Eso explicaba los dos tipos de solarianos, pensó Jacob. La variedad «normal» debían de ser los jóvenes, que tenían la tarea de pastorear a los toroides. ¿Dónde vivían entonces los adultos? ¿Qué clase de cultura tenían? ¿Cómo podían unas criaturas compuestas de plasma ionizado comunicarse con los acuosos seres humanos? Jacob se sintió angustiado ante la amenaza de la criatura. Si querían, los adultos podían evitar a una Nave Solar, o a una flota de ellas, tan fácilmente como un águila podía hacerlo con un globo. Si cortaban ahora el contacto, los humanos nunca podrían obligarlos a renovarlo.
—Por favor —pidió Culla—. Pregúntele shi Bubbacub losh ofendió.
Los ojos del pring brillaban acaloradamente y el castañeteo continuaba, ahogado, entre cada palabra.
BUBBACUB NO SIGNIFICA NADA. INSIGNIFICANTE. MÁRCHENSE.
El solariano empezó a desvanecerse. El rectángulo irregular se hizo más pequeño a medida que retrocedía.
—¡Espera! —Jacob se levantó. Estiró una mano para agarrar la nada—. ¡No nos dejéis! ¡Somos vuestros vecinos más cercanos! ¡Sólo queremos compartir con vosotros! ¡Al menos decidnos quiénes sois!
La imagen quedó difusa en la distancia. Un rizo de gas oscuro cubrió al solariano, pero antes pudieron leer un último mensaje. Un grupo de «jóvenes» se congregó a su alrededor y el adulto repitió una de sus frases anteriores.
EL POETA HABLARÁ POR NOSOTROS.
OCTAVA PARTE
En la antigüedad, dos aviadores se procuraron alas. Dédalo voló sin problemas por el aire y fue debidamente honrado cuando aterrizó. Icaro se acercó al sol hasta que la cera que sujetaba sus alas se fundió, y su vuelo terminó en fracaso. Naturalmente, las autoridades clásicas nos dicen que sólo estaba «haciendo alardes», pero yo prefiero pensar que fue el hombre que sacó a la luz un grave defecto de construcción en las máquinas voladoras de su tiempo.
23. UN ESTADO EXCITADO
Fierre LaRoque estaba sentado dando la espalda a la cúpula. Se abrazaba las rodillas y miraba ausente la cubierta. Se preguntó tristemente si Millie le suministraría una inyección que durara hasta que la Nave Solar saliera de la cromosfera.
Desgraciadamente, eso no encajaba demasiado con su nuevo rol de profeta. Se estremeció. Durante toda su vida profesional, nunca había advertido cuánto significaba tener sólo que comentar y no dar forma a los hechos. Los solarianos le habían lastrado con una maldición, no con una bendición.
Se preguntó, aturdido, si las criaturas le habrían elegido siguiendo un capricho irónico, como una especie de broma. O si de algún modo habían introducido palabras en su interior para que surgieran cuando regresara a la Tierra, al objeto de aturdirle y avergonzarle.
¿O se supone que tengo que expresar mis opiniones como he hecho siempre? Se meció lenta, tristemente. Imponer sus ideas en los demás a fuerza de personalidad era una cosa. Hablar envuelto en un manto de profeta era otra muy distinta.
Los demás se habían reunido cerca del puesto de mando para discutir los próximos pasos a dar. Podía oírlos hablar y deseó que se marcharan. Sin alzar la cabeza, pudo sentir que se volvían y le miraban.
LaRoque deseó estar muerto.
—Yo digo que lo tiremos por la borda —sugirió Donaldson. Ahora su tono era muy afectado. A Jacob, que le escuchaba cerca, le hubiera gustado que la moda de los lenguajes étnicos nunca hubiera llegado a producirse—. Los problemas que este hombre causará si se le suelta en la Tierra no tendrán fin.
Martine se mordió los labios un instante.
—No, eso no sería aconsejable. Será mejor llamar a la Tierra para recibir instrucciones cuando regresemos a Mermes. Los federales podrán decidir si usamos una provisión de secuestro de emergencia con él, pero no creo que nadie sugiera eliminar a Peter.
—Me sorprende que reaccione de esa forma a la sugerencia del jefe —dijo Jacob—. Pensaba que la idea la repugnaría.
Martine se encogió de hombros.
—Ya debe de haber quedado claro que represento a una facción de la Asamblea de la Confederación. Peter es amigo mío, pero si pensara que mi deber hacia la Tierra es eliminarle, lo haría.
Parecía decidida.
Jacob no estaba tan sorprendido como parecía. Si el ingeniero jefe tenía la necesidad de aparentar ironía para superar el shock de la última hora, los demás habían renunciado a toda pretensión. Martine estaba dispuesta a pensar lo impensable. LaRoque no pretendía nada, pero estaba aterrado. Se mecía lentamente, al parecer ajeno a los demás.
Donaldson alzó su índice derecho.
—¿Se han dado cuenta de que los solarianos no dijeron nada sobre el rayo con el mensaje? Lo atravesó y no pareció importarle. Sin embargo, antes, el otro Espectro…
—El joven.
—El joven, sí, reaccionó claramente.
Jacob se rascó una oreja.
—Los misterios no tienen fin. ¿Por qué ha evitado siempre la criatura adulta ponerse en línea con nuestros instrumentos del borde de la nave? ¿Tiene algo que ocultar? ¿Por qué los gestos amenazantes en todas las inmersiones previas, cuando podía comunicarse desde que la doctora Martine usó el casco psi a bordo hace meses?
—Tal vez su láser-P le dio un elemento necesario —sugirió uno de los tripulantes, un oriental llamado Chen, a quien Jacob había visto sólo al principio de la inmersión—. Otra hipótesis podría ser que estaba esperando a hablar con alguien de estatus razonable.
Martine hizo una mueca.
—Ésa es la teoría en la que estuvimos trabajando en la última inmersión, y no funcionó. Bubbacub falsificó el contacto, y a pesar de toda su capacidad, Fagin fracasó… oh, se refiere a Peter…
El silencio podía cortarse con un cuchillo.
—Jacob, ojalá hubiéramos encontrado un proyector. —Donaldson sonrió amargamente—. Habría resuelto todos nuestros problemas.
Jacob sonrió, sin humor.
—¿Deus ex machina, jefe? Sabe bien que no hay que esperar favores del universo.
—Podríamos abandonar —dijo Martine—. Nunca volveremos a ver a otro Espectro adulto. En la Tierra la gente era escéptica respecto a todas esas historias sobre «seres antropomorfos». Sólo contamos con la palabra de un par de docenas de sofontes que afirmaban haberlos visto, más unas cuantas fotos borrosas. A pesar de mis pruebas, con el tiempo todo será achacado a la histeria. —Miró al suelo, sombría.
Jacob advirtió que Helene deSilva estaba a su lado. Había permanecido extrañamente silenciosa desde que los había reunido unos minutos antes.
—Bueno, al menos esta vez el Proyecto Navegante Solar no está amenazado —dijo—. La investigación solonómica puede continuar, igual que los estudios de los rebaños de toroides. El solariano dijo que no intervendrían.
—Sí —añadió Donaldson—. ¿Pero lo hará él?
Señaló a LaRoque.
—Tenemos que decidir lo que vamos a hacer. Nos acercamos al fondo del rebaño. ¿Subimos y seguimos husmeando? Tal vez los solarianos varíen tanto entre sí como los humanos.
Tal vez el que nos encontramos era un cascarrabias —sugirió Jacob.
—No lo había pensado —comentó Martine.
—Pongamos el Láser Paramétrico con el dispositivo automático y añadamos una porción en inglés codificado a la cinta de comunicaciones. El rayo alcanzará el rebaño mientras vayamos subiendo en espiral, y es posible que un solariano adulto más amistoso se sienta atraído.