!

Jacob se inclinó levemente ante Bubbacub.

—Pido disculpas, Pil Bubbacub. Estaba muy cansado, pues de lo contrario me habría encantado oír más cosas sobre los grandes galácticos, en especial sobre los gloriosos pila. Estoy seguro de que las historias son inagotables.

Martine se envaró al oírle, pero Bubbacub se hinchó de satisfacción. Jacob sabía que sería peligroso insultar al pequeño alienígena. Pero ya había supuesto que el embajador no consideraría un insulto ninguna acusación de arrogancia. Jacob no pudo resistir la broma inofensiva.

Martine insistió en que comiera con ellos, pues los asientos ya habían sido colocados para la cena. Dos de los cuatro tripulantes de la comandante deSilva comían cerca.

—¿Ha visto alguien a Fagin? —preguntó Jacob.

La doctora Martine sacudió la cabeza.

—No, me temo que lleva más de doce horas en la parte invertida. No sé por qué no viene.

No era propio de Fagin mostrarse reticente. Cuando Jacob fue al hemisferio de los instrumentos para usar el telescopio y encontró allí al kantén, Fagin apenas dijo una palabra. Ahora la comandante había puesto el otro lado de la nave fuera de los límites de todo el mundo menos del E.T., quien lo ocupaba solo.

Si no tengo noticias de Fagin para la hora de la comida, voy a pedir una explicación, pensó Jacob.

Martine y Bubbacub conversaban. De vez en cuando Culla decía una o dos palabras, siempre con el respeto más untuoso. El pring parecía tener siempre un liquitubo entre sus giganteseos labios. Sorbía lentamente, y consumió con firmeza el contenido de varios tubos mientras Jacob comía.

Bubbacub se puso a contar una historia de un Antepasado suyo, un miembro de la raza soro que, aproximadamente un millón de años antes, había tomado parte en uno de los contactos pacíficos entre la laxa civilización de respiradores de oxígeno y la misteriosa cultura paralela de las razas respiradoras de hidrógeno que coexistían en la galaxia.

Durante eones hubo poca o ninguna comprensión entre hidrógeno y oxígeno. Cada vez que se producía un conflicto entre ambos, moría un planeta. A veces más. Era una suerte que casi no tuvieran nada en común, así que los conflictos eran raros.

La historia era larga y complicada, pero Jacob tuvo que admitir que Bubbacub era un narrador soberbio. Podía resultar encantador y gracioso, siempre que controlara el centro de atención.

Jacob permitió que su imaginación divagara mientras el pil describía vividamente aquellas cosas que sólo un puñado de hombres habían probado: la infinita belleza de las estrellas, y la variedad de cosas que habitaban en multitud de planetas. Empezó a envidiar a Helene deSilva.

Bubbacub sentía intensamente la causa de la Biblioteca. Era el vehículo de conocimiento y de una tradición que unificaba a todos los que respiraban oxígeno. Proporcionaba continuidad y aún más, pues sin la Biblioteca no podía haber puentes entre las especies. Las guerras no se librarían con restricciones, sino hasta la aniquilación. Los planetas quedarían arruinados por ser usados en exceso.

La Biblioteca, y los otros Institutos desperdigados, ayudaban a impedir el genocidio entre sus miembros.

La historia de Bubbacub llegó a su climax y el pil concedió a su asombrada audiencia unos instantes de silencio. Por fin preguntó a Jacob si le importaría honrarlos con un relato propio.

Jacob se quedó sorprendido. Según los niveles humanos, tal vez hubiera llevado una vida interesante, pero desde luego no era sobresaliente. ¿Qué podría hablar sobre historia? Al parecer, las reglas decían que tenía que tratarse de una experiencia personal, o de una aventura de un antepasado.

Sudando, Jacob pensó en contar un relato de alguna figura histórica; tal vez Marco Polo o Mark Twain. Pero a Martine probablemente no le interesaría.

Y estaba la participación que su abuelo Alvarez había tenido en el Vuelco. Pero esa historia estaba cargada de tintes políticos y Bubbacub consideraría que la moraleja era subversiva. Su mejor historia era su propia aventura en la Aguja Finnilia, pero eso era demasiado personal, demasiado cargado de dolorosos recuerdos para compartirlos aquí y ahora. Además, se la había prometido a Helene deSilva.

Lástima que LaRoque no estuviera aquí. El relamido hombrecito habría podido hablar seguramente hasta que los fuegos del sol se apagaran.

Una idea traviesa asaltó a Jacob. Había un personaje histórico que era antepasado directo suyo y cuya historia podría ser suficientemente relevante. Lo divertido era que la historia podía ser interpretada a dos niveles. Se preguntó hasta qué punto podía ser obvio sin que algunos oyentes se molestaran.

—Bueno, hay un hombre de la historia de la Tierra del que me gustaría hablar —empezó a decir lentamente—. Es interesante porque estuvo implicado en un contacto entre una cultura y tecnología «primitivas» y otra que podía aniquilarla en casi todos los aspectos. Naturalmente, todos conocen la situación. Desde el Contacto, los historiadores no han hablado de otra cosa.

»El destino del indio americano es la moralidad de esta época. Las viejas películas del siglo xx donde se glorifica al «noble piel roja» hoy sólo se ven para reírse. Como Millie nos recordó allá en Mercurio, y como todo el mundo sabe en casa, el piel roja hizo el trabajo más pobre de cualquiera de las culturas impactadas para adaptarse a la llegada de los europeos. Su orgullo le impidió estudiar los poderosos medios del hombre blanco hasta que fue demasiado tarde, exactamente lo contrario a la exitosa «cooperación» hecha por Japón a finales del siglo xix… el ejemplo de la facción «adáptate y sobrevive» sigue señalando a todos los que quieran escuchar hoy en día.

Los tenía. Los humanos le observaban en silencio. Los ojos de Culla brillaban. Incluso Bubbacub, que rara vez prestaba atención, no le quitaba los ojillos de encima. Martine dio un respingo cuando mencionó la facción «A S». Un dato.

Si LaRoque estuviera aquí, no le importaría lo que voy a decir, pensó Jacob. ¡Pero la desazón de LaRoque no sería nada comparada con la de sus parientes Álvarez si le oyeran hablar de esta forma!

—Por supuesto, el fallo de los amerindios para adaptarse no fue por completo culpa suya —continuó Jacob—. Muchos estudiosos piensan que las culturas del hemisferio occidental se hallaban en un bache histórico que coincidió, desgraciadamente, con la llegada de los europeos. De hecho, los pobres mayas acababan de terminar una guerra civil en la que se habían trasladado al campo abandonando sus ciudades, y a sus príncipes y sacerdotes, para que se pudrieran. Cuando llegó Colón, los templos estaban casi desiertos. Naturalmente, la población se había duplicado y la prosperidad y el comercio se habían cuatriplicado durante la «Edad Dorada de los Mayas», pero eso apenas es una medida válida de las culturas.

Con cuidado, chico. No te pases de irónico.

Jacob advirtió que uno de los tripulantes, un tipo llamado Dubrowsky, se separaba de los demás. Sólo Jacob pudo ver la mueca sardónica en su rostro. Todos los demás parecían escuchar con tranquilo interés, aunque era difícil decirlo en el caso de Culla y Bubbacub.

—Este antepasado mío era amerindio. Se llamaba Se-quo-yi, y era miembro de la nación cherokee.

»Los cherokee vivieron casi siempre en el estado de Georgia. Ya que éste se encuentra en la Costa Este de América, los cherokee tuvieron aún menos tiempo que los otros indios para prepararse a tratar con el hombre blanco. Con todo, lo intentaron a su modo. Su intento no fue tan grandioso ni tan completo como el de los japoneses, pero no obstante lo intentaron.