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Los empujones y apretones se hicieron más pronunciados a medida que pasaban por el rebaño. Helene deSilva sugirió que era debido a que la región activa sobre la que estaban se moría. Los campos magnéticos se hacían más y más difusos.

Culla se sentó junto a Jacob, cerrando sus mandíbulas con un chasquido. Jacob empezaba a reconocer algunos de los ritmos que los dientes de Culla hacían en diversas situaciones. Había tardado mucho tiempo en darse cuenta de que eran parte del repertorio fundamental del pring, como las expresiones faciales lo son para un ser humano.

—¿Puedo shentarme aquí, Jacob? —preguntó—. Esh mi primera oportunidad de darle lash graciash por su cooperación allá en Mercurio.

—No tiene que agradecerme nada, Culla. Un juramento de secreto durante dos años es de rigor en un incidente como éste. De todas formas, la comandante deSilva recibió órdenes muy claras de la Tierra para que nadie volviera a casa hasta que firmaran.

—Shin embargo, tenía ushted derecho a decírshelo al mundo, a la galaxia. El Inshtituto de la Biblioteca ha quedado avergonzado por las accionesh de Bubbacub. Esh admirable que ushted, el deshcubridor de shu… error, mueshtre meshura y lesh deje enmendarshe.

—¿Qué hará el Instituto, aparte de castigar a Bubbacub?

Culla dio un sorbo de su ubicuo liquitubo. Sus ojos brillaban.

—Probablemente cancelarán la deuda de la Tierra y otorgarán sherviciosh gratuitosh a la Shucurshal durante algún tiempo. Másh aún shi la Confederación accede a un período de shilencio. No puedo definir su anshiedad por evitar un esh-cándalo. Ademásh, probablemente le recompensharán.

—¿A mí? —Jacob se sintió aturdido. Para un terrestre «primitivo», cualquier recompensa que los galácticos pudieran darle sería como una lámpara mágica. Apenas podía creer lo que estaba oyendo.

—Shí, aunque probablemente shentirán cierta amargura porque no ha mantenido shush deshcubrimientosh másh en privado. La magnitud de shu generoshidad probablemente sherá inversha a la notoriedad que conshiga el casho de Bubbacub.

—Oh, ya veo.

La burbuja había estallado. Una cosa era recibir un premio de gratitud de los poderes establecidos, y otra que le ofrecieran un soborno. No es que el valor de la recompensa resultara menor. De hecho el premio sería incluso más valioso.

¿O no? Ningún alienígena pensaba exactamente igual que un hombre. Los directores del Instituto de las Bibliotecas eran un enigma para él. Todo lo que sabía con seguridad era que no les gustaría recibir mala prensa. Se preguntó si Culla hablaba ahora a nivel oficial, o si simplemente predecía lo que creía que iba a suceder a continuación.

De repente Culla se volvió y miró al rebaño que pasaba. Sus ojos brillaron y un leve zumbido surgió tras los gruesos labios prensiles. El pring sacó el micrófono de la rendija situada junto a su asiento.

—Dishcúlpeme, Jacob, pero me parece ver algo. Debo informar a la comandante.

Culla habló brevemente por el micrófono, sin apartar la mirada de una posición a unos treinta grados a la derecha y veinticinco de altura. Jacob miró, pero no vio nada. Pudo oír el distante murmullo de la voz de Helene llenando la zona de la cabeza del asiento de Culla. Entonces la nave empezó a virar.

Jacob comprobó el ordenador. Los resultados estaban allí. El encuentro anterior no había mostrado nada reconocible como respuesta. Tendrían que seguir haciendo lo de antes.

—Sofontes. —La voz de Helene resonó por el intercomunicador—. Pring Culla ha hecho otro avistamiento. Por favor, regresen a sus puestos.

Las mandíbulas de Culla chascaron. Jacob alzó la cabeza.

A unos cuarenta y cinco grados, un pequeño punto de luz fluctuante empezó a crecer más allá de la masa del toroide más cercano. El punto azul fue aumentando mientras se aproximaba hasta que pudieron distinguir cinco apéndices irregulares, bilateralmente simétricos. Se alzó rápidamente, y luego se detuvo.

La manifestación de Espectro Solar del segundo tipo les sonrió con su burda imitación de la forma humana. La cromosfera brillaba en rojo a través de los agujeros irregulares de sus ojos y su boca.

No hicieron ningún intento de enfocar a la aparición con las cámaras invertidas. Probablemente habría sido inútil, y además esta vez el láser-P tenía prioridad.

Jacob le dijo a Donaldson que siguiera con la cinta de contacto primario, desde el punto en que se interrumpió el último.

El ingeniero alzó su micrófono.

—Que todo el mundo se ponga las gafas, por favor. Vamos a conectar el láser.

Se puso las suyas, y luego miró alrededor para asegurarse de que todo el mundo lo había hecho. (Culla estaba exento: aceptaron su palabra de que no corría peligro.) Entonces conectó el interruptor.

Incluso a través de las gafas, Jacob pudo ver un tenue brillo contra la superficie interior del escudo mientras el rayo se abría paso hacia el Espectro. Se preguntó si la figura antropomórfica sería más cooperativa que la manifestación anterior, la de «forma natural». Por lo que sabía, era la misma criatura. Tal vez antes se había marchado para «maquillarse» para esta aparición actual.

El Espectro se agitó impasible mientras era atravesado por el rayo del Láser de Comunicación. No muy lejos, Jacob pudo oír a Martine que maldecía en voz baja.

—¡No, no, no! —susurró. El casco psi y las gafas sólo permitían divisar su nariz y su barbilla—. Hay algo, pero no está ahí. ¡Maldita sea! ¿Qué demonios pasa con esa cosa?

La aparición se hinchó de repente como una mariposa aplastada contra el casco de la nave. Los rasgos de su «cara» se convirtieron en largas y estrechas franjas de negrura ocre. Los brazos y el cuerpo se extendieron hasta que la criatura no fue más que una banda azul rectangular e irregular a unos diez grados del cielo. A lo largo de su superficie empezaron a formarse motas verdes. Se agitaron, se mezclaron y se separaron, y luego empezaron a tomar una forma coherente.

—¡Santo Dios! —murmuró Donaldson.

Fagin dejó escapar un trino tembloroso. Culla empezó a chascar los dientes.

El solariano estaba completamente cubierto de brillantes letras verdes, en alfabeto romano. Decían:

MÁRCHENSE. NO VUELVAN.

Jacob se agarró a los lados de su asiento. A pesar de los efectos sonoros de los extraterrestres y la ronca respiración de los humanos, el silencio era insoportable.

—¡Minie! —Intentó no gritar con todas sus fuerzas—. ¿Recibe algo?

Martine gimió.

—Sí… ¡NO! ¡Recibo algo pero no tiene sentido! ¡No encaja!

—¡Intentaremos enviar una pregunta! ¡Pregunte si recibe nuestro psi!

Martine asintió y se llevó las manos a la cara, concentrándose.

Las letras se reformaron inmediatamente.

CONCÉNTRESE. HABLE EN VOZ ALTA PARA ENFOCAR.

Jacob estaba anonadado. Pudo sentir en su interior que su mitad controlada casi temblaba llena de horror. Lo que él no pudo resolver lo hizo el aterrado Mister Hyde.

—Pregúntele por qué nos habla ahora y no lo hizo antes.

Martine repitió la pregunta en voz alta, lentamente.

EL POETA. ÉL HABLARÁ POR NOSOTROS. ESTÁ AQUÍ.

—¡No, no, no puedo! —gritó LaRoque. Jacob se volvió rápidamente y vio al pequeño periodista, encogido, aterrado, junto a las máquinas de alimento.

ÉL HABLARÁ POR NOSOTROS.

Las letras verdes brillaban.

—Doctora Martine —llamó Helene deSilva—. Pregúntele al solariano por qué no podemos volver.

Después de una pausa, las letras volvieron a cambiar.

QUEREMOS INTIMIDAD. POR FAVOR, MÁRCHENSE.

—¿Y si volvemos? ¿Entonces qué? —preguntó Donaldson. Martine repitió la pregunta, sombría.

NADA. NO NOS PODRÁN VER. TAL VEZ A NUESTROS JÓVENES, A NUESTRO GANADO. NO A NOSOTROS.