Las poderosas manos tentaculares tantearon su espalda, buscando un asidero. Jacob hizo a un lado la cabeza y se esforzó por rodear a Culla con las piernas en una presa de tijera. Después de rodar por casi la mitad de la cubierta, lo consiguió, y fue recompensado por un dolor lacerante en el muslo derecho.
—Más —tosió—. Dispara, Culla ¡Úsalo!
Dos rayos más alcanzaron sus piernas, enviando pequeños tsunamis de agonía hasta su cerebro. Apartó el dolor y aguantó, rezando para que Culla enviara más.
Pero Culla dejó de malgastar sus disparos y empezó a rodar con más rapidez, ahogando a Jacob cada vez que golpeaba la cubierta. Los dos tosían. Cada vez que respiraba en medio del denso humo, Culla parecía media docena de pelotas sacudidas dentro de una botella.
¡No había forma de ahogar al diablo! Cuando no se agarraba por su vida, Jacob intentaba agarrar la garganta de Culla para estrangularle. ¡Pero no parecía haber ningún punto vulnerable! Era injusto. Jacob quiso maldecir su mala suerte, pero no podía malgastar el aliento. Sus pulmones apenas podían aguantar más que para toser un poco cada vez que el pring rodaba y se colocaba encima.
Su visión quedó empañada por las lágrimas, y los ojos le escocieron. ¡De repente advirtió que había perdido las gafas! O bien Culla las había quemado en el primer instante en que se lanzó contra él, o se las había arrancado durante la lucha.
¿Dónde demonios está LaRoque?
Sus brazos se estremecieron por el esfuerzo y sintió dolor en el abdomen y la ingle por los golpes constantes mientras recorrían la cubierta. La tos de Culla parecía más patética y forzada, y la suya adquirió un tinte ominoso. Pudo sentir los primeros pasos de la asfixia y el temor de que la pelea no terminara nunca. Entonces llegaron junto a una de las humeantes antorchas de espuma-piel.
La tea ardió con una súbita liberación de calor mientras él gritaba. El dolor fue demasiado repentino e inesperado para poder ignorarlo. Su tensa tenaza alrededor del cuello de Culla se aflojó durante un instante de agonía y el alienígena se liberó. Culla echó a rodar mientras Jacob intentaba agarrarle de nuevo.
Falló. Culla se alejó y luego se volvió rápidamente hacia él. Jacob cerró los ojos y se cubrió el rostro con la mano izquierda, esperando una descarga láser.
Intentó ponerse en pie, pero le pasaba algo en los pulmones. No funcionaban bien. Su respiración era entrecortada y sintió que todo se balanceaba mientras trataba de ponerse de rodillas. Su espalda parecía una hamburguesa chamuscada.
No muy lejos, a unos dos metros como mucho, se produjo un sonoro chasquido. Luego otro. Y otro, más cercano.
Jacob dejó caer el brazo. Ya no tenía fuerzas para mantenerlo en alto. No tenía sentido mantener los ojos cerrados. Los abrió para ver a Culla, arrodillado a un metro de distancia. Sólo los ojos rojos y los brillantes dientes blancos destacaban a través del denso humo.
—Cu… Culla… —jadeó. Sibilantes, sus palabras parecieron engranajes descompuestos—. Ríndete ahora, es tu última oportunidad. Te… te lo advierto…
Pensó que a Tania le habría gustado eso. Era una despedida casi tan buena como la suya. Esperó que Helene lo hubiera oído.
¿Despedida? ¿Pero por qué no darle una también a Culla? ¡Aunque me abra la garganta o me taladre un agujero en el cerebro a través de los párpados, todavía tendré tiempo de hacerle un regalito!
Sacó el espray de espuma-piel de su cinturón y empezó a alzarlo. ¡Rociaría bien a Culla! Aunque eso significara morir al momento por acción del láser en vez de decapitado.
Un dolor insoportable ardió como una aguja de acero a través de su ojo izquierdo. Sintió como si un rayo le atravesara la cabeza y saliera por el otro lado. En ese mismo momento pulsó el disparador y lo apuntó en la dirección donde estaba la cabeza de Culla.
29. ABSORCIÓN
Helene alzó los ojos brevemente mientras la nave se elevaba por encima del rebaño de toroides a la izquierda.
Los colores azules y verdes se difuminaban, comidos por la distancia. Las bestias todavía brillaban como diminutos anillos incandescentes, motas de vida ordenadas en su minúsculo convoy, empequeñecidas por la inmensidad de la cromosfera.
Los pastores estaban ya demasiado lejos para que pudieran verlos.
El rebaño se perdió de vista tras la oscura masa del filamento.
Helene sonrió. Ojalá aún tuviéramos nuestro enlace máser, pensó. Podrían haber visto cómo lo intentamos. Habrían sabido que los solarianos no nos mataron, como pensarán algunos. Intentaron ayudarnos. ¡Hablamos con ellos!
Se inclinó para responder a dos alarmas a la vez.
La doctora Martine deambulaba sin rumbo tras ella y el copiloto. La parapsicóloga era racional, pero no muy coherente. Acababa de regresar de la zona opuesta de la cubierta. Caminaba con dificultad y murmuraba suavemente entre dientes.
¡Martine tenía suficiente sentido para no molestarlos, gracias a Ifni! Pero se negó a dejarse atar. Helene dudó en pedirle que fuera a la zona invertida. En su estado actual, la doctora no sería de mucha ayuda.
El aire hedía. Los monitores de la zona invertida mostraban sólo una gruesa columna de humo. Se habían oído gritos y ruidos de una terrible pelea hacía tan sólo unos minutos. Dos veces los intercomunicadores transmitieron gritos. Unos momentos antes llegó un alarido que habría despertado a los muertos. Luego, silencio.
La única emoción que Helene se permitió fue una distante sensación de orgullo. El hecho de que la lucha hubiera durado tanto era un tributo a todos, en especial a Jacob. Las armas de Culla podrían haber acabado con ellos rápidamente.
Naturalmente, no era probable que hubieran tenido éxito. Ya lo habría oído de ser así. Colocó una tapa sobre sus sentimientos y se dijo que temblaba a causa del frío.
La temperatura había bajado cinco grados. Cuando menos eficientes eran sus acciones, por el cansancio, más pesaba el lado frío de la oscilación cada vez más errática del Láser Refrigerador. La zona caliente sería un desastre.
Respondió con un cambio en el campo electromagnético que amenazaba con dejar una ventana en la banda XUV. Éste remitió bajo su delicado control y siguió aguantando.
El Láser Refrigerador gruñó mientras sorbía calor de la cromosfera y lo devolvía hacia abajo en forma de rayos x. Ascendían con agonizante lentitud.
Entonces sonó una alarma. No era un aviso de deriva, sino el grito de una nave moribunda.
¡El hedor era terrible! Peor aún, era paralizante. Alguien cercano se estremecía y tosía al mismo tiempo. Aturdido, Jacob comprendió que se trataba de él mismo.
Se enderezó con un ataque de tos que hizo temblar su cuerpo. Durante largos minutos permaneció sentado, preguntándose cómo estaba vivo.
El humo había empezado a despejarse ligeramente cerca de la cubierta. Hilillos y tentáculos escapaban hacia los zumbantes compresores de aire.
El hecho de que pudiera ver era sorprendente. Alzó la mano derecha para tocarse el ojo izquierdo.
Estaba abierto, ciego. ¡Pero estaba entero! Cerró el párpado y lo tocó una y otra vez con tres dedos. El ojo estaba aún allí, y el cerebro tras él, salvado por el denso humo y el agotamiento del suministro de energía de Culla.
¡Culla! Jacob giró la cabeza pata buscar al alienígena. Sintió una oleada de náusea.
Una fina mano blanca yacía en el suelo, a dos metros de distancia, entre una nube de humo. El aire se despejó un poco más y el resto del cuerpo de Culla apareció a la vista.
El rostro del extraterreste estaba terriblemente quemado. Negros trozos de espuma calcinada colgaban de los restos de los grandes ojos. Un líquido azul burbujeante manaba de grandes grietas en los lados.
Culla estaba muerto.