Jacob se rió a su pesar. La carretera empezó a curvarse.
—Me pregunto por qué toda esa gente se congregaba ante la Barrera. Parecían estar esperando a alguien.
—¿Ante la Barrera? —dijo LaRoque—. Ah, sí. He oído decir que sucede todos los jueves. Los etés del Centro salen a mirar a los no- ciudadanos, y ellos a su vez van a mirar a un eté. Qué tonto, ¿verdad? ¡Uno no sabe a qué lado arrojar los cacahuetes!
La carretera bordeó una nueva colina y su destino apareció a la vista.
El Centro de Información, a unos pocos kilómetros al norte de Ensenada, era un gran complejo de residencias para los E.T., museos públicos y, ocultos al otro lado, barracones para la patrulla fronteriza. Delante de un amplio aparcamiento se alzaba el edificio principal donde los nuevos visitantes recibían lecciones de Protocolo Galáctico.
La estación estaba en una pequeña meseta, entre la autopista y el océano, con una amplia panorámica de ambos. Jacob aparcó cerca de la entrada principal.
LaRoque, con la cara roja, rumiaba algo. Alzó la cabeza de repente.
—Sólo hacía una broma cuando dije lo de los cacahuetes, ¿sabe? Sólo era una broma.
Jacob asintió, preguntándose qué le pasaba a aquel hombre. Qué extraño.
3. GESTALT
Jacob ayudó a LaRoque a llevar sus bolsas a la parada del autobús, y luego dio la vuelta al edificio principal para encontrar un sitio donde sentarse. Faltaban diez minutos para la reunión.
Encontró un patio con árboles y mesitas de picnic donde el complejo asomaba a una pequeña bahía. Escogió una mesa para sentarse y descansó los pies en el banco. El contacto con la fría losa de cerámica y la brisa del océano le hizo desaparecer el tono rojo de su piel y el sudor de sus ropas.
Permaneció sentado en silencio durante unos minutos, dejando que los duros músculos de sus hombros y espalda se fueran relajando de la tensión del viaje. Detectó un pequeño barco velero, un balandro con foque y mayor de color más verde que el océano. Entonces dejó que el trance se apoderara de sus ojos.
Flotó. Examinó una a una las cosas que sus sentidos le revelaron y luego las eliminó. Se concentró en sus músculos para evitar la tensión. Lentamente, sus miembros se volvieron flojos y distantes.
Persistió un picor en su muslo, pero sus manos continuaron en su regazo hasta que desapareció por sí mismo. El olor al salitre del mar era agradable, pero al mismo tiempo le distraía. Lo hizo desaparecer. Desconectó el sonido de los latidos de su corazón, escuchándolo con atención hasta que se volvió demasiado familiar para advertirlo.
Como había hecho durante dos años, Jacob guió el trance a través de una fase catártica, donde las imágenes iban y venían de forma sorprendentemente rápida con su dolor curativo, como dos piezas separadas que intentan unirse de nuevo. Era un proceso que nunca le gustaba.
Casi estaba completamente solo. Todo lo que quedaba era un fondo de voces, murmullos subvocales de frases al borde del significado. Por un momento le pareció que podía oír a Gloria y a Johnny discutiendo sobre Makakai, y luego a la propia Makakai parloteando acerca de algo irreverente en argot ternario.
Desvió cada sonido suavemente, esperando uno que llegó, como de costumbre, de forma súbita y predecible: la voz de Tania gritando algo que no podía entender mientras caía, con los brazos extendidos.
Siguió oyéndola mientras caía los treinta kilómetros hasta el suelo, convirtiéndose en una mota diminuta hasta desaparecer, siempre llamando.
La vocecita también desapareció, pero esta vez le dejó más intranquilo que de costumbre.
Una versión violenta y exagerada del incidente en el Límite de Zona destelló en su mente. De repente se encontró de vuelta, esta vez de pie entre los condicionales. Un hombre barbudo vestido como un chamán picto tendió un par de prismáticos y asintió con insistencia.
Jacob los cogió y miró adonde el hombre señalaba. Vio la imagen de un autobús, borrosa por las ondas caloríficas de la calzada.
El autobús se detuvo justo al otro lado de una línea de postes veteados de caramelo que se extendía hasta el horizonte. Cada polo parecía llegar hasta el sol.
Entonces la imagen desapareció. Con la indiferencia que da la práctica, Jacob dejó ir la tentación de pensar en ello y permitió que su mente quedara completamente en blanco.
Silencio y oscuridad.
Descansó en un trance profundo, confiado de que su propio reloj interno le avisaría cuando llegara el momento de emerger. Se movió despacio entre pautas que no tenían ningún símbolo y largos significados familiares que eludían ser descritos o recordados, buscando pacientemente la clave que sabía estaba allí y encontraría algún día.
El tiempo era ahora como cualquier otra cosa perdida en un pasadizo más profundo.
La oscura calma fue taladrada de repente por un brusco dolor que atravesó todo el aislamiento de su mente. Tardó un instante en localizarlo, una eternidad que debió ser la centésima parte de un segundo. El dolor era una brillante luz azul que parecía apuñalar sus ojos hipnotizados a través de sus párpados cerrados. En un instante, antes de que pudiera reaccionar, desapareció. Jacob se debatió durante un momento en su confusión. Intentó concentrarse sólo en despertar a la consciencia mientras un torrente de preguntas llenas de pánico estallaban como bombillas en su mente.
¿Qué artefacto subconsciente era aquella luz azul? ¡Un atisbo de neurosis que se defiende tan ferozmente tiene que significar problemas! ¿Qué miedo oculto he sondeado?
Mientras emergía, recuperó el sentido de la audición.
Se oían pasos delante. Los distinguió de los sonidos del viento y el mar, pero en su trance parecían los suaves pasos que los pies de un avestruz podrían hacer si calzaran mocasines.
El profundo trance se rompió por fin, varios segundos después del estallido subjetivo de luz. Jacob abrió los ojos. Un alto alienígena se encontraba ante él, a varios metros de distancia. Su impresión inmediata fue de altura, blancura y grandes ojos rojos.
Por un momento, el mundo pareció tambalearse.
Las manos de Jacob volaron a los lados de la mesa, y su cabeza se hundió mientras se equilibraba. Cerró los ojos.
¡Menudo trance!, pensó. ¡Siento la cabeza como si fuera a chocar contra la Tierra y salir por el otro lado!
Se frotó los ojos con una mano, y luego alzó cuidadosamente la mirada.
El alienígena estaba aún allí. De modo que era real. Era humanoide, al menos de dos metros de altura. La mayor parte de su delgado cuerpo estaba cubierta por una larga túnica plateada. Las manos, cruzadas en la Actitud de Espera Respetuosa, eran largas, blancas y brillantes.
Su cabeza grande y redonda se inclinó hacia delante. Los ojos rojos, redondos y sin párpados, eran enormes, al igual que la boca. Dominaban el rostro, donde unos cuantos órganos dispersos tenían funciones que Jacob desconocía. Esta especie era nueva para él.
Los ojos brillaban llenos de inteligencia.
Jacob se aclaró la garganta. Todavía tuvo que luchar contra las oleadas de aturdimiento.
—Discúlpeme… Puesto que no hemos sido presentados, yo… no sé cómo tratarle, ¿pero he de suponer que ha venido a verme?
La cabeza grande y blanca asintió.
—¿Pertenece al grupo que el kantén Fagin me pidió que conociera?
El alienígena asintió de nuevo.
Supongo que eso significa que sí, pensó Jacob. Me pregunto si puede hablar, sea cual sea el mecanismo inimaginable que se esconde tras esos labios enormes.
¿Pero por qué estaba aquí esta criatura? Había algo en su actitud…