—¿Debo suponer que pertenece a una especie pupila y espera permiso para hablar?
Los «labios» se separaron levemente y Jacob pudo ver un atisbo de algo brillante y blanco. El alienígena volvió a asentir.
— ¡Bien, entonces hable, por favor! Los humanos somos notablemente breves respecto al protocolo. ¿Cómo se llama?
La voz del alienígena era sorprendentemente grave. Surgió siseando de la amplia boca con un acento bastante fuerte.
—Me llamo Culla, sheñor. Graciash. Me han enviado para ashegurarme de que no eshtaba perdido. Shi quiere venir conmigo, losh otrosh eshtán eshperando. O shi lo prefiere, puede sheguir meditando hashta que llegue el momento previshto.
—No, no, vamos ya. —Jacob se puso en pie, tambaleándose. Cerró los ojos un momento para despejar su mente de los últimos jirones de su trance. Tarde o temprano tendría que dilucidar qué había sucedido, pero ahora tendría que esperar.
—Guíeme.
Culla se volvió y caminó con paso lento y ágil hacia una de las puertas laterales que conducían al Centro.
Al parecer, Culla era miembro de una especie «pupila» cuyo contrato con su especie «tutora» aún estaba vigente. Una raza así tenía un lugar bajo en el orden galáctico. Jacob, todavía sorprendido por lo complicado de los asuntos galácticos, se alegró de que un accidente fortuito hubiera conseguido que la humanidad ocupara un lugar mejor, aunque inseguro, en aquella jerarquía.
Culla le guió hasta una gran puerta de roble. La abrió sin anunciarse y precedió a Jacob hasta la sala de reuniones.
Jacob vio a dos seres humanos y, más allá de Culla, a dos alienígenas: uno bajito y peludo, y el otro aún más pequeño, con aspecto de lagarto. Estaban sentados en cojines entre unos grandes arbustos de interior y un ventanal que daba a la bahía.
Intentó clasificar sus impresiones de los alienígenas antes de que se fijaran en él, pero alguien lo interpeló.
—¡Jacob, amigo mío! ¡Qué amable por tu parte venir a compartir con nosotros tu tiempo! —Era la voz aflautada de Fagin. Jacob miró rápidamente alrededor.
—Fagin, ¿dónde…?
—Estoy aquí.
Jacob volvió a mirar el grupo junto a la ventana. Los humanos y el E.T. peludo se ponían en pie. El alienígena-lagarto continuó en su cojín.
Jacob ajustó su perspectiva y de repente uno de los «arbustos de interior» se convirtió en Fagin. El follaje plateado del viejo kantén tintineaba suavemente, como movido por la brisa.
Jacob sonrió. Fagin representaba un problema cada vez que se veían. Con los humanoides uno buscaba una cara, o algo que sirviera para el mismo propósito. Normalmente hacía falta algún tiempo para encontrar un lugar donde fijar la vista en los extraños rasgos de un alienígena. Casi siempre había partes de la anatomía a las que uno aprendía a dirigirse como centro de otra consciencia. Entre los humanos, y a menudo entre los E.T., este punto estaba en los ojos.
Los kantén no tenían ojos. Jacob suponía que los brillantes objetos plateados que hacían aquel sonido de campanillas eran los receptores de luz de Fagin. Si era así, tampoco servía de nada. Había que mirar a todo Fagin, no a una cúspide del ego. Eso hizo que Jacob se preguntara qué era más improbable: que le gustara el alienígena a pesar de este inconveniente, o que todavía se sintiera incómodo con él a pesar de tantos años de amistad. El oscuro cuerpo frondoso de Fagin se acercó con una serie de quiebros que hicieron avanzar sucesivas raíces al frente. Jacob le dirigió una inclinación de cabeza medio formal y esperó.
—Jacob Álvarez Demwa, un-Humano, ul-Delfín-ul-Chim-pancé, te damos la bienvenida. Este pobre ser se complace de sentirte hoy de nuevo.—Fagin hablaba con claridad, pero con un soniquete incontrolado que hacía que su acento pareciera una mezcla de sueco y cantones. El kantén hablaba mucho mejor delfín o ternario.
—Fagin, un-Kantén, ab-Linten-ab-Siqul-ul-Nish, Mihorki Keephu. Me complace volver a verte una vez más.
Jacob se inclinó.
—Estos venerables seres han venido a intercambiar su sabiduría con la tuya, Amigo-Jacob —dijo Fagin—. Espero que estés preparado para las presentaciones formales.
Jacob se dispuso a concentrarse en los retorcidos nombres de las especies de cada alienígena, al menos tanto como en su apariencia. Los patronímicos y los múltiples nombres de sus pupilos decían mucho sobre el estatus de cada uno. Asintió, indicando a Fagin que podía empezar.
—Ahora te presentaré formalmente a Bubbacub, un-Pil, ab-Kissa- ab-Soro-ab-Hul-ab-Puber-ul-Gello-ul-Pring, del Instituto Biblioteca.
Uno de los E.T. dio un paso hacia adelante. La impresión inicial de Jacob fue la de un osito de peluche gris de metro y medio de altura. Pero un ancho hocico y un puñado de cilios alrededor de los ojos traicionaban aquella impresión.
¡Éste era Bubbacub, el director de la Sucursal de la Biblioteca! La Biblioteca de La Paz consumía casi todo el exiguo equilibrio de comercio que la Tierra había acumulado en un solo contacto. Incluso así, gran parte del prodigioso esfuerzo de adaptar una diminuta Sucursal «suburbana» a referentes humanos fue donado por el gran Instituto Galáctico de la Biblioteca como caridad, para ayudar a la «atrasada» raza humana a ponerse al día con el resto de la galaxia. Como jefe de la Sucursal, Bubbacub era uno de los alienígenas más importantes de la Tierra. El nombre de su especie también implicaba un alto estatus, superior incluso al de Fagin.
El prefijo «ab» repetido cuatro veces significaba que la especie de Bubbacub había sido conducida a la inteligencia por otra que a su vez había sido nutrida por otra, y así hasta el mítico principio de la época de los Progenitores, y que cuatro de esas generaciones de «Padres» estaban aún vivas en algún lugar de la galaxia. Derivar de una cadena semejante significaba estatus en una difusa cultura galáctica donde las especies que surcaban el espacio (con la posible excepción de la humanidad) había sido sacada del salvajismo semiinteligente por alguna razón previa y viajera.
El prejifo «ul» repetido dos veces significaba que la raza pil había creado a su vez dos culturas propias. También esto suponía estatus.
Lo único que había impedido el completo desdén de la raza humana «huérfana» por parte de los galácticos fue el hecho de que el hombre hubiera creado dos nuevas razas inteligentes antes de que la Vesarius hubiera traído a la Tierra el contacto con la civilización extraterrestre.
El alienígena hizo una leve reverencia.
—Soy Bubbacub.
La voz parecía artificial. Procedía de un disco que colgaba del cuello del pil.
¡Un vodor! Así pues, la raza pil requería asistencia artificial para hablar inglés. Por la sencillez del aparato, mucho más pequeño que los utilizados por los visitantes alienígenas cuyas lenguas maternas eran chirridos y trinos, Jacob supuso que Bubbacub podía pronunciar palabras humanas, pero en una frecuencia que los humanos no podían oír. Quiso suponer que el ser era capaz de oírle.
—Soy Jacob. Bienvenido a la Tierra —dijo.
La boca de Bubbacub se abrió y cerró varias veces en silencio.
—Gracias. Me alegro de estar aquí —zumbó el vodor, con palabras entrecortadas.
—Y yo de servirle como anfitrión. —Jacob inclinó la cabeza un poco más de lo que lo había hecho Bubbacub al acercarse. El alienígena pareció satisfecho y se retiró.
Fagin reinició sus presentaciones.
—Estos dignos seres son de tu raza. —Una rama y un puñado de pétalos señalaron vagamente en la dirección de los dos humanos. Un caballero de pelo gris, vestido de tweed, y una hermosa mujer alta y negra, de mediana edad.
—Ahora os presentaré —continuó Fagin—, de la manera informal que prefieren los humanos.