— Ilya Andreevich — gritó —, ¿tiene algo que sirva para sacar brillo, piedra pómez y una gamuza?
— Naturalmente. Pero, ¿qué le ha agitado de esa manera, demonios?
— Démelo en seguida, Ilya Andreevich, en seguida… ¿Dónde están…?
La agitación de Shatrov se contagió también a Davydov. Se levantó y tras tropezar con la alfombra, a la que pegó una furiosa patada, desapareció por una puerta. Shatrov se cogió el disco e intentó raspar con la una la superficie convexa del pequeño círculo…
Davydov colocó sobre la mesa un vasito lleno de polvo, una taza con agua, una botellita de alcohol y una gamuza.
Rápida y hábilmente, Shatrov preparó una pasta, la extendió sobre la gamuza y empezó a frotar la superficie del círculo con medidos movimientos giratorios. Davydov seguía con interés el trabajo de su amigo.
— Este compuesto transparente desconocido para nosotros es extraordinariamente estable — explicó Shatrov sin interrumpir su trabajo —. Y sin duda debe ser transparente como el cristal y en consecuencia tener una superficie pulida. Aquí, vea, la superficie se ha hecho opaca, ha sido corroída por la arena durante los millones de años de permanencia entre las rocas. Hasta esta sustancia durísima ha cedido… Pero si conseguimos pulirla, se hará de nuevo transparente…
— ¿Transparente? ¿Y luego? — preguntó Davydov con una nota de duda en su voz —. Al otro lado del disco la transparencia se ha mantenido. Sólo se ve una capa de indio…
— ¡Pero aquí hay una imagen! — exclamó Shatrov, excitado —. ¡He visto unos ojos! Estoy seguro de que aquí está escondido el retrato del ser celeste. Quizá sea el mismo propietario del cráneo. ¿Por qué estará aquí? Tal vez sea un signo distintivo del arma, tal vez esta era su costumbre. Además, ¿qué importa? ¡Hemos logrado tener la imagen de un ser celeste!… Observe la forma de la superficie: es una lente… Y se pule bien — añadió palpando el círculo con los dedos.
Davydov, inclinado sobre el hombro de Shatrov, miraba con impaciencia el disco, cuyo círculo central iba adquiriendo un esplendor vítreo cada vez mas marcado.
Al fin, Shatrov lanzó un suspiro de satisfacción, quitó el detergente, lavó el disquito con alcohol y lo secó con la gamuza.
— ¡Ya está! — levantó el disco hasta la luz, dándole la posición adecuada para que el reflejo incidiese directamente sobre el observador.
Involuntariamente ambos profesores se estremecieron. Bajo la capa ahora completamente transparente, amplificado por un desconocido efecto óptico hasta su tamaño natural, un rostro extraño, pero sin duda humano, fijaba los ojos sobre ellos. La imagen aparecía en relieve, pero lo mas sorprendente era su extraordinaria, increíble naturalidad. Era un rostro vivo, parecía que un ser viviente estuviese mirando a los dos profesores, separado de ellos sólo por la lente transparente. Y los enormes ojos salientes eran capaces por si solos de borrar cualquier otra impresión. Eran como dos lagos que encerrasen el eterno misterio del sistema del universo, espejos de una mente y de una voluntad férrea, eran dos poderosos rayos que surgían a través de la barrera de cristal lanzados a las infinitas lejanías del espacio. Sí, el hecho mismo de la existencia de la vida es garantía del desarrollo en diversos puntos del espacio universal del gran proceso de la evolución, de la aparición de la forma más elevada de la materia, del trabajo creador, del conocimiento…
Superando la primera impresión producida por los ojos del ser celeste, los dos científicos empezaron a examinar el rostro. La cabeza redonda recubierta por una piel espesa, lisa, sin pelos, no aparecía monstruosa ni repugnante. La fuerte, la amplia frente saliente tenía un aspecto tan intelectual y humano como los extraños ojos, y atenuaba los insólitos trazos de la parte inferior de la cara. La falta de orejas y de nariz, la boca en forma de pico y sin labios, eran en sí desagradables, pero no podían hacer olvidar que el desconocido ser estuviese cercano al hombre, fuese comprensible y no extraño. Todo en el aspecto del antiguo huésped de nuestro planeta denotaba afinidad de espíritu y de pensamiento con los hombres de la Tierra. Esto pareció a Shatrov y a Davydov una garantía de que los habitantes de las diversas «naves de estrellas» se comprenderían una vez vencido el espacio que los separaba, una vez verificado el encuentro del pensamiento dispersado sobre las lejanas islas planetarias del universo. A los científicos les hubiese gustado pensar que esto se hacía realidad en un próximo futuro, pero la razón les decía que aún serían necesarios millones de años de conocimiento para la gran conquista del universo.
Y antes de proceder con seguridad a la unión de los distintos mundos, sería necesario unir a los pueblos de nuestro planeta en una sola familia fraterna, destruir la desigualdad, la opresión y los prejuicios de raza En caso contrario, la humanidad nunca tendría fuerzas para llevar a cabo la empresa sublime de sojuzgar los terribles espacios interestelares, no lograría afrontar las mortales fuerzas del cosmos que amenazan la vida cuando ésta ya no es defendida por la atmósfera. Y para alcanzar esta primera fase era preciso trabajar aún prodigando todas las fuerzas del espíritu y del cuerpo, hasta alcanzar la condición necesaria al gran futuro de los hombres de la Tierra…
FIN