— También creo — le interrumpió Shatrov —, que en nuestro sistema planetario no existen mundos semejantes al nuestro. Y yo…
— Por lo tanto, excluyamos a nuestros planetas. Llegar a la Tierra desde los sistemas estelares más lejanos es imposible. ¿De dónde entonces venían aquellos seres? ¡Este es el problema!
— No me deja hablar, Ilya Andreevich. Aunque no tengo su erudición, hubiese pensado más o menos en las mismas posibilidades. Las estrellas, sin embargo, no son inmóviles. Se desplazan en el interior de nuestra galaxia; la misma galaxia gira alrededor de su propio eje y se mueve en el espacio hacia un punto indefinido, como hacen todas las innumerables galaxias. Durante el curso de millones de años las estrellas pueden, por lo tanto, alejarse y acercarse sensiblemente…
— Bien, no veo de qué nos servirán… El espacio ocupado por la galaxia es muy grande y no creo que el acercamiento de nuestro sistema solar a otro pueda tener una importancia práctica. Y además, ¿cómo establecer las trayectorias de las estrellas?
— Eso es cierto, pero sólo si el movimiento de las estrellas no está sometido a leyes, si las estrellas no siguen órbitas determinadas. Pero, ¿y si fuese así? Si se pudiera calcular.
— ¡Hum! — gruñó escéptico Davydov.
— Está bien. Descubriré mis cartas. Un ex alumno mío, que abandonó el curso en el tercer año para dedicarse a las matemáticas y a la astronomía, se ha ocupado del movimiento de nuestro sistema solar dentro de la galaxia, y ha conseguido enunciar una interesante teoría apoyada en bases sólidas. Seré breve. Nuestro sistema solar describe, en el interior de la galaxia, una enorme órbita elíptica con un periodo de revolución de doscientos veinte millones de años. Esta órbita está ligeramente inclinada con respecto a la superficie horizontal que pasa por el ecuador de la «rueda de estrellas» de nuestra galaxia. Por eso el Sol, con sus planetas, corta en un determinado momento la colcha de materia oscura, polvo y fragmento de materia enfriada, que se extiende a lo largo de la superficie ecuatorial de la «rueda galáctica». Durante este periodo se aprecian a los sistemas estelares acumulados en algunas zonas. Es por tanto posible, que nuestro sistema solar se acerque a otros sistemas desconocidos, tanto como para hacer posible un vuelo interplanetario…
Davydov escuchó a su amigo, inmóvil, con una mano contraída sobre la varilla del binocular.
— Esta es la teoría — continuó Shatrov —. Acabo de regresar del lugar donde murió mi ex alumno y donde hallé su manuscrito.
Shatrov se detuvo y encendió un cigarrillo.
— Esta teoría nos indica sólo una hipótesis, pero aún no nos permite considerar como realidad un hecho increíble. Sin embargo, al ver que dos observaciones de naturaleza diferente se concatenan, tenemos razones para creer que estamos en el camino justo.
Shatrov levantó el mentón y continuó con aire solemne:
— Basándose en su teoría, ml alumno afirmaba que el acercamiento del sistema solar a los cúmulos centrales de la rama espiral interior de la galaxia, se ha producido hace unos setenta millones de años…
— ¡Demonios! — explotó Davydov; era su imprecación favorita.
Shatrov no abandonó su aire solemne:
— Un fenómeno increíble que se relaciona con otro se convierte en real. Creo tener el derecho de afirmar que, durante el período Cretáceo, nuestro sistema planetario se aproximó a otro sistema poblado por seres racionales, por hombres desde el punto de vista intelectual, y que estos seres han llegado por sus propios medios a nuestro planeta. Con el transcurso de otro largo periodo de tiempo los dos sistemas planetarios se han alejado nuevamente. Aquellos seres han permanecido poco tiempo sobre la Tierra y por eso no han dejado huellas perceptibles. Pero han estado aquí, han sido capaces de superar el espacio interestelar setenta millones de años antes de que nosotros intentásemos hacer lo mismo… ¿Está de acuerdo?
Davydov se levantó, miró a su amigo en silencio y le tendió la mano:
— Me ha convencido, Aleksey Petrovich, pero aún no lo veo todo claro. Por ejemplo, ¿por qué vinieron precisamente aquí, a nuestra Tierra, mosca minúscula entre tantas otras estrellas y planetas? Podría hacer también otras preguntas, pero, en líneas generales, me parece usted bastante convincente. Es inaudito, increíble, pero real. ¿Cree que esto se podrá publicar?
Shatrov sacudió la cabeza:
— ¡De ninguna manera! Las prisas lo estropean todo y en un descubrimiento como éste la prisa es inadmisible.
— Justo, justo, amigo. Es siempre mas prudente esperar que precipitarse. Pero hay que estar preparado para todo. Necesitamos argumentos sólidos, tanto como aquel nuestro de Leningrado…
Shatrov se acordó del «argumento» que Davydov guardaba en una esquina del estudio en la época en la que trabajaban juntos. Era un gran montante de hierro, en un tiempo apoyo de un esqueleto, con el que Davydov pretendía persuadir a su testarudo amigo durante sus interminables discusiones. Shatrov dejó escapar una sonrisa.
— ¡Lo recuerdo! Pero precisamente ahora empieza la segunda parte de mi razonamiento. No soy geólogo, no estoy acostumbrado a trabajar al aire libre, soy ante todo una rata de biblioteca. Esta empresa la podrá emprender sólo usted y nadie más. Su autoridad…
— ¡Ah! En una palabra, habría que excavar en el lugar de la batalla de los extraterrestres con los dinosaurios… ¡Muy bien!
Tras una pausa, Davydov continuó:
— El Sikang es un lugar interesante, sobre todo para paleontólogos como nosotros. ¡Quién sabe lo que podríamos encontrar! Aleksey Petrovich, al final de la era Terciaria coexistían allí formas viejas y nuevas de mamíferos hoy extinguidos. Una desordenada mezcolanza de lo que, en otros puntos de la Tierra había ya desaparecido con lo aparecido más recientemente. ¡Y qué lugar! — añadió animadamente —. Altas montañas cubiertas de nieve, heladas mesetas áridas y desiertas separadas por profundos valles cubiertos de una lujuriante vegetación tropical. Barrancos insuperables separan los pueblos. Entre un pueblo y otro hay, por ejemplo, una distancia de dos kilómetros, pero el valle que los separa es tan profundo e impracticable, que los habitantes de los dos pueblos nunca se encuentran, aunque se vean desde lejos. Extraños animales, aun desconocidos por la ciencia, viven en lo profundo de los bosques, sobre el fondo de los valles, mientras en lo alto se desencadenan glaciales tormentas. Allí tienen su origen los mayores ríos de la India, de la China y del Siam: el Bramaputra, el Yang-Tze, el Mekong.
Davydov sacó un grueso reloj de tipo antiguo.
— Aún no son las dos. Pero la emoción ha sido tan grande…, ¡me parece como si hubiese pasado ya todo el día! — se levantó para entregar un aro con unas llaves. Esconda la caja en aquel armario, a la izquierda… Pase lo que pase, debemos hacer lo imposible. Vamos a ver si Tusilov nos recibe… ¿Se quedara en Moscú, Aleksey Petrovich, hasta que sepamos algo? Alrededor de una semana, es difícil que se tome antes alguna decisión. ¿Será mi huésped, no es verdad? Ahora llamo a mi secretario y luego a casa. ¡Llegaremos tarde!
En el amplio apartamento de Davydov, modestamente amueblado, reinaba el silencio. Por las grandes ventanas entraba la azulada penumbra del crepúsculo estival. Shatrov caminaba en silencio arriba y abajo por la habitación. Davydov, hundido en una butaca frente a su gran escritorio, estaba sumergido en sus pensamientos.