El crío asintió, solemne.
– Sí. Quizá sea lo mejor.
Ella revolvió el pelo rubio del niño y Eric levantó la carita con una sonrisa en los labios. «Qué diferente de su padre», pensó.
Mientras Eric Marrin mostraba todas sus emociones, Alex parecía esconderse bajo una máscara inescrutable. Eric era simpático y abierto, Alex distante e indiferente.
Holly dejó escapar un suspiro. Había entrado en la vida de los Marrin para hacer un trabajo por el que ganaría quince mil dólares. Pero aquello era más que un trabajo. Era una oportunidad para hacer realidad el sueño de un niño.
Aunque el anónimo benefactor cancelase el contrato, no podría marcharse de allí. Estaba empezando a caer bajo el hechizo de aquel niño.
Si pudiese evitar que le pasara lo mismo con el padre…
Había caído más nieve durante todo el día y, bajo los últimos rayos del sol, brillaba como si el suelo estuviese cubierto por millones de diamantes.
Alex respiró profundamente. Al mirar las colinas y los árboles cubiertos de nieve, sonrió. Aquella era su tierra, su futuro… y el futuro de su hijo. Nadie podría apartarlo de Stony Creek. Ni siquiera una mujer.
Renee había intentado obligarlo a vivir en Nueva York, pero él insistió en volver a la granja cuando quedó embarazada. Desde el primer día, todos supieron que aquel no era sitio para ella. Su partida seis años más tarde no debería haber sido una sorpresa, pero lo fue.
Entonces miró a Holly, que caminaba con Eric de la mano. Su hijo la miraba como si de verdad fuera un ángel enviado desde el cielo. Pero, en opinión de Alex, era una sirena enviada por el demonio para atormentarlo y tentarlo con su belleza. Aquel tampoco era su sitio. Incluso con botas y un grueso chaquetón de cuero, seguía pareciendo una elegante neoyorquina.
Había prometido mantener las distancias, pero ella siempre estaba haciéndole preguntas, buscando su ayuda para algo…
Tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no tocarla cuando volvían de los almacenes Dalton la noche anterior. Y cuando ella le dio las gracias por llevar las bolsas, le costó un mundo no besarla.
Seguía queriendo acercarse, tomarla en sus brazos y tumbarla sobre la nieve… pero tenía que buscar tres árboles de Navidad. Alex se paró para observar un abeto y esperó a que el ángel y su protegido llegasen a su lado.
– ¿Qué tal este?
Holly lo miró de arriba abajo y dio una vuelta para examinarlo de cerca. Había rechazado los últimos catorce y, si rechazaba otro, tendría que controlarse para no estrangularla.
– No sé… las ramas son muy delgadas. Sería más fácil ir a comprar los tres árboles a la vez. No tenemos tiempo para esto.
Él apretó los dientes, controlando una respuesta sarcástica. Por eso precisamente nunca iba de compras con una mujer. Buscar algo tan sencillo como un par de medias o algo tan complicado como un sofá, siempre lo convertían en una excursión de doce horas.
– Pondremos el lado más delgado contra la pared. Nadie se fijará.
– Yo me fijaré -replicó ella.
– No te gusta ninguno de los que te he enseñado…
– Porque no reúnen las condiciones necesarias.
– Pues no vamos a comprarlo. Los Marrin siempre cortamos un árbol en la granja. Es una tradición familiar.
– No tienes por qué enfadarte -dijo Holly-. Mi padre y yo a veces buscábamos durante días para encontrar el árbol perfecto.
– ¿Días? Llevamos tres horas, se está haciendo de noche y has visto cientos de abetos. ¿Por qué no me dices qué buscas exactamente?
– Busco algo especial -contestó ella, cruzándose de brazos-. Algo perfecto.
– Perfecto -repitió Alex-. Lo único perfecto que vas a encontrar por aquí es un perfecto lunático con un hacha perfecta. ¡Y una razón perfecta para asesinarte si no eliges un abeto ahora mismo!
– Si vas a ponerte tan beligerante, será mejor que vuelvas a casa.
– ¿Beligerante? ¿Yo soy el que se pone beligerante? -dijo él entonces, inclinándose para hacer una bola de nieve.
– Ni se te ocurra tirármela.
Por supuesto, Alex ignoró la advertencia. Al ver que se negaba a soltar la bola, Holly formó una más grande… con ayuda de Eric, el traidor.
– De acuerdo, de acuerdo. Me rindo. Pero tienes media hora para encontrar tres abetos. Ni un minuto más, te lo prometo.
– ¡Has hecho un pareado sin haberlo preparado! -exclamó su hijo.
Alex tomó el camino de nuevo, pero una bola de nieve lo golpeó en el cogote. Y cuando se volvió, los dos estaban muertos de risa.
Estaba a punto de mostrarle quién llevaba los pantalones en Stony Creek cuando Holly salió corriendo para esconderse entre los árboles.
– Eric, ¿estás conmigo o con ella?
– Es mi ángel y tengo que protegerla. ¡Y esto es la guerra!
Por supuesto, a partir de entonces se declaró una batalla campal. Su hijo lo bombardeaba con bolas y cuando fue tras él, Holly salió al rescate. Empapado y con nieve hasta en las córneas, decidió buscar otra estrategia. Se escondió detrás de un abeto, aguzando el oído, y cuando ella pasó a su lado la tiró al suelo para restregarle un puñado de nieve por la cara.
Y la guerra terminó entonces. Holly estaba muy quieta, mirándolo con sus pestañas cubiertas de diminutos diamantes. Y no gritó pidiendo la ayuda de Eric.
– ¿Te rindes? -murmuró Alex.
Ella asintió, con la mirada clavada en sus labios. Cuando apartó un mechón de pelo de su frente, Holly apoyó la cara en su mano, en un gesto de absoluta y total rendición. Conteniendo un suspiro, Alex se inclinó para buscar sus labios…
Pero un segundo antes de besarla oyó un ruido entre los árboles. Eric.
– Este niño siempre llega en el peor momento.
– ¡Suéltame! -gritó entonces Holly.
La tensión sexual que había entre ellos desapareció inmediatamente. Holly se levantó y empezó a quitarse la nieve del chaquetón.
– No deberías haberlo hecho -murmuró, sin mirarlo-. Yo… estoy aquí para hacer un trabajo. Espero que lo recuerdes.
Alex sonrió, la evidencia de su deseo era muy clara bajo los pantalones.
– En el amor y en la guerra todo vale. ¿No dicen eso?
Eric apareció entonces, corriendo.
– ¡Hemos ganado! -gritó al ver a su padre cubierto de nieve.
– Por esta vez. Holly me ha pillado.
La «vencedora» sonrió de oreja a oreja.
– Será mejor que nos vayamos. Todavía tenemos que encontrar tres abetos -dijo, tomando la mano del niño.
Sin mirarlo, pasó a su lado y siguió adelante en su búsqueda de la perfección.
¿Qué habría pasado si hubieran estado solos en el bosque? ¿Habrían sucumbido a la atracción que sentían el uno por el otro? Ella quería que la besara, lo había visto en sus ojos, en su gesto.
¿Cuánto tiempo podrían seguir negándose a sí mismos esa atracción? Se deseaban de una forma primitiva, evidente.
– ¡Corre, papá! -lo llamó Eric-. ¡Holly ha encontrado un árbol que le gusta!
Por supuesto, era un abeto igual que otros mil abetos.
– Este es -murmuró ella, aparentemente convencida.
Alex dio la vuelta al árbol para ver qué tenía de maravilloso. Nada. Lo había elegido para escapar de su presencia y de la tentación del bosque, seguramente.
– ¿Las ramas no son muy delgadas?
– Podemos poner las más delgadas contra la pared -contestó Holly-. Ese otro de ahí, el grande, iría bien en el cuarto de estar. Y ese pequeño para el estudio. Si no te importa empezar a talar… tenemos que volver a casa.
Estaba enfadada, pero Alex no sabía por qué. ¿Habría entendido mal los mensajes? ¿Tanto tiempo llevaba sin una mujer que no podía ver la diferencia entre deseo y disgusto?
– Eric, ¿por qué no te vas a casa con la señorita Bennett? Parece que… tiene frío.
– Puedo ir sola -replicó ella.
– Ya lo sé. Pero prefiero que Eric te acompañe. El conoce este bosque tan bien como yo.