– Bueno, me voy. Tengo muchas cosas que hacer si quiero terminar antes del día de Navidad. ¿Alguna petición especial para la cena de Nochebuena?
Alex negó con la cabeza.
– Lo que tú quieras.
Lo había dicho con un tono frío, indiferente. Y Holly se preguntó si significaba algo para él.
Cuando llegó a la cocina, se apoyó en la repisa respirando profundamente para calmarse.
– Haz tu trabajo. Simplemente, haz tu trabajo y todo irá bien.
Haría un pavo para el día de Navidad y un asado con patatitas francesas para Nochebuena. Y estarían tan deliciosos, que Alex lamentaría haberla echado de su casa.
Y, además, daría los últimos toques a la decoración y dejaría la residencia de los Marrin como para salir en las páginas de una revista.
– Lamentará haberme dicho que debo irme -murmuró-. Cuando pruebe mi pavo relleno, no podrá olvidarse de mí.
– ¡Pero tienes que venir! -exclamó Eric-. Vamos vestidos de Santa Claus y la señorita Green me ha dicho que yo lo hago muy bien. Y Eleanor Winchell parece un tomate con patas.
Alex había intentado convencerlo de que Holly tenía muchas cosas que hacer, pero Eric no se rendía.
– Tiene mucho trabajo, cariño. Quizá quiera descansar un poco.
– Pues sí, tengo mucho trabajo -dijo ella con retintín.
Aunque Alex no podía imaginar qué quedaba por hacer. Los regalos estaban comprados, la casa decorada de arriba abajo y Holly llevaba días metida en la cocina.
Y cada vez que se encontraban por el pasillo, ella miraba hacia otro lado.
Para ir a la función de Navidad, en lugar de los vaqueros y la camisa de franela, se había puesto un jersey de cuello alto y pantalones de color caqui. Incluso se había peinado cuidadosamente y, en lugar de las botas, llevaba unos mocasines de ante. Aunque seguramente no era tan sofisticado como su «prometido», muchas mujeres lo encontrarían atractivo.
Pero Holly lo miraba como si fuese una mofeta.
– Tienes que venir -insistió Eric.
– Nos gustaría mucho que vinieses -dijo Alex entonces. Aunque la invitación era genuina, su voz sonaba forzada.
Durante aquellos días se comportaron como si nunca se hubieran besado, como si nunca se hubieran acariciado. Pero Holly había dejado de cenar con ellos y se preparaba la cena en la cocina de la casa de invitados.
Cada noche, Eric y ella discutían sobre un nuevo adorno o un nuevo proyecto para que las navidades fueran perfectas. Alex se iba al establo y solo volvía a la casa cuando veía encendidas las luces de su habitación.
Debería estar contento. Después de todo, fue él quien sugirió que se distanciase del niño.
Pero el ambiente en la casa había cambiado y era de todo menos festivo. Eric lo notaba y parecía triste. Igual que su padre. Igual que Holly.
Ella puso una mano sobre la cabeza del niño.
– Me gustaría mucho ir, pero tengo que terminar un pastel y acabar con el relleno del pavo. Quieres tener unas navidades perfectas, ¿no?
Alex se aclaró la garganta.
– Eric, ve por tu abrigo. Y ponte las botas. Tenemos que irnos dentro de cinco minutos.
Cuando el niño salió de la cocina, se volvió hacia Holly.
– A mi hijo le gustaría mucho que vinieses a ver la función.
– ¿Estás pidiéndome que vaya por Eric o porque tú quieres que vaya?
– Las dos cosas.
Ella consideró la invitación durante unos segundos.
– De acuerdo, iré. ¿Debería cambiarme de ropa?
– Estás muy bien así.
Holly llevaba un cárdigan verde de cachemir y una falda de pana negra. Con el pelo suelto y apenas un poco de brillo en los labios, a Alex le parecía perfecta.
– Vamos. No quiero llegar tarde al debut de mi hijo como cantante.
– Muy bien.
Ella tomó su chaquetón del perchero y Alex la ayudó a ponérselo.
– Te lo agradezco mucho.
Holly no dijo una palabra mientras se dirigían al colegio, ni cuando la ayudó a quitarse el chaquetón, ni cuando la tomó del brazo para ir al salón de actos. Había tantas cosas que decir, que ninguno de los dos quería aventurarse a ser el primero.
¿Cuántas veces había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para no tomarla en sus brazos, para no decirle lo que pensaba, para no rogarle que volviesen a estar como antes?
Pero cada vez que iba hacerlo, volvían las dudas. No quería cometer otro error. Divorciarse de Renee había sido horrible, pero amar a Holly y perderla sería insoportable. Y podría destruir la confianza que Eric tenía en él.
Cuando entraron en el salón de actos, Alex comprobó que todas las cabezas se volvían. Su vida social era asunto de interés general en el pueblo, evidentemente. Por detrás de Thomas Dalton, el propietario de los almacenes, él era considerado como el soltero de oro de Schuyler Falls.
Y, de repente, aparecía en la función escolar con una mujer bellísima del brazo.
– ¿Por qué nos miran? -susurró Holly.
– Están mirándote a ti.
– ¿Por qué?
– Es la primera vez que me ven en público con una mujer desde que la madre de Eric me dejó.
– ¿No has salido con nadie en dos años? ¿Por qué?
– Porque no he encontrado a nadie con quien quisiera salir… hasta ahora.
– Esto no es una cita -dijo ella.
Alex sonrió.
– Podríamos aparentar que lo es. Así las solteras de Schuyler Falls me dejarán en paz durante algún tiempo. Pero tendrías que besarme…
– De eso nada.
– Pues, entonces, mirarme con cara de adoración, como si cada palabra que digo fuera la más interesante que has oído en toda tu vida.
– ¿Y qué pasará cuando tengas que volver a salir?
– No sé… contrataré una acompañante o algo así. O quizá no vuelva a salir en un par de años -contestó él, ofreciéndole el programa-. ¿Has visto una función escolar alguna vez?
– No, la verdad.
– Por muy mala que sea, no te rías. Puedes sonreír, pero no reírte. Puedes morderte los labios, eso te ayudará. Y créeme, va a ser malísima. Los niños de siete años son incapaces de actuar de forma natural delante del público. Y el coro de la señorita Green no va a quitarle el puesto a los niños cantores de Viena. No cantan, aúllan.
Holly sonrió.
– Creo que voy a pasarlo estupendamente.
Poco después se apagaron las luces y salió el primer grupo de niños. Eran los más pequeños y, en lugar de prestar atención al coro, se dedicaban a buscar a sus padres entre el público, a darse codazos o a tirarse de la ropa. Afortunadamente, solo cantaron una canción antes de salir corriendo del escenario.
La clase de Eric era la siguiente. Holly apretó la mano de Alex para darle valor. O al revés.
– ¿Estás bien?
– Estoy un poquito nerviosa, la verdad. Lleva una semana hablando de su solo y creo que está asustado.
– Eric no se asusta.
– Claro que sí. No lo dice en voz alta, pero yo sé que quiere hacerlo lo mejor posible.
Alex se quedó pensativo un momento. Siempre había creído que Eric era un niño con mucha confianza en sí mismo. No le importaba equivocarse y fracasar. Y nunca se le ocurrió pensar que podría estar escondiendo miedos o inseguridades, quizá intentando ser el ideal de masculinidad que veía en su padre.
Una madre notaría esas cosas… si Eric tuviese una madre que se ocupara de él.
Holly sería una madre maravillosa, pensó. Viéndola allí, con una sonrisa de ánimo en los labios, nerviosa… Quería a su hijo, eso estaba claro. Con una mujer como ella, Eric podría experimentar lo más dulce de la vida, los abrazos, las risas, la complicidad, los besos cuando tuviera miedo…
– Ahí está -dijo Holly entonces, moviendo la mano. Al verla, el niño sonrió de oreja a oreja-. Deberíamos haber traído la cámara de vídeo. Está graciosísimo con ese traje de Santa Claus.