El zumbido se hizo más fuerte. Hubo un leve rumor de pasos. Uno, dos, tres… pero eso fue todo. No era suficiente para disparar.
—Jacob, lo shiento —la voz de Culla recorrió suavemente la cubierta—. Debe shaberlo, antesh de que muramosh, pero primero quiero pedirle que deshconecte eshe lásher. ¡Duele!
—Mi mano también.
El pring parecía desconsolado.
—Lo shi-shi-shiento, Jacob. Por favor, comprenda que esh mi amigo. Hago eshto en parte por shu eshpecie.
»Shon crímenesh necesariosh, Jacob. Me alegro de que la muerte eshté cerca para quedar libre de la memoria.
La filosofía del alienígena asombraba a Jacob. Nunca había esperado que Culla gimoteara de esa forma, fueran cuales fueran sus motivos para lo que había hecho. Estaba a punto de responder cuando la voz de Helene resonó por el interco-municador.
—¿Jacob? ¿Puedes oírme? El impulso gravitatorio se deteriora rápidamente. Estamos perdiendo dirección.
Lo que no dijo fue la amenaza. Si no hacían algo pronto, empezarían a caer hacia la fotosfera, una caída de la que nunca regresarían.
Cuando cayera en la tenaza de las células de convección, la nave sería atraída hacia el núcleo estelar. Si es que para entonces aún quedaba algo de la nave.
—Verá, Jacob —dijo Culla— Retrasharme no shervirá de nada. Ya eshtá hecho. Me quedaré para ashegurarme de que no puedan corregirlo.
»Pero, por favor, hablemosh hashta el final. No desheo que muramosh como enemigosh.
Jacob contempló la retorcida atmósfera cargada de hidrógeno rojo del sol. Tentáculos de fiero gas flotaban todavía hacia «abajo» (arriba, para él), dejando atrás la nave, pero eso podía ser una función del movimiento del gas en esta zona y momento. Desde luego, iban mucho menos rápidamente. Tal vez la nave estuviera cayendo ya.
—Shu deshcubrimiento de mi talento y mi truco fue muy ashtuto, Jacob. ¡Combinó muchash pishtash oshcurash para encontrar la reshpueshta! ¡Relacionarlash con el pashado de mi raza fue un golpe brillante!
»Dígame, aunque evité losh detectoresh del borde con mish espectrosh, ¿no le extrañó que a vecesh aparecieran en lo alto cuando yo eshtaba en la zona invertida?
Jacob intentaba pensar. Tenía apoyada la pistola aturdidora contra su mejilla. Su frescor le agradaba, pero no le proporcionaba ninguna idea. Y tenía que dedicar parte de su atención a hablar con Culla.
—Nunca me molesté en pensarlo, Culla. Supongo que simplemente se inclinaba y lanzaba el rayo a través del campo de suspensión semitransparente de la cubierta. Y se reflejaba en ángulo dentro del casco.
De hecho, ésa era una pista válida. Jacob se preguntó por qué la había pasado por alto.
¡Y la brillante luz azul, durante su trance en La Baja! ¡Sucedió justo antes de que despertara para ver a Culla ante él! ¡El eté debió de sacarle un holograma! ¡Vaya forma de conocer a alguien y no olvidar nunca su cara!
—Culla —dijo lentamente—. No es que esté resentido ni nada por el estilo, ¿pero fue usted responsable de mi loca conducta al final de la última inmersión?
Hubo una pausa. Entonces Culla habló, con crecientes balbuceos.
—Shí, Jacob. Lo shiento, pero she eshtaba volviendo demashiado inquishitivo. Eshperaba deshacreditarle. Fra-cashé.
—¿Pero cómo…?
—¡Oí a la doctora Martine hablar de losh efectosh del desh- lumbramiento en losh humanosh!
El pring casi gritó. Era la primera vez, que Jacob recordara, que el pring había interrumpido a alguien.
—¡Experimenté con el doctor Kepler durante meshesh! Luego con LaRoque y Jeff… luego con ushted. Ushé un rayo difractado eshtrecho. ¡Nadie pudo verlo, pero deshenfocó shush penshamientosh!
»No shabía lo que haría ushted. Pero shabía que shería embarazosho. Lo shiento de nuevo. ¡Era neceshario!
Definitivamente ya no ascendían. El gran filamento que habían dejado tan sólo unos minutos antes gravitaba sobre la cabeza de Jacob. Altos chorros se retorcían y curvaban hacia la nave, como dedos atenazantes.
Jacob había estado intentando encontrar una salida, pero su imaginación estaba bloqueada por una poderosa barrera.
¡Muy bien, me rindo!
Llamó a su neurosis para ofrecerle sus términos. ¿Qué demonios quería la maldita cosa?
Sacudió la cabeza. Tendría que invocar a la cláusula de emergencia. Hyde iba a tener que salir y convertirse en parte de él, como en los viejos y malos tiempos. Como cuando persiguió a LaRoque en Mercurio, y cuando irrumpió en el laboratorio fotográfico. Se preparó para entrar en el trance.
—¿Por qué, Culla? ¡Dígame por qué ha hecho todo esto!
No es que tuviera importancia. Tal vez Hughes estaba escuchando. Tal vez Helene estaba grabando. Jacob estaba demasiado ocupado para darle importancia.
¡Resistencia! En las coordenadas no-lineales y no-ortogonales del pensamiento cribó sentimientos y sensaciones. Envió a hacer su trabajo a los viejos sistemas automáticos hasta el punto en que aún funcionaran.
Lentamente, los marcos y camuflajes cayeron y se encontró cara a cara con su otra mitad.
Las murallas, inescalables en los pasados asedios, eran ahora aún más extraordinarias. Los parapetos de tierra habían sido reemplazados por piedra. La valla estaba hecha de agujas afiladas, finas y de treinta kilómetros de largo. En lo alto de la torre más alta ondeaba una bandera. El estandarte decía «Lealtad». Revoloteaba sobre dos estacas, y en cada una de ellas había empalada una cabeza.
Reconoció al instante una de ellas. Era la suya propia. Aún brillaba la sangre que manaba del cuello cercenado. La expresión era de remordimiento.
La otra cabeza le hizo estremecerse. Era Helene. Su rostro estaba manchado y lacerado, y mientras la contemplaba, sus ojos se movieron débilmente. La cabeza estaba todavía viva.
¿Pero por qué? ¿Por qué esa furia contra Helene? ¡Y por qué los tonos de suicidios… esta reluctancia a unirse con él para crear el casi ubersmensch que fuera antaño?
Si Culla decidía atacar ahora, estaría indefenso. Tenía los oídos llenos del quejido de un viento ululante. Hubo un rugir de cohetes y luego el sonido de alguien cayendo… el sonido de alguien llamando mientras caía.
Y por primera vez pudo distinguir sus palabras.
— Jacob! ¡Cuidado con el primer escalón…!
¿Eso era todo? ¿Entonces por qué tanto alboroto? ¿Por qué tantos meses intentando averiguar lo que resultó ser la última ironía de Tania?
Por supuesto. Su neurosis le dejaba ver, ahora que la muerte era inminente, que las palabras ocultas eran otro señuelo. Hyde ocultaba algo más. Era…
Culpa.
Sabía que llevaba su carga tras el incidente en la Aguja Vainilla, pero nunca había advertido cuánta. Ahora vio lo enfermizo que era este acuerdo Jekyll y Hyde con el que había estado viviendo. En vez de curar lentamente el trauma de una dolorosa pérdida, había sellado una entidad artificial, para que creciera y se alimentara de él y de su vergüenza por haber dejado caer a Tania… por la suprema arrogancia del hombre que, aquel aciago día a treinta kilómetros de altura, pensó que podía hacer dos cosas a la vez.
Había sido tan sólo otra forma de arrogancia, una creencia de que podía superar la forma normal humana de recuperarse de las penas, el ciclo de dolor y trascendencia con el que se enfrentaban cientos de millones de seres humanos cuando sufrían una pérdida. Eso y el consuelo de la cercanía de otras personas.