—Jacob, ¿te encuentras bien? —Volvió a sentir la voz de Helene. Le miró aturdida. Por encima de su hombro, Jacob pudo ver a Culla, que los miraba desde las máquinas de comida.
—Helene —dijo bruscamente—, escucha, dejé una cajita de píldoras junto a la Cámara del Piloto. Son para los dolores de cabeza que sufro a veces… ¿Podrías traérmelas, por favor? —Se llevó una mano a la frente y sonrió.
—Bueno… claro. —Helene le tocó el brazo—. ¿Por qué no vienes conmigo? Podrías tenderte. Hablaremos…
—No. —Él la cogió por los hombros y la hizo girar con suavidad—. Por favor, ve a buscarlas. Te esperaré aquí.
Furioso, combatió el pánico al tiempo que intentaba que ella se marchara.
—Muy bien, ahora mismo vuelvo —dijo Helene. Al verla marchar, Jacob suspiró aliviado. La mayoría de los presentes tenían las gafas colgadas del cinturón, esperando órdenes. La eficaz comandante deSilva había dejado las suyas en su asiento.
Cuando había recorrido unos diez metros hacia su destino, Helene empezó a dudar.
Jacob no había dejado ninguna caja de píldoras junto a la Cámara del Piloto. Me habría dado cuenta. Quería deshacerse de mí. ¿Pero por qué?
Miró hacia atrás. Jacob se apartaba de la máquina de comida con un rollo de proteínas en la mano. Sonrió a Martine y asintió a Chen, y luego empezó a dirigirse a la cubierta, más allá de Fagin. Culla observaba tras él al grupo con ojos brillantes, cerca de la escotilla del bucle de gravedad.
¡No parecía que a Jacob le doliera la cabeza! Helene se sintió herida y confusa.
Bueno, si no me quiere cerca, muy bien. ¡Fingiré que busco sus malditas píldoras!
Empezaba a volverse cuando, de pronto, Jacob tropezó con una de las raíces de Fagin y cayó al suelo. El rollo de proteínas rebotó y chocó contra el armazón del Láser Parmétrico. Antes de que ella pudiera reaccionar, Jacob volvió a ponerse en pie, sonriendo tímidamente. Se acercó a recoger la comida. Al agacharse, su hombro tocó el calibrador del láser.
Una luz azul inundó la habitación al instante. Las alarmas ulularon. Helene se cubrió instintivamente los ojos con el brazo y echó mano al cinturón en busca de sus gafas.
¡No estaban allí!
Su asiento se encontraba a tres metros de distancia. Podía imaginar dónde estaba con exactitud, y en qué lugar había dejado las estúpidas gafas. Se volvió y se abalanzó hacia ellas. Al levantarse, siguiendo el mismo movimiento, los protectores cubrían ya sus ojos.
Había puntos brillantes por todas partes. El láser-P, desviado del radio de la nave, enviaba su rayo por la superficie cóncava interna del casco de la Nave Solar. El «código de contacto» modulado destellaba contra la cubierta y la cúpula.
Los cuerpos se agitaban en la cubierta cerca de las máquinas de alimentos. Nadie se había acercado al láser-P para desconectarlo. ¿Dónde estaban Jacob y Donaldson? ¿Se quedaron ciegos en el primer momento?
Varias figuras luchaban cerca de la compuerta del bucle de gravedad. Bajo la parpadeante luz sepulcral vio que eran Jacob Demwa, el ingeniero jefe… y Culla. Ellos… ¡Jacob intentaba colocar una bolsa sobre la cabeza del alienígena!
No había tiempo para decidir qué hacer. Entre intervenir en una misteriosa pelea y eliminar un posible peligro para la seguridad de su nave, Helene no tenía elección. Corrió hacia el láser-P, esquivando los rayos entrecruzados, y lo desenchufó.
Los puntos de luz destellante se interrumpieron bruscamente, a excepción de uno que coincidió con un alarido de dolor y un golpe, cerca de la escotilla. Las alarmas se apagaron y de repente sólo quedó el sonido de la gente gimiendo.
—Capitana, ¿qué sucede? ¿Qué está pasando? —La voz del piloto resonó en su intercomunicador. Helene cogió un micrófono de un asiento cercano.
—Hughes —dijo rápidamente—. ¿Cuál es el estatus de la nave?
—Estatus nominal, señor. ¡Pero menos mal que tenía las gafas puestas! ¿Qué demonios ha pasado?
—El láser-P se soltó. Continúe como hasta ahora. Mantenga la nave firme a un kilómetro del rebaño. Volveré pronto con usted. — Soltó el micro y alzó la cabeza para gritar—: ¡Chen! ¡Dubrowsky! ¡Informen!
Se esforzó por ver algo en la penumbra.
—¡Aquí, capitana! —Era la voz de Chen. Helene maldijo y se arrancó las gafas. Chen estaba más allá de la escotilla, arrodillado junto a una figura tendida.
—Es Dubrowsky —dijo el hombre—. Está muerto. Abrasado.
La doctora Martine se ocultaba detrás del grueso tronco de Fagin. El kantén silbó suavemente mientras Helene se acercaba.
—¿Están bien los dos?
Fagin emitió una larga nota que sonó vagamente como un confuso «sí». Martine asintió, entrecortadamente, pero siguió agazapada tras el tronco de Fagin. Tenía las gafas torcidas. Helene se las quitó.
—Vamos, doctora. Tiene pacientes que atender. —Tiró del brazo de Martine—. ¡Chen! ¡Vaya a mi despacho y traiga el botiquín! ¡Rápido!
Martine empezó a levantarse, pero enseguida se desmoronó, sacudiendo la cabeza.
Helene apretó los dientes y de repente tiró del brazo que tenía agarrado, alzando a la otra mujer. Martine se puso en pie, vacilante.
Helene la abofeteó.
— ¡Despierte, doctora! ¡Me va a ayudar a atender a estos hombres o le romperé los dientes de una patada!
Cogió a Martine por el brazo y la arrastró unos cuantos metros hacia el lugar donde estaban el jefe Donaldson y Jacob Demwa.
Jacob gimió y empezó a agitarse. Helene sintió que su corazón daba un respingo cuando apartó el brazo de su rostro. Las quemaduras eran superficiales y no habían alcanzado los ojos. Jacob tenía las gafas puestas.
Dirigió a Martine hacia Donaldson y la hizo sentarse. El ingeniero jefe tenía el lado izquierdo del rostro malherido. La lente izquierda de sus gafas estaba rota.
Chen llegó corriendo, con el botiquín.
La doctora Martine se volvió y se estremeció. Luego alzó la cabeza y vio al tripulante con el botiquín. Extendió las manos para recogerlo.
—¿Necesitará ayuda, doctora? —preguntó Helene.
Martine colocó los instrumentos sobre la cubierta. Sacudió la cabeza.
—No. Tranquila.
Helene se dirigió a Chen.
—Busque a LaRoque y a Culla. Informe cuando los encuentre.
El hombre salió corriendo.
Jacob volvió a gemir y trató de levantarse, apoyándose en los codos. Helene trajo un paño húmedo. Se arrodilló junto a él y le hizo colocar la cabeza sobre su regazo.
Él gimió cuando ella atendió con cuidado sus heridas.
—Oh… —Se llevó una mano a la cabeza—. Tendría que haberlo sabido. Sus antepasados se balanceaban en los árboles. Tiene la fuerza de un chimpancé. ¡Y parece tan débil!
—¿Puedes decirme lo que ha pasado? —preguntó ella en voz baja.
Jacob gruñó mientras se tocaba la espalda con la mano izquierda. Tiró de algo un par de veces. Por fin sacó la gran bolsa donde guardaba las gafas protectoras. La miró, y luego la arrojó.
—Siento la cabeza como si me hubieran dado una paliza —dijo. Se sentó, se tambaleó un momento con las manos en la cabeza, y luego las dejó caer—. Culla no estará tendido inconsciente por ahí, ¿verdad? Creí que iba a dejarlo fuera de combate cuando me aturdió, pero supongo que perdí el conocimiento.
—No sé dónde está Culla —dijo Helene—. ¿Qué…?
La voz de Chen sonó por el intercomunicador.
—¿Capitana? He encontrado a LaRoque. Está en grado dos- cuarenta. Está bien. ¡De hecho ni siquiera sabía lo que ha sucedido!