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— ¡Increíble! Desde luego no sabría explicarlo. El cráneo está atravesado de parte a parte en el punto más grueso del hueso. El agujero es tan estrecho que no puede haber sido producido por el cuerno o el diente de un animal. Si se tratase de una enfermedad, necrosis o caries óseas, se deberían hallar en los márgenes trazas de las mutaciones patológicas. No, este agujero ha sido producido por causas externas y cuando el animal aún estaba con vida… No hay duda. Ambas paredes…, atravesadas como por una bala… Sí, diría que se trata de una bala, si no fuese una locura… Pero no, el agujero no es redondo, es una estrecha fisura oval, con los bordes limpios, tanto que durante el proceso de fosilización se ha llenado de materia porosa — Davydov guardó el trípode del binocular —. Como nunca me ha gustado fantasear, y me siento ahora perfectamente lúcido, sólo puedo decir que se trata de un caso extraño e inexplicable…

Miró fríamente a Shatrov. Este extrajo de la caja otra envoltura.

— Es inútil discutir, porque podría tratarse de una casualidad; pensándolo bien, hasta se encontrarían distintas explicaciones. Ahora bien, si encontrásemos otro caso del mismo género, tendríamos que abandonar las dudas… Aquí está el segundo caso…

Sobre la mesa, frente a Davydov, colocó otro hueso plano y con los bordes quebrados.

Davydov debió aspirar el cigarrillo demasiado profundamente, porque se puso a toser con la cara congestionada.

— Un fragmento de la pata izquierda de un dinosaurio — murmuró Shatrov, inclinándose sobre el hombro de su amigo —. Pero no del mismo animal al que pertenece el cráneo. Este es un ejemplar más viejo y mayor…

Davydov bajó la cabeza para fijar la mirada en la pequeña fisura oval que presentaba también el segundo fósil.

— ¡Igual! ¡Exactamente igual! — exclamó emocionado, pasando un dedo por el borde del misterioso agujero.

— Y ahora la nota de Tao Li — prosiguió metódicamente Shatrov, escondiendo una sonrisa de triunfo.

Habiendo gustado ya de la emoción del descubrimiento, le era más fácil mantener su calma.

La armoniosa lengua rusa cedió paso por un breve lapso a los discontinuos sones de la lengua inglesa. Shatrov leyó lentamente la breve comunicación del científico muerto:

«Cuarenta millas al sur de En-Da, en la cuenca de los afluentes de la izquierda del Mekong, he descubierto una vasta depresión, ocupada actualmente por el río Zhu-Zhechu. Se trata de un hundimiento montañoso recubierto por una capa de lava terciaria.

«En el punto donde el lecho del río ha erosionado la capa de lava, ésta presenta un espesor máximo de unos diez metros. Debajo se encuentran areniscas porosas, que contienen numerosos restos de dinosaurios, entre los cuales he descubierto algunos que presentan curiosas lesiones. Le envío dos de ellas, porque mi descubrimiento me ha sorprendido tanto que siento la necesidad de estar seguro de no equivocarme. No todas las lesiones son del mismo tipo. A veces parece como si el hueso hubiese sido cortado con un inmenso cuchillo, sin duda mientras el animal estaba aún con vida, o bien en el momento mismo de su muerte. Llevaré a Chungking más de treinta fósiles con estas lesiones, que he recogido en puntos distintos del valle, donde he descubierto una gran cantidad de restos de dinosaurio y hasta algunos esqueletos completos. En cada pieza que le envío, he puesto rótulos con la indicación precisa de la localidad.

La prisa con la que debo enviar el paquete, no me permite escribirle una carta más detallada. Lo haré a mi regreso a Szechuan, en cuanto tenga mas tiempo.»

Shatrov calló.

— ¿Eso es todo? — preguntó Davydov con impaciencia.

— Todo. Tan breve como grande es la importancia del descubrimiento.

— Un momento, Aleksey Petrovich. Deme tiempo a recuperarme… ¡Parece un sueño! Sentémonos y hablemos de ello con calma, porque siento como si me hubiera vuelto idiota…

— Si, lo comprendo, Ilya Andreevich. Hay que tener un gran valor para deducir conclusiones de este hecho. Implica derribar conceptos bien arraigados… No tengo su audacia, pero veo que usted también…

— Bien. Razonemos con valor. Por fortuna estamos solos. Así nadie pensará que dos lumbreras de la paleontología han perdido la cabeza… Estos dinosaurios fueron muertos por alguna arma potente. Evidentemente la fuerza de penetración de esta arma era superior a la de los poderosos fusiles modernos. Por otra parte, sólo un ser racional, llegado además a un alto grado de civilización, podría construir un arma semejante, ¿correcto?

— Absolutamente. Ergo, ¡un hombre! — dedujo Shatrov.

— Ahora bien, los dinosaurios vivieron en el periodo Cretáceo, digamos hace setenta millones de años. Todos los datos a nuestra disposición afirman, por otra parte, sin sombra de duda, que la aparición del hombre sobre la Tierra, uno de los últimos anillos de la cadena de la evolución del mundo animal, se verificó hace unos sesenta y nueve millones de años y que durante muchos centenares de miles de años el hombre permaneció en estado animal, hasta que su última especie no aprendió a pensar y a trabajar. La aparición del hombre no pudo suceder antes, mucho menos la de un hombre capaz de construir instrumentos técnicos. Absolutamente excluido. En consecuencia, sólo puede haber una conclusión: los que mataron a los dinosaurios no eran terrestres, venían de otro mundo…

— Sí, de algún otro mundo — confirmó Shatrov —. Y yo…

— Un momento. Hasta aquí todo entra aún en los límites de la razón. Es después cuando la cosa se hace increíble. Las recientes conquistas de la astronomía y de la astrofísica han trastornado los viejos conceptos. Se han escrito muchas novelas sobre los habitantes de otros mundos. La tesis compartida hasta ahora por la mayoría de los científicos, esto es, que nuestro planeta sea una excepción, ha sido del todo superada. Hoy no tenemos ninguna razón para creer que muchas estrellas posean un sistema planetario propio, y dado que el número de las estrellas en el universo es infinitamente grande, también lo será el número de los sistemas planetarios. Por lo tanto, seguir pensando que la vida sea una prerrogativa exclusiva de la Tierra es absurdo. Se puede ya afirmar que en el universo existen otros mundos habitados. Hasta aquí todo va bien. Pero al mismo tiempo hemos descubierto que la distancia que nos separa de las estrelles más próximas dotadas de sistemas planetarios es pavorosamente grande. Tan grande que para cubrirla hacen falta decenas de años a la velocidad de la luz, es decir, a trescientos mil kilómetros por segundo. Esta velocidad es, por una ley física, inalcanzable, y un viaje a velocidades inferiores requeriría miles de años…

— Recientemente se han descubierto estrellas oscuras, visibles sólo gracias a las radiaciones que emiten. En la periferia de nuestro sistema solar existen muchas, pero, en primer lugar, su distancia es demasiado grande para que se puedan alcanzar con cohetes y, en segundo lugar, es poco probable que éstas tengan planetas habitados, a causa de la debilidad de sus radiaciones, insuficiente para calentar de forma adecuada un planeta En cuanto a nuestro sistema planetario, fuera de la Tierra sólo Marte y Venus podrían estar habitados. Pero las probabilidades son pocas. Venus es demasiado caliente, gira alrededor del Sol con lentitud y su atmósfera es densa y sin oxígeno en estado libre. Aunque se pudiesen desarrollar formas de vida, está excluida en Venus la presencia de seres racionales con un alto nivel de civilización. Y también en Marte. Su atmósfera está demasiado enrarecida, el planeta es frío y si existe vida, sólo sería en formas inferiores. No hay duda de que Marte carece de la impetuosa energía vital que posee nuestra Tierra. Es inútil hablar de los planetas más lejanos. Saturno, Júpiter, Urano y Neptuno son mundos horrendos, fríos, oscuros, como los círculos inferiores del infierno dantesco. Saturno, por ejemplo, está formado por un núcleo rocoso recubierto por un estrato de hielo de un espesor de diez mil kilómetros y el conjunto está rodeado por una densa atmósfera de veinticinco mil kilómetros de altura, impenetrable a los rayos del sol y rica en gases venenosos: amoníaco y metano. Esto significa que bajo aquella atmósfera sólo hay tinieblas y hielo a ciento cuarenta grados bajo cero y con una presión de un millón de atmósferas… Da miedo pensar en ello…