Y ahora estaba atrapado. El significado del estandarte en las murallas estaba claro. En su enfermedad, había pensado en expiar parte de su culpa con demostraciones de lealtad hacia la persona a la que había fallado. No una lealtad externa sino interior, una lealtad enfermiza basada en apartarse de todo el mundo, mientras se convencía de que se encontraba bien, puesto que había tenido amantes.
¡No era extraño que Hyde odiara a Helene! ¡No era extraño que también quisiera muerto a Jacob Demwa!
Tania nunca lo habría aprobado, le dijo. Pero no estaba escuchando. Tenía su propia lógica y ningún sentido.
¡Ella habría querido a Helene!
No sirvió de nada. La barrera era firme. Abrió los ojos.
El rojo de la cromosfera se había vuelto más intenso. Ahora se encontraban en el filamento. Un destello de color, visto incluso a través de las gafas, le hizo mirar a la izquierda.
Era un toroide. Estaban en medio del rebaño.
Mientras observaba, pasaron varios más, con sus bordes festoneados de brillantes diseños. Giraban como donuts locos, ajenos al peligro de la Nave Solar.
—Jacob, no ha dicho nada. —La voz característica de Culla sonó en el fondo de su interior. Jacob se recuperó al oír su nombre—. Sheguro que tiene alguna opinión shobre mish motivosh. ¿No she ha dado cuenta que de eshto shurgirá un bien mayor, no shólo para mi eshpecie sino para la shuya y también para shush pupilosh?
Jacob sacudió vigorosamente la cabeza para despejarla. ¡Tenía que combatir de algún modo el cansancio inducido por Hyde! La línea de plata que era su mano ya no dolía.
—Culla, tengo que pensar un poco sobre esto. ¿Podemos retirarnos y parlamentar? Puedo traerle algo de comida y tal vez logremos llegar a un acuerdo.
Hubo una pausa. Entonces Culla habló lentamente.
—Esh ushted muy tramposho, Jacob. Me shiento tentado, pero veo que sherá mejor que ushted y shu amigo she queden quietosh. De hecho, me asheguraré. Shi alguno de losh dosh she mueve, lo «veré».
Jacob se preguntó aturdido qué trampa había en ofrecer comida al alienígena. ¿Por qué se le había ocurrido aquella idea?
Ahora caían más rápido. En lo alto, el rebaño de toroides se extendía hacia la ominosa pared de la fotosfera. Los más cercanos brillaban azules y verdes mientras pasaban. Los colores se difuminaban con la distancia. Las bestias más lejanas parecían diminutos anillos de boda, cada uno con un pequeño destello de luz verde.
Hubo movimiento entre los magnetóvoros más cercanos. Mientras caía la nave se hicieron a un lado, hacia «abajo» según la perspectiva invertida de Jacob. En una ocasión un destello verde llenó la Nave Solar cuando se sacudió una cola-láser. El hecho de que no hubieran sido destruidos significaba que las pantallas automáticas todavía funcionaban.
Fuera, una forma aleteante pasó ante Jacob, desde arriba, dejando atrás la cubierta a sus pies. Entonces apareció otra, ondulante, que se detuvo un instante ante el casco, con el cuerpo lleno de colores iridiscentes. Luego se abalanzó hacia arriba, hasta perderse de vista.
Los Espectros Solares se estaban agrupando. Tal vez la larga caída de la nave había picado por fin su curiosidad.
Ya habían pasado la parte más grande del rebaño. Había un grupo de grandes magnetóvoros justo encima, en su línea de descenso. Pequeños pastores brillantes danzaban alrededor del grupo. Jacob esperó que se quitaran de enmedio. No tenía sentido llevarse a ninguno por delante. El rumbo incandescente del Láser Refrigerador de la nave pasó peligrosamente cerca.
Jacob se controló. No había nada más que hacer. Hughes y él tendrían que intentar un asalto frontal. Silbó un código, dos sonidos cortos y dos largos. Hubo una pausa y luego la respuesta. El otro hombre estaba preparado.
Esperaría hasta el primer sonido. Habían acordado que, cuando estuvieran lo suficientemente cerca, cualquier ataque con posibilidad de éxito tendría que producirse en el instante en que se oyera algún ruido, antes de que Culla pudiera darse cuenta. Ya que Hughes estaba más lejos, se movería primero.
Se encogió y se concentró sólo en el ataque. El aturdidor descansaba en la palma sudorosa de su mano izquierda. Ignoró los temblores que brotaban de una parte aislada de su mente.
Un sonido, como de una caída, llegó desde la derecha. Jacob salió de detrás de la máquina, presionando el disparador del aturdidor al mismo tiempo.
Ningún rayo de luz salió a su encuentro. Culla no estaba allí. Una de las preciosas cargas aturdidoras se había perdido.
Corrió lo más rápido que pudo. Si encontraba al alienígena dándole la espalda mientras se enfrentaba a Hughes…
La luz cambiaba. Mientras corría, el brillo rojo de la fotosfera fue reemplazado rápidamente por un resplandor verdiazul desde arriba. Jacob dirigió una breve mirada hacia lo alto. La luz procedía de los toroides. Las grandes bestias solarianas se acercaban desde abajo hacia la nave, en rumbo de colisión.
Sonaron las alarmas, y la voz de Helene deSilva lanzó una advertencia. Cuando el azul se hizo más brillante, Jacob se agachó bajo el láser-P y aterrizó a dos metros de Culla.
Justo más allá del pring, Hughes estaba arrodillado en el suelo, con las manos ensangrentadas y los cuchillos esparcidos por el suelo. Miraba a Culla aturdido, esperando el golpe de gracia.
Jacob alzó el aturdidor cuando Culla se giró, advertido por el sonido de su llegada. Durante un brevísimo instante Jacob pensó que lo había conseguido.
Entonces todo su brazo izquierdo estalló en agonía. Un espasmo lo sacudió y el arma voló por los aires. Por un momento la cubierta pareció agitarse, luego su visión se aclaró y vio a Culla ante él, con los ojos sombríos. La boca del pring estaba ahora completamente abierta, agitando los extremos de los «labios» tentaculares.
—Lo shiento, Jacob. —El alienígena tenía un acento tan marcado que apenas pudo entender sus palabras—. Debe sher de eshte modo.
¡El eté planeaba acabar con él utilizando los dientes! Jacob retrocedió, lleno de miedo y rabia. Culla lo siguió chascando lentamente las mandíbulas, al ritmo de sus pasos.
Una gran sensación de resignación barrió a Jacob, una sensación de derrota y muerte inminente. El dolor de su cabeza no significaba nada comparado con la cercanía de la extinción.
— ¡No! —gritó roncamente. Se abalanzó hacia adelante, boca abajo, contra Culla.
En ese instante, volvió a sonar la voz de Helene y el color azul se apoderó de todo. Se produjo un zumbido distante y luego una poderosa fuerza los levantó del suelo, lanzándolos al aire por encima de la cubierta que se agitaba violentamente.
NOVENA PARTE
Había un muchacho tan virtuoso que los dioses le concedieron un deseo. Quiso ser, por un día, el auriga del sol. No hicieron caso a Apolo cuando predijo terribles consecuencias, pero los hechos que sucedieron después le dieron la razón. Se dice que el Sahara es el camino de desolación que dejó el inexperto auriga cuando su carro se acercó a la Tierra.
Desde entonces, los dioses han cerrado la tienda.
26. TÚNELES
Jacob aterrizó en la parte opuesta de la consola del ordenador, cayendo de espaldas para salvar sus manos magulladas y sangrantes. Afortunadamente, el material esponjoso de la cubierta amortiguó parte del impacto.
La boca le supo a sangre y la cabeza le zumbó mientras rodaba para apoyarse en los codos. La cubierta todavía rebotaba, pues los magnetóvoros se pegaban contra el bajo vientre de la Nave Solar, llenando el interior de la zona invertida de brillante luz azul. Tres de ellos tocaron la nave, a unos cuarenta y cinco grados «por encima» de la cubierta, dejando una gran abertura directamente encima. Eso dejó espacio para que el Láser Refrigerador soltara entre ellos su rayo letal de calor solar almacenado, dirigiéndolo hacía la fotosfera.